“Yo no tengo ideología, amigo mío.
Yo lo que tengo es biblioteca.”
Arturo Pérez Reverte
Me parece, no sé qué opinen ustedes, estimadas lectoras y lectores, que estos son tiempos de radicalización de las ideologías. No quiero parecer obsoleto, demodé o fuera de lugar, pero antes, con todo y el control de pensamiento que ejercían los medios sobre los ciudadanos, había más respeto y más equilibrio en lo que se opinaba de los demás. Sin embargo, prefiero la libertad de pensamiento de la que ahora gozamos, ergo, retiro lo antes dicho.
En una de mis clases de la universidad, tocábamos el tema recientemente. Actualmente existen tantas ideologías, que es muy difícil entenderlas todas, y, por tanto, aceptarlas. Sin embargo, estos son los tiempos que nos ha tocado vivir. La divergencia es parte de nuestra actualidad. El problema, además de las tantas ideologías que vivimos, es el hecho de que ciertos actores políticos aprovechan este maremágnum para llevar agua a sus molinos.
La radicalización ideológica es un proceso en el que las personas adoptan creencias y valores cada vez más extremos, rechazando la moderación y el diálogo. Este fenómeno no se limita a un espectro político, puede ocurrir tanto en la izquierda como en la derecha. A menudo, la radicalización se nutre de la polarización social, la desinformación y el aislamiento en cámaras de eco. En estos entornos, las ideas se refuerzan sin contrapeso, lo que conduce a una visión del mundo simplista y a menudo conspirativa.
Los factores clave que, considero, contribuyen a este fenómeno incluyen: la polarización mediática, es decir, los medios de comunicación, especialmente las redes sociales, pueden crear burbujas de información donde solo se exponen puntos de vista afines; las narrativas de agravio: La percepción de injusticias o amenazas a la identidad de un grupo puede alimentar un resentimiento que se canaliza hacia posturas radicales; y, el liderazgo carismático: figuras que explotan los temores y la ira de la gente pueden acelerar el proceso de radicalización.
Charlie Kirk, fundador de Turning Point USA, es un ejemplo relevante en el debate sobre la radicalización. A través de sus plataformas, promovió – y se sigue promoviendo - una retórica conservadora y, en ocasiones, de división. Sus críticos argumentan que su enfoque simplificaba problemas complejos, demonizaba a los opositores políticos y fomentaba un ambiente de confrontación en lugar de diálogo. Mientras que sus seguidores lo ven, y más ahora con su asesinato, como un defensor de los valores tradicionales y una voz necesaria contra lo que perciben como el “extremismo de la izquierda”.
Este caso ilustra cómo las ideologías pueden convertirse en herramientas de polarización, donde las posturas se solidifican y se vuelven impermeables a la crítica. En lugar de buscar soluciones, el enfoque se centra en la victoria sobre el "enemigo ideológico".
El equilibrio ideológico no significa la ausencia de convicciones, sino la capacidad de mantener la mente abierta y reconocer la validez de diferentes perspectivas (esa capacidad cada vez va desapareciendo paulatinamente). Es la habilidad para sostener tus propias creencias mientras te comprometes con la empatía y el respeto por los demás. Esto es crucial para la cultura de paz, que promueve la resolución de conflictos a través del diálogo, la negociación y la no violencia. Recordemos aquella frase atribuida a Voltaire: “Puede que no esté de acuerdo con lo que dices, pero daría mi vida por defender tu derecho a decirlo”.
Una cultura de paz, a pesar de que pareciera, a veces, imposible, no es utópica, sino un esfuerzo consciente para fomentar la educación crítica: Enseñar a las personas a discernir la información y a cuestionar sus propias suposiciones; para promover el diálogo intergrupal: Crear espacios seguros donde personas con diferentes ideologías puedan interactuar y encontrar puntos en común; y, desarrollar la empatía: Comprender las experiencias y perspectivas de aquellos que no piensan como nosotros.
Mantener el equilibrio ideológico es un antídoto contra la radicalización. Permite la construcción de consensos y el progreso social, en lugar de la parálisis y el conflicto. En un mundo cada vez más polarizado, aprender a disentir sin deshumanizar al otro es una habilidad vital para la supervivencia de la democracia y la convivencia pacífica.