“La justicia es la reina de las virtudes,
y donde no hay justicia, todo está corrompido".
Cicerón
Es triste darnos cuenta, conforme vamos creciendo, que muchas cosas no son como te lo habían enseñado cuando eras niño. Lo más fuerte y firme, cuando yo era niño, era el catecismo y las enseñanzas de los diez mandamientos. La conclusión de todo lo que me enseñaron fue que era mejor portarse bien y hacer el bien sin mirar a quién.
Hacer el bien y seguir los Diez Mandamientos de Dios son fundamentales para una vida plena y significativa. Estos mandamientos nos guían hacia el amor a Dios, el amor al prójimo y la rectitud, trayendo bendiciones y acercándonos a Dios. Obedecerlos nos ayuda a comprender la voluntad de Dios y a vivir en armonía con Él y con los demás. Eso fue lo que yo aprendí y lo que yo decidí seguir desde mi niñez.
Luego, al irme descubriendo a través del tiempo, me fui dando cuenta que había otras maneras de comportarse. Me di cuenta que muchos adultos hacían todo lo contrario, comenzando con mi padre, y, en mi caso personal, también, varias formas que aprendí comenzaron a transformarse y a dirigirse por otros caminos.
Mi conclusión es que, conforme avanza la vida y sus vicisitudes, también nosotros vamos cambiando y nos vamos acomodando ante lo que nos sucede en el trayecto.
Sin embargo, como siempre digo: ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre.
Y en ese sentido, cuando la balanza se va inclinando hacia el mal perverso que afecta a la sociedad en general, hay que poner mucha atención. Una cosa es el área personal y la otra son los ciudadanos de una sociedad en particular que se ven afectados por la corrupción y la impunidad de los que llegan al poder.
En sociedades donde reina la impunidad, la justicia pierde su valor orientador. La ley se convierte en una herramienta manipulable en manos de los poderosos, y los ciudadanos aprenden que lo correcto no es lo que es justo, sino lo que conviene.
Cuando los ciudadanos ven a sus líderes enriquecerse sin consecuencias, se instala una peligrosa lógica de supervivencia: “si ellos lo hacen, ¿por qué yo no?”. Así se destruyen los principios éticos que cohesionan a una comunidad: la honestidad, la solidaridad, la responsabilidad colectiva. Esto produce un efecto en cadena que se traduce en mayor inseguridad, desigualdad, desesperanza y violencia.
Immanuel Kant decía: “Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca como un medio”. Pero en contextos corrompidos, los seres humanos dejan de verse como fines y se convierten en medios para obtener beneficios personales, lo que justifica la explotación, el abuso de poder y la desigualdad.
Además, la corrupción debilita el Estado de Derecho, distorsiona la economía y reprime el desarrollo. Según datos de Transparencia Internacional, los países con mayor percepción de corrupción tienden a presentar peores indicadores en salud, educación, inversión extranjera y calidad democrática.
La corrupción institucionalizada termina generando una cultura social de la trampa. En esta lógica, no es posible avanzar si no se “aceita” el sistema. Esta mentalidad deteriora el tejido social: ya no se valora al que trabaja honestamente, sino al que “sabe moverse”, al “astuto”.
José Ortega y Gasset, filósofo español, advirtió: “La corrupción del hombre es seguida siempre por la corrupción de la vida pública, y viceversa”. Es decir, no se puede pensar en ciudadanos éticos dentro de un sistema podrido, ni en un sistema sano con ciudadanos que han abandonado su brújula moral.
Nuestro país ya no puede aguantar más. Vemos por todos lados los casos de corrupción de la clase gobernante. Su narrativa no coincide con su actuar. La gente ya no se chupa el dedo y creen a pie juntillas el discurso dominante. Sabemos, los ciudadanos, el verdadero discurso detrás del discurso.
Hay países que han dado el ejemplo de que sí se puede acabar con la corrupción y la impunidad.
Singapur: Bajo el liderazgo de Lee Kuan Yew, estableció una Comisión Anticorrupción poderosa, con autonomía y dientes reales. Con sueldos competitivos para servidores públicos, transparencia y severas sanciones, logró transformar un país pobre en uno de los más honestos y desarrollados.
Dinamarca y Finlandia: Estos países nórdicos han construido una cultura institucional basada en la transparencia, la educación cívica desde la infancia y la participación ciudadana. La rendición de cuentas es parte integral del ejercicio público.
Chile (años 90 y principios de 2000): Tras la transición democrática, se implementaron políticas de profesionalización del servicio público y se creó el Consejo de Auditoría Interna General de Gobierno, lo que disminuyó la percepción de corrupción durante ese periodo.
Nosotros, en México, estamos viviendo momentos de cambios que podemos empujar en conjunto, para darles un giro a las instituciones de gobierno, que como siempre he dicho, son como los padres de una gran familia. Si ellos hacen lo que les corresponde, nuestra sociedad cambiará para bien. Espero que eso lo tomemos en cuenta. Por el momento, nuestras comunidades seguirán viviendo en desesperanza, temor y buscando formas para aprovecharse y obtener beneficios tramposos de los más vulnerables.