“No necesitamos pistolas y bombas
para traer la paz. Necesitamos amor y compasión".
Madre Teresa de Calcuta
Una cultura de paz implica adoptar valores, actitudes y comportamientos que condenan la violencia y promueven la resolución de conflictos mediante el diálogo, la negociación y el respeto a los derechos humanos. Esta visión forma parte de la resolución de la ONU (53/243), que hace un llamado a todos los ámbitos de la sociedad para fomentar la solidaridad, la generosidad y el entendimiento
Por su parte, la educación para la paz resalta la importancia de concebir al ser humano como parte de una comunidad interconectada. La percepción del individuo como aislado fomenta el miedo, la desconfianza y la agresividad; en cambio, reconocerse en unidad con los demás permite florecer en solidaridad y armonía. Y como ya lo he mencionado en columnas anteriores, esta época en que vivimos, por todas las facilidades que nos regalan las nuevas formas de comunicación, la sociedad de ahora, sobre todo las y los jóvenes viven aislados viviendo en un mundo virtual del que ya no es fácil salir. Y si además del aislamiento, observamos que hay más disputas sociales en las comunidades, la violencia, en vez de disminuir va al alza.
Las disputas vecinales o comunitarias suelen surgir por problemas cotidianos parecidos a los conflictos sociales más amplios: falta de comunicación, desconocimiento de límites, intolerancia, competencia por recursos o diferencias culturales.
En mi artículo anterior recomiendo fomentar la tolerancia, empatía y comunicación para prevenir conflictos. La consulta previa y clara sobre decisiones que afectan al entorno es fundamental. En caso de tensión persistente, recurrir a mediación profesional o asistencia legal puede resolver conflictos antes de que escalen a situaciones dolorosas o caóticas.
Para avanzar hacia una cultura de paz necesitamos de estrategias como la divulgación informativa y comunitaria: utilizar estadísticas fiables como las del INEGI para evidenciar la magnitud del problema (homicidios, armas de fuego, brechas de género), sensibilizando a la población.
Acompañar estas cifras con historias humanas: comunidades afectadas, víctimas, sobrevivientes.
Educación para la paz desde la escuela y la familia: incorporar programas escolares que enseñen resolución pacífica de conflictos, empatía y ciudadanía consciente.
Promover la visión del individuo como parte de una comunidad, en vez de aislado, como lo plantean los enfoques educativos para la paz.
Arte y memoria como puente emocional para la paz: iniciativas como “Bordando por la paz” permiten que colectivos civiles recuerden a víctimas de violencia bordando sus nombres en pañuelos blancos —una práctica que promueve memoria y solidaridad—
Resolución de conflictos a nivel ciudadano: en disputas vecinales cotidianas, promover la comunicación abierta, el respeto por los límites y la consulta compartida.
Apostar por mecanismos de mediación comunitaria, antes que judiciales o confrontativos.
Fortalecimiento institucional y acceso a la justicia: atender la violencia no sólo en sus consecuencias, sino también en sus causas: impunidad, desigualdad, corrupción, acceso ilegal a armas.
Alinear esfuerzos institucionales para investigar, sancionar y prevenir la violencia, especialmente la relacionada con armas de fuego.
Campañas culturales y mediáticas: promover narrativas que valoren la paz, muestren ejemplos de convivencia exitosa y denuncien la violencia como un fracaso social conjunto; activar redes sociales, arte urbano, espacios comunitarios y medios para difundir mensajes de reconciliación y responsabilidad compartida.
México enfrenta un desafío histórico: 2024 fue el año más violento en décadas, con tasas de homicidio que superan los niveles anteriores y una fuerte presencia de armas de fuego en esos crímenes
Para transformar a nuestro estado, es indispensable construir una cultura de paz que articule educación, arte, comunicación y justicia. Cada comunidad —desde familias hasta espacios urbanos— puede ser un laboratorio de paz si se apuesta por la empatía, la solidaridad y el diálogo.
Al incorporar enfoques como la educación para la paz, relacionar las estadísticas con narrativas humanas, promover iniciativas como Bordando por la paz, y emplear la mediación en conflictos cotidianos, podemos profundizar una convivencia más armónica.
En la búsqueda de la paz, no se trata solo de dejar de pelearnos: se trata de aprender a entendernos, escucharnos y reconocernos como parte de una misma red.