“No podemos resolver problemas usando
el mismo tipo de pensamiento que
usamos cuando los creamos”.
Albert Einstein
Recientemente estuve en la celebración de los treinta años de casados de dos amigos muy queridos y a quienes les envío mis mejores deseos para continuar por ese camino que ellos decidieron tomar. Siempre juntos por siempre y para siempre. Felicidades, Luly y Toño. Como lo mencioné en la celebración, ustedes han sido un ejemplo como pareja y como padres de familia.
Hay que reconocer que la vida en pareja no es fácil porque el ser humano, por naturaleza, tiene conflictos internos que son comprensibles, y al tener una pareja los dos se tienen que enfrentar a sus propios demonios y a sus ángeles más los de la pareja.
Pero como lo he mencionado en otros escritos, es fundamental saber cómo gestionar los conflictos tanto internos como en nuestras relaciones con los demás.
Durante la misa, y después de escuchar las palabras del sacerdote, que fueron muy emotivas, decidí investigar si la mediación, que es lo de hoy, y que tenemos que aprender para gestionar nuestros conflictos en aras de tener una mejor vida personal y social, existía en tiempos ancestrales, sé por mis estudios, que la mediación ya existía en ciertos grupos originarios, pero nadie ha mencionado sí en los libros sagrados hay información sobre el tema. Así que espero que esta información sea de utilidad para las personas que se toman la molestia de leer esta columna.
La mediación, entendida como la intervención de un tercero neutral para resolver un conflicto, tiene raíces profundas en los textos sagrados y la filosofía. Y aunque el término técnico actual es moderno, los principios de diálogo, conciliación y arbitraje son milenarios.
En la biblia, la mediación aparece en dos niveles: la mediación espiritual (puente entre Dios y los hombres) y la mediación interpersonal (resolución de conflictos entre personas).
En el Antiguo Testamento, Moisés como mediador político y legal actuó como intermediario entre el Faraón y el pueblo de Israel, y luego entre Dios y el pueblo para transmitir las leyes (Éxodo 19:16-19).
Job y el "árbitro": En medio de su sufrimiento, Job clama por un mediador o árbitro (mokiah) que pueda poner su mano sobre ambas partes para resolver su disputa con Dios (Job 9:33).
Abraham intercede (media) ante Dios para intentar salvar a Sodoma, negociando por el número de justos (Génesis 18:16-33).
En el Nuevo Testamento se define a Jesucristo explícitamente como el mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5; Hebreos 8:6).
Sobre un protocolo de resolución de conflictos (Mateo 18:15-17) se establece un sistema de pasos: primero diálogo privado, luego mediación con uno o dos testigos, y finalmente la intervención de la comunidad (la iglesia).
Pablo y la resolución interna: en 1 Corintios 6:1-8, Pablo recrimina a los cristianos por llevar sus pleitos a tribunales civiles y les insta a buscar personas sabias dentro de la comunidad que actúen como jueces o mediadores.
El judaísmo tiene una figura muy clara llamada Pshora (compromiso o mediación), que se diferencia del Din (ley estricta).
Preferencia por el compromiso: el Talmud (Tratado de Sanedrín 6b) discute si un juez debe aplicar la ley estrictamente o buscar un compromiso. La conclusión es que es una mitzvah (precepto/buena acción) propone la mediación antes de dictar sentencia.
Aarón como modelo de mediador: A diferencia de Moisés (que representaba la justicia estricta), el Talmud describe a Aarón como aquel que "amaba la paz y perseguía la paz", mediando activamente entre vecinos y esposos para reconciliarlos.
El Beit Din: Aunque es una corte rabínica, funciona bajo principios donde el "compromiso que busca la justicia" es el ideal más alto para restaurar la paz social (Shalom Bayit).
Como podemos observar, siempre es mejor llegar a acuerdos para vivir en paz. Y en ese sentido, considero necesario que, en estos momentos de celebración de la Natividad, también llamada Navidad, reconozcamos, y analicemos las diferencias que nos han separado de los nuestros, y aquí hablo de familiares, amigos y sociedad, causándonos daño.
Cualquier conflicto se puede arreglar llegando a acuerdos. Aún los más duros, los más difíciles.
Recordemos que nada es para siempre, al final todo se acaba, sea por decisión propia, por circunstancias ajenas o por la llegada de la muerte. Por eso, no importa de qué conflicto se trate, resolvámoslo de la mejor manera posible: con mucho amor y tolerancia para vivir en paz, concordia y armonía.
¡Feliz Navidad!
