“En una sociedad honesta, las personas
se sienten seguras y protegidas".
Anónimo
El ser humano, desde su nacimiento es conflictivo. Lo que quiero decir es que el conflicto es parte de la naturaleza del ser humano. A veces pensamos mucho para tomar decisiones, nos equivocamos y llegamos a mentir para justificar nuestros errores. Esto es lo que se llama “conflictos intrapersonales”. Y, además, al ser “educados” por nuestros padres, es obvio que a veces no coincidamos con los otros. Cada cabeza es un mundo.
La interacción humana, con sus diferencias de intereses, necesidades y perspectivas, inevitablemente lleva a desacuerdos y conflictos. No se trata de que el ser humano sea inherentemente violento, sino que la diversidad de opiniones y la competencia por recursos o posiciones son factores que pueden generar conflicto. Podemos concluir que lo bueno para unos, no necesariamente es bueno para los otros. Estos son los llamados “conflictos interpersonales”.
El conflicto no es un rasgo negativo en sí mismo, sino una consecuencia natural de la interacción humana. Aprender a reconocer, comprender y gestionar los conflictos de manera constructiva es esencial para construir relaciones saludables y sociedades pacíficas.
Por esa razón debemos llegar a acuerdos sociales. Yo tengo el derecho de pensar como me plazca y de comportarme de igual manera. Pero recordemos que mi libertad termina donde comienza la de los demás. Y es, justo en este punto, que las normas de convivencia social se deben respetar.
En lo que todos coincidimos es en el hecho de que la corrupción y la impunidad en los gobernantes no sólo afecta a la convivencia humana, también pudre el tejido social y crea, además de violencia, criminales en potencia.
Combatir la corrupción no es sólo un problema de leyes, sino de cultura, y para ello se requieren acciones en múltiples frentes:
Educación ética desde la infancia: Promover valores como la integridad, la justicia y el respeto a las normas desde la familia y que se reflejarán en la escuela. Que también debe realizar su aportación en el tema.
Transparencia radical: Todas las instituciones públicas deben publicar sus gastos, decisiones y contratos de manera comprensible.
Justicia efectiva e independiente: Sin castigo, no hay disuasión. El sistema judicial debe ser autónomo, eficaz y rápido.
Protección a denunciantes: Quienes revelan actos de corrupción deben estar protegidos legalmente y ser valorados como héroes cívicos.
Participación ciudadana: Presupuestos participativos, contralorías sociales y vigilancia desde la ciudadanía son claves.
Liderazgos éticos: Necesitamos líderes que inspiren por su honestidad, no por su riqueza o astucia política.
Albert Camus, en su obra La Peste, escribió: “Lo peor no es la peste que mata a los cuerpos, sino aquella otra que anida en las almas y hace que los hombres se acostumbren a la injusticia”. La corrupción y la impunidad son esa peste invisible. Pero también es cierto que, como todo mal, puede combatirse con voluntad, conciencia y acción colectiva.
Yo estoy convencido de que no se trata solo de sancionar al corrupto, sino de reconstruir la confianza social, de creer que una sociedad justa no es una utopía, sino una construcción posible. Y en ese camino, cada uno tiene un papel: desde el servidor público hasta el ciudadano común. Porque solo cuando lo correcto sea más fácil que lo corrupto, habremos ganado la batalla.
Es hora de trabajar unidos. Tanto actores políticos como la sociedad en su conjunto.