“La solidaridad es la ternura de los pueblos".
Carlos Fuentes
Antes de comenzar esta columna, les doy las gracias a todas las personas que se han tomado la molestia y el tiempo para leerla. Este próximo jueves 4 de septiembre cumplimos ocho años de vida escrita en La Unión de Morelos.
Me siento muy motivado por los comentarios y por las visitas para leer esta columna, que, de manera digital, ha llegado a más de 100,000 lectores. Eso, además de ser alimento para el ego, muestra el interés de las y los lectores en la importancia de desarrollar una cultura de paz para el buen vivir. Y vaya que es importante y fundamental, dada la violencia en la que hemos estado viviendo en nuestro país. Pero aclaro, que no es un problema solamente nacional. La violencia se da a nivel mundial. Y eso me provoca. No podemos permitir que la violencia gane la partida. Sigamos insistiendo para tener una mejor manera de vivir en comunidad. Gracias nuevamente por ser parte de la cultura de paz.
En el contexto actual, donde los conflictos, la indiferencia y la prisa parecen marcar el ritmo de la vida, resulta fundamental volver a los valores que nos humanizan. Entre ellos, la empatía y la solidaridad son virtudes que no solo fortalecen la convivencia entre las personas, sino que también sientan las bases para construir una verdadera cultura de paz. Ambas son cualidades inseparables: comprender al otro desde su realidad y tender la mano para apoyarlo no como un acto de caridad, sino como un compromiso de vida compartida.
La empatía se define como la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de percibir y comprender sus sentimientos y pensamientos. Carl Rogers, uno de los grandes psicólogos humanistas, señalaba que la empatía es “comprender el mundo interno del otro como si fuera el propio, sin perder nunca la condición de ‘como si’”. Es decir, se trata de un acto de sensibilidad que no nos disuelve en la experiencia ajena, pero sí nos permite acercarnos con compasión y respeto.
En la vida cotidiana, practicar la empatía significa escuchar sin juzgar, mirar con atención y abrirse a la diversidad de experiencias. No es un gesto superficial, sino un acto profundo de reconocimiento de la dignidad humana, y esto se hace más difícil en estos tiempos en los que se ensalza la individualidad por encima de la comunidad. Martha Nussbaum, filósofa contemporánea, recuerda que “la compasión nos invita a ver la vulnerabilidad como un lazo que nos une a todos los seres humanos”. De esta manera, la empatía rompe las barreras de la indiferencia y abre la posibilidad de construir relaciones más sanas y solidarias.
La empatía, sin embargo, no puede quedarse solo en sentimiento. Necesita traducirse en acciones concretas que se llaman solidaridad. Este valor implica compartir recursos, tiempo, talentos y afecto con quienes más lo necesitan, entendiendo que todos formamos parte de una misma comunidad humana.
El filósofo Albert Schweitzer afirmaba que “la solidaridad no es un sentimiento superficial, sino la consecuencia natural de comprender que la vida de cada uno está ligada a la de todos”. Así, ser solidarios es más que dar una ayuda puntual; es asumir la responsabilidad de tejer redes de apoyo y justicia que beneficien a toda la sociedad. Aquí es importante señalar que el trabajo no es solo de una parte. Se deben unir gobierno y sociedad para lograr los objetivos para una vida en común con beneficios para todos.
En tiempos de crisis —ya sea por desastres naturales, desigualdades sociales o conflictos familiares—, la solidaridad es el puente que evita que las personas caigan en la desesperanza. Actuar de manera solidaria no siempre implica grandes gestos, muchas veces basta con un acto pequeño: escuchar a alguien en dificultad, acompañar en un proceso doloroso, o brindar oportunidades para que otros crezcan.
La cultura de paz, promovida por la UNESCO y recogida en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, tiene como núcleo la promoción de valores que favorezcan el buen vivir. La empatía y la solidaridad no son ideales abstractos, sino herramientas prácticas para prevenir la violencia, fortalecer la justicia y garantizar la convivencia pacífica.
Johan Galtung, pionero en los estudios de paz, nos recuerda que no basta con la ausencia de violencia (paz negativa), sino que se requiere de la construcción de estructuras justas y relaciones humanas basadas en la cooperación (paz positiva). En ese sentido, cultivar la empatía y practicar la solidaridad son pasos concretos hacia esa paz positiva que todos anhelamos.
Vivimos en una época donde los avances tecnológicos nos acercan en segundos, pero paradójicamente nos alejan en lo humano. Volver a la empatía y la solidaridad es rescatar lo mejor de nuestra condición humana. Como dice el epígrafe que acompaña esta columna, “la solidaridad es la ternura de los pueblos”. Esa ternura, vivida en cada gesto cotidiano, es la que puede transformar nuestros entornos en comunidades más armónicas y justas.
Practicar la empatía nos invita a mirar con compasión, mientras que la solidaridad nos impulsa a actuar. Una sin la otra queda incompleta; juntas, se convierten en motores del buen vivir. Al fin y al cabo, no se trata solo de coexistir, sino de convivir: reconocernos mutuamente como seres valiosos y corresponsables de la construcción de un mundo en paz.