“La violencia nunca es un acto de amor,
es una manifestación de control y poder".
Bell Hooks
Dicen que cuando algo duele, no es amor. El amor debería ser un lugar seguro, donde cada uno pueda ser libre y feliz. Si no lo es, entonces no es amor.
Algo que he dicho siempre, es que, en las relaciones entre pareja, y seguramente en todas, lo que pretendemos es que “me quieran como yo quiero que me quieran”, y por eso queremos tener el control. Pareciera ser que, si no es así, entonces no es amor. Como lo dije en mi artículo anterior, todos y todas traemos cargando una serie de sentimientos y actitudes desde pequeños, y todo eso hace que nos comportemos como lo hacemos.
La violencia en el noviazgo y el matrimonio es una problemática alarmante en México, con profundas raíces culturales y consecuencias devastadoras para las víctimas, sus familias y la sociedad en general.
Las causas de la violencia en las relaciones de pareja son multifactoriales. Entre ellas destacan los estereotipos de género, el machismo, la normalización de conductas agresivas y la falta de educación emocional. Según Irene Casique Rodríguez, especialista en violencia de género, factores como la baja autoestima, la exposición a violencia en el hogar durante la infancia, el consumo de sustancias y la inmadurez emocional contribuyen a perpetuar estas dinámicas. Además, la violencia suele seguir un ciclo que inicia con actitudes sutiles como celos o bromas hirientes, escalando progresivamente hasta llegar a agresiones físicas o sexuales. Este patrón cíclico dificulta que las víctimas reconozcan la gravedad de la situación y busquen ayuda.
Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) de 2016, el 43.9% de las mujeres de 15 años o más ha sufrido algún tipo de violencia por parte de su pareja, siendo la violencia emocional la más común (40.1%), seguida de la económica (20.9%), física (17.9%) y sexual (6.5%).
En el ámbito del noviazgo, tres de cada diez jóvenes en México han experimentado violencia, siendo la psicológica la más frecuente (76%), seguida de la sexual (17%) y la física (15%).
La Red Nacional de Refugios reportó que, en 2024, aproximadamente 24,000 mujeres y sus hijos buscaron refugio para escapar de la violencia doméstica, lo que representa un aumento del 75% respecto al año anterior.
La violencia en las relaciones de pareja tiene repercusiones profundas: en la familia genera un ambiente de inseguridad y miedo, afectando la salud mental y física de todos los miembros.
En la sociedad contribuye a la perpetuación de ciclos de violencia, incrementa los costos en servicios de salud y justicia, y debilita el tejido social al normalizar conductas agresivas.
Y, por último, pero no menos importante, los niños que crecen en hogares donde hay violencia de pareja están expuestos a múltiples riesgos como el desarrollo de trastornos emocionales como ansiedad y depresión; dificultades en el rendimiento escolar y problemas de conducta; mayor propensión a replicar patrones de violencia en sus futuras relaciones; la exposición constante a la violencia puede alterar su percepción de las relaciones interpersonales, llevándolos a considerar la agresión como una forma aceptable de interacción. Esto me hace recordar un libro que leí recientemente llamado “este dolor no es mío”, que trata de el tema de todo lo que traemos cargando desde antes de que naciéramos. Menciona, entre otras cosas, que venimos desde antes de la concepción con una información genética de, por lo menos, tres generaciones.
Si realmente queremos tener una mejor familia, y por consecuencia una mejor sociedad para prevenir y erradicar la violencia en las relaciones de pareja, aquí propongo las siguientes estrategias:
Desarrollar la educación emocional desde temprana edad: Fomentar habilidades como la empatía, la comunicación asertiva y la resolución pacífica de conflictos.
Desmitificación del amor romántico: Cuestionar y redefinir las ideas tradicionales que asocian el amor con la posesión o el sufrimiento.
Fortalecimiento de redes de apoyo: Crear espacios seguros donde las víctimas puedan compartir sus experiencias y recibir ayuda sin ser juzgadas.
Capacitación a profesionales: Formar a educadores, personal de salud y autoridades en la detección y atención de casos de violencia de pareja.
Implementación de políticas públicas efectivas: Desarrollar y aplicar leyes que protejan a las víctimas y sancionen a los agresores, garantizando su cumplimiento.
Abordar la violencia en el noviazgo y el matrimonio requiere un compromiso colectivo para transformar las estructuras sociales y culturales que la perpetúan. Solo a través de la educación, la empatía y la acción decidida podremos construir relaciones basadas en el respeto y la igualdad, y, por tanto, podremos construir una sociedad en la que impere una cultura de paz.