“Las emociones son como el viento: no puedes detenerlas,
pero puedes ajustar las velas para navegar mejor".
Anónimo
Quiero comenzar por agradecer a la Mtra. Adriana Pineda Fernández por la invitación a impartir una conferencia al personal del Tribunal Unitario de Justicia Penal para Adolescentes sobre el tema de la resiliencia. Fue una experiencia maravillosa tanto en el sentido de la asistencia como de la participación. La “confe” era de una hora de duración, pero debido a la participación del público y sus preguntas, nos seguimos y nos pasamos dos horas aproximadamente hablando del tema y otros más.
Y justo, por esta razón, hoy hablaré de un tema fundamental para el buen vivir personal, y, por consecuencia para el buen vivir en comunidad. Se trata de las emociones, su importancia de entenderlas y cómo gestionarlas.
René Descartes, el filósofo racionalista del siglo XVII, dedicó una obra entera al estudio de las emociones: Las pasiones del alma (1649). Para él, las emociones eran movimientos del alma provocados por el cuerpo, y las llamó “pasiones” porque el alma las padece. Aunque Descartes es conocido por su énfasis en la razón (“pienso, luego existo”), no dejó de lado la importancia de las emociones en la vida humana.
Clasificó las emociones en seis pasiones básicas: admiración, amor, odio, deseo, alegría y tristeza.
Según Descartes, todas las demás emociones son combinaciones o derivados de estas. Por ejemplo, la esperanza es una mezcla de deseo y alegría. Esta visión muestra una temprana comprensión de la complejidad emocional y su relación con el pensamiento.
Con el paso del tiempo, el estudio de las emociones pasó de la filosofía a la psicología y la biología. Charles Darwin, en el siglo XIX, investigó las expresiones emocionales en humanos y animales, proponiendo que las emociones tienen un origen evolutivo y una función adaptativa.
Más adelante, psicólogos como Paul Ekman identificaron emociones universales basadas en expresiones faciales. Ekman propuso seis emociones básicas: alegría, tristeza, miedo, enojo, sorpresa y asco.
Estas emociones, según sus investigaciones, son reconocidas por personas de todas las culturas, lo que sugiere que tienen una base biológica común.
Uno de los modelos más influyentes para comprender la complejidad emocional es el propuesto por el psicólogo estadounidense Robert Plutchik en los años 80. Plutchik diseñó la conocida "rueda de las emociones", una representación visual en forma de flor o rueda que organiza las emociones de manera dinámica.
Según Plutchik, existen ocho emociones básicas, dispuestas en pares opuestos: alegría-tristeza; confianza-desagrado; miedo-ira; sorpresa-anticipación
Estas emociones pueden combinarse para formar emociones más complejas. Por ejemplo: alegría + confianza = amor; miedo + sorpresa = alarma; anticipación + alegría = optimismo.
Además, cada emoción varía en intensidad. Por ejemplo, la ira puede ser irritación (menos intensa) o furia (más intensa). Esta perspectiva reconoce que nuestras emociones son matizadas, interactivas y profundamente humanas.
Es importante reconocer y gestionar nuestras emociones porque las emociones no son simples reacciones automáticas. Son mensajes que nuestro cuerpo y mente nos envían sobre cómo estamos interpretando el mundo. Ignorarlas, reprimirlas o malinterpretarlas puede llevar a conflictos internos, enfermedades psicosomáticas o dificultades en nuestras relaciones.
Reconocer nuestras emociones nos permite: entender mejor lo que sentimos y por qué; responder en lugar de reaccionar impulsivamente; mejorar nuestra comunicación interpersonal; fortalecer nuestra empatía hacia los demás; tomar decisiones más conscientes y saludables.
La gestión emocional no significa reprimir lo que sentimos, sino darle un cauce adecuado. Esto implica habilidades como la autorregulación; la escucha emocional; la asertividad, -que es la habilidad que permite expresar de manera adecuada, sin hostilidad ni agresividad, las emociones frente a otra persona; y la resiliencia.
No basta con pensar: también necesitamos sentir y, sobre todo, entender lo que sentimos. La inteligencia emocional —concepto popularizado por Daniel Goleman— es hoy más necesaria que nunca en un mundo lleno de estímulos, estrés y relaciones complejas.
Reconocer y gestionar nuestras emociones no es un lujo, sino una necesidad. Solo a través de esta alfabetización emocional podemos aspirar a una vida en armonía con nosotros mismos y con los demás. Como escribió el poeta Rainer Maria Rilke: “Quizá todas las cosas terribles son cosas que esperan con gran amor a ser vistas con ternura.”