“Vivimos en una sociedad profundamente
dependiente de la ciencia y la tecnología,
y en la que nadie sabe nada de estos temas.
Ello constituye una fórmula
segura para el desastre”.
Carl Sagan
A partir de que he comenzado a impartir clases a jóvenes adolescentes de preparatoria, me convencí plenamente de que el uso del celular en clase, además de común, es un distractor terrible para que se desarrolle una clase de manera armónica y eficiente.
Las TIC se refieren al conjunto de herramientas tecnológicas que facilitan el acceso, la gestión, la transmisión y el intercambio de información. Entre ellas se encuentran las computadoras, los celulares, tabletas, pizarras digitales, plataformas educativas, aplicaciones, software de aprendizaje y, por supuesto, internet. Estas tecnologías permiten que los procesos educativos sean más accesibles, colaborativos y actualizados.
La importancia de las TIC radica en que ofrecen nuevas formas de enseñar y aprender. Los docentes pueden crear entornos de aprendizaje interactivos donde los estudiantes no solo reciben información, sino que también participan activamente en la construcción del conocimiento. Plataformas como Google Classroom, Kahoot, Moodle o Canva permiten que los alumnos desarrollen proyectos, trabajen en equipo y aprendan a resolver problemas del mundo real mediante el uso de la tecnología. Además, las TIC facilitan la educación inclusiva, ya que permiten adaptar los contenidos a las diferentes necesidades y estilos de aprendizaje. Un estudiante con dificultades auditivas puede acceder a materiales con subtítulos; otro con problemas visuales puede utilizar lectores de texto; y los alumnos con distintos ritmos de aprendizaje pueden repasar los temas tantas veces como necesiten mediante recursos digitales. En este sentido, las TIC contribuyen a democratizar la educación y a cerrar brechas de desigualdad.
El profesor en la era digital ya no es el único poseedor del conocimiento, sino un mediador y guía que orienta al estudiante en la búsqueda, selección y análisis crítico de la información. De hecho, siempre les digo a mis estudiantes que no crean al 100% lo que les digo. Les pido que “gugleen” el tema para que se convenzan. Y, sobre todo, cuando se trata de “fake news”, les pido que investiguen en diferentes plataformas.
El reto para los educadores consiste en lograr un equilibrio entre el uso de la tecnología y el desarrollo de habilidades humanas como la empatía, la comunicación, el trabajo en equipo y la atención plena.
En la práctica, los teléfonos móviles se han convertido en una de las principales fuentes de distracción en los salones de clase. Diversos estudios señalan que los jóvenes revisan su celular entre 80 y 100 veces al día, lo que genera interrupciones constantes en su capacidad de concentración. Cada vez que un estudiante consulta una notificación, su atención se fragmenta, y puede tardar varios minutos en recuperar el nivel de enfoque previo. Además, las redes sociales, los juegos y las aplicaciones de mensajería compiten con la atención del docente, reduciendo la comprensión y el rendimiento académico.
El celular también afecta la interacción social dentro del aula. En lugar de dialogar o debatir ideas con sus compañeros, muchos alumnos prefieren refugiarse en su pantalla, limitando la comunicación cara a cara. Esto genera un ambiente de aislamiento, desconexión emocional y falta de empatía, elementos fundamentales para una convivencia escolar saludable.
El uso del celular en el salón de clase es necesario. Sin embargo, esto no significa que se deba tener acceso al celular de manera constante. Aquí expongo algunas razones por las que no se debe usar:
Distracción y pérdida de concentración: los mensajes, notificaciones y redes sociales interrumpen el flujo del aprendizaje.
Disminución del rendimiento académico: los alumnos que usan el celular durante la clase retienen menos información y participan menos.
Falta de respeto hacia el docente y los compañeros: mirar el teléfono mientras alguien habla refleja desinterés y falta de atención.
Riesgos de acoso digital o mal uso de la tecnología: el uso inapropiado de cámaras o grabaciones dentro del aula puede vulnerar la privacidad.
Dependencia tecnológica: el uso excesivo del celular genera ansiedad y una necesidad constante de validación o entretenimiento. En muchas escuelas, se ha implementado la práctica de colocar los celulares en una caja o contenedor antes de comenzar la jornada. Aunque esta medida ha generado polémica, sus beneficios superan ampliamente las desventajas. Dejar el teléfono guardado permite a los estudiantes concentrarse plenamente en las actividades, interactuar más con sus compañeros y disfrutar del aprendizaje sin distracciones.
Además, esta práctica contribuye a fortalecer la disciplina, la responsabilidad y la autorregulación. Los estudiantes aprenden que hay momentos y lugares para todo, y que el aula es un espacio para pensar, compartir y desarrollarse, no para revisar redes sociales o mensajes personales. También se reducen los conflictos relacionados con grabaciones no autorizadas, bromas o publicaciones indebidas en internet.
La verdadera educación no se mide por la cantidad de dispositivos que se usan, sino por la calidad del aprendizaje y de las relaciones humanas que se construyen dentro del aula.