“El problema no es dejarse influenciar. El problema
es no distinguir las buenas de las malas influencias”.
Anónimo
Conforme va pasando el tiempo, me convenzo más y más de los peligros que acechan a nuestra juventud, que, en busca de apoyo emocional, se meten a las redes y medios sociales convencidos de que ahí encontrarán una respuesta a sus necesidades. Respuestas que no encuentran en el seno familiar.
Lo hemos visto en varios casos alrededor del mundo. Uno de los más recientes fue el del joven Adam Raine quien, teniendo tendencias suicidas encontró en Chatgpt “apoyo emocional”, y al final se suicidó ayudado por el mencionado chatbot.
En el caso de nuestro país, el caso más reciente ha sido el del joven que mató a uno de sus compañeros del CCH sur de la CDMX y lastimó a un hombre que trató de detenerlo. El joven estaba influenciado por un movimiento en las redes llamado INCEL que significa “célibe involuntario” en inglés.
El término apareció a fines de los años 90: la primera web conocida fue “Alana’s Involuntary Celibacy Project” (1997), creada por una estudiante que quería un espacio de apoyo para personas de cualquier género que sufrían soledad romántica. Con el tiempo, parte de esas conversaciones migraron a foros más amplios y anónimos, donde una fracción de participantes radicalizó el discurso hacia la autocompasión, la hostilidad hacia las mujeres y la idealización de la violencia como «venganza» por la exclusión sexual.
La literatura y los estudios sobre incel identifican algunos rasgos centrales: sentimiento de injusticia y fatalismo sexual: muchos se creen “condenados” por su apariencia, estatus social o “genética”; narrativa de víctima: se autoidentifican como un víctima que merece compensación o «retribución» por la exclusión romántica; misoginia y deshumanización: en ciertos subgrupos se convierte en odio explícito hacia mujeres y parejas, normalizando lenguaje que deshumaniza y promueve fantasías de violencia; búsqueda de validación y pertenencia: el foro ofrece identidad, etiquetas (p. ej. «blackpill», «chad», «roastie») y una comunidad que refuerza ideas tóxicas; objetivos heterogéneos: para muchos el objetivo inicial es apoyo o comprensión; para otros (la minoría que radicaliza) el objetivo real es legitimar la violencia u obtener notoriedad.
Aunque la mayoría de personas que experimentan soledad no recurren a la violencia, varios ataques han sido reivindicados o inspirados por ideología incel. Entre los casos más conocidos:
Elliot Rodger — Isla Vista, California (2014): planificación y ejecución de un ataque en el que mató a seis personas e hirió a varias más. Rodger dejó un extenso manifiesto explicando su odio hacia mujeres y parejas por rechazarlo; con el tiempo se convirtió en figura referencial en foros incel.
Alek Minassian — Toronto, Canadá (2018): condujo un vehículo por Yonge Street causando múltiples muertes; declaró inspiración en «la rebelión incel» y en elogios a perpetradores anteriores. El caso fue tratado por autoridades como un acto de violencia misógina vinculado a la subcultura.
México (episodio reciente y mencionado en líneas más arriba, 2025): en septiembre de 2025 un ataque en el CCH Sur (UNAM, Ciudad de México) fue asociado por investigaciones periodísticas y expertas con la influencia de foros y discursos incel en redes sociales; las autoridades y la comunidad educativa han identificado mensajes misóginos y referencias a comunidades extremistas en la actividad previa del agresor. Este hecho subraya que la radicalización no es solo un fenómeno anglosajón sino global y con manifestaciones locales.
Desafortunadamente sabemos que todo se encuentra actualmente en las redes sociales, pero sigue siendo esencial que los padres de familia estén al tanto de lo que ven sus hijos, y, sobre todo, darles acompañamiento en el tema de la salud mental. Por el lado de las políticas públicas, es fundamental que se tomen en cuenta estos casos y realicen campañas públicas de educación afectiva y sexual: promover relaciones sanas, empatía, alfabetización emocional, desmontar mitos sobre el amor, la masculinidad y la sexualidad.
¿Qué podemos hacer como sociedad y como padres para proteger a los hijos? Primero: fomentar habilidades sociales y emocionales desde la infancia: enseñar empatía, resolución pacífica de conflictos, comunicación afectiva y gestión de la frustración; normalizar la búsqueda de ayuda: quitar estigma a la salud mental; facilitar acceso a orientación escolar y servicios psicológicos; supervisión digital con diálogo: conocer las comunidades online que frecuentan los hijos, pero privilegiar conversaciones abiertas y no punitivas: preguntar por sus experiencias, amistades y qué sienten; educar en sexualidad integral y respeto: programas escolares que combinen información sexual con valores de igualdad y respeto hacia todas las personas; detectar señales de alarma: aislamiento extremo, lenguaje que deshumaniza a mujeres, apología de la violencia, planificación de actos; ante estas señales, buscar ayuda profesional y —si existe riesgo inminente— contactar a autoridades; modelar masculinidad no violenta: los adultos deben mostrar alternativas saludables a la agresividad y al prejuicio.
El futuro es nuestro si ponemos manos a la obra. De lo contrario, nuestros jóvenes repetirán una y otra vez este tipo de comportamientos negativos que los volverán criminales en un futuro próximo.
Te invito a que sigamos trabajando en el desarrollo de la cultura de paz para el buen vivir. ¡Hagamos equipo!