Como se había dicho en un artículo anterior, 2025 es un año especial porque con él se cumplen aniversarios musicales dignos de referenciar, y ahora toca conmemorar los 50 años de un disco que le abrió los oídos al mundo para escuchar la propuesta de uno de los grupos de rock más importantes del mundo durante casi dos décadas (70’s y 80’s), y que hoy son todo un ícono musical: nos referimos al álbum A Night at the Opera, de Queen.
Recordamos que en tiempos universitarios queríamos adquirir un disco de Queen para comenzar a adentrarnos en su música. La cuestión era: ¿por cuál disco empezar que no fuese uno de éxitos? Esos ya los conocíamos. Y la respuesta fue “Una noche en la ópera”, al contener el tema que los dio a conocer a nivel mundial: “Bohemian Rhapsody”, y claro, uno que otro tema más que se había escuchado, como “You’re My Best Friend” y “God Save the Queen”. Deducimos en un primer momento que debía ser un trabajo discográfico interesante tanto por la canción antes mencionada, que fue un éxito rotundo en la radio, como por el propio título del disco; quizás encontraríamos un álbum conceptual, atendiendo al término “ópera”. Pero quedó claro que no fue así cuando lo escuchamos por primera vez.
Y es precisamente cuando lo reproducimos en esa primera ocasión en la grabadora, que el álbum inició con un tema que sacudió nuestros oídos y mente. Nos quedó claro que esa sería la canción que más nos gustaría en toda la discografía de Queen, y además demostraba y confirmaba que para nuestro gusto musical, la mejor voz del rock después de la de Jim Morrison, es la de Freddie Mercury. Al igual que escuchar cantar a Paul McCartney o David Gilmour, es un deleite para el oído.
Aunado a ello, también pensamos que al oír este tema (“Death on Two Legs”) con el que se abría el disco, éste contendría más canciones en esa misma vertiente genial, sin considerar “Rapsodia Bohemia”, que es una obra que se cuece aparte. No obstante, tras esta primera gran impresión, lo cierto fue que a partir del tema 2, empezó un declive para nuestro gusto por este cuarto disco de estudio de Queen, y que salvo por “The Prophet’s Song”, no terminó por convencernos del todo.
¿Acaso se trataba de un disco sobrevalorado? Bueno, lo que podemos decir en primera instancia es que “Una noche en la ópera” no es de esos trabajos musicales que te atrapan desde el inicio y hasta el final, donde todos los temas son sensacionales, como en el caso del álbum The Doors, o propiamente del disco Innuendo, del mismo Queen. Pero es un disco que conforme se va desarrollando tu percepción musical, al escucharlo actualmente llegas a la conclusión de que se trata de un trabajo con gran complejidad musical y mucha versatilidad. Ahí radica su gran valor. Por ello, damos pauta a analizarlo debidamente.
Ahora bien, si se pretende comprender a fondo A Night at the Opera, es necesario situarlo en el momento exacto en que fue concebido. Queen venía de tres discos que, aunque mostraban calidad y una ambición artística evidente, no habían alcanzado la proyección mundial que la banda buscaba. Eran buenos trabajos, sí, pero parecían moverse en la frontera entre lo prometedor y lo incomprendido. Fue hasta 1975 cuando la banda se atrevió a dar un salto de fe: apostar todo: su economía, su reputación y su libertad creativa en un disco que, sin ellos saberlo, se convertiría en el punto de inflexión de su carrera.
Porque no se trata sólo de un álbum más: es la puerta que finalmente se abre, el umbral que conduce a Queen a la categoría de fenómeno internacional. Y si hoy, cinco décadas después, lo recordamos como una obra monumental, no es por casualidad, es porque en él convergen tensiones creativas, luchas internas, búsquedas personales y un contexto mundial que fermentaba cambios profundos.
El año 1975 no fue sencillo. El mundo vivía las secuelas económicas de la crisis del petróleo, Europa experimentaba reacomodos políticos y el desencanto posmoderno comenzaba a filtrarse en la cultura popular. La música ya no podía ser sólo entretenimiento: debía decir algo, debía responder a un tiempo convulso. Y Queen, consciente o inconscientemente, optó por construir un disco que fuera refugio y estallido, complejo pero accesible, teatral y al mismo tiempo íntimo.
A Night at the Opera es, en esencia, un álbum que se mueve entre extremos: del humor inglés casi absurdo a la solemnidad lírica; del rock pesado al vodevil; de lo experimental, a lo clásico. Y en esa pluralidad, que algunos podrían llamar caos, radica su verdadero poder. No es un disco lineal: es un mosaico. No es conceptual: es emocional. No busca explicar una historia, sino mostrar un abanico completo de mundos sonoros. No por nada el título del disco hace alusión a una obra magna, que es lo que buscaba Mercury con este trabajo musical.
Temas como “Love of My Life” contrastan con la fuerza de “Death on Two Legs”, una crítica ácida hacia su antiguo mánager; mientras que “The Prophet’s Song”, con sus largos pasajes vocales, demuestra que la banda estaba dispuesta a cruzar límites. Y, por supuesto, “Bohemian Rhapsody”, que por sí sola representa un gesto de audacia nunca antes escuchado en la radio comercial. Hoy la damos por sentada, pero en 1975 fue una anomalía: seis minutos sin coro tradicional, sin estructura predecible y con una sección operística que rompía cualquier manual de la industria. Se trataba de una genialidad musical que el mundo así lo entendió llegando al #1 en la radio.
Y quizá ahí está la gran pregunta que este aniversario de 50 años nos obliga a plantear: ¿qué tan dispuestos estamos, en estos tiempos de inmediatez, a escuchar un disco que exige paciencia, curiosidad y apertura mental?
Porque A Night at the Opera no es para escucharse de fondo: demanda atención, se impone, exige al oyente un pequeño acto de entrega. Es un recordatorio de que la música puede ser un espacio de exploración y ruptura, no sólo un producto de consumo rápido.
Medio siglo después, aquel disco que en su momento dividió opiniones hoy se reconoce como una obra fundamental. No por ser perfecto (porque no lo es), sino por su capacidad de desafiar lo establecido y abrir caminos que otras bandas continuarían después. Es uno de esos trabajos que no sólo envejecen bien: crecen con el tiempo, se revaloran y se vuelven espejo de diferentes épocas y de nuestras propias etapas como oyentes.
Queen encontró, en esa noche metafórica en la ópera, la iluminación que necesitaba. El mundo también. Y quienes lo escuchamos hoy, con oídos más entrenados y miradas más maduras, entendemos que este disco no es un capricho ni una extravagancia, es la prueba de que la música, cuando se le permite ser libre, puede convertirse en un acto de resistencia estética.
A 50 años de su publicación, A Night at the Opera sigue preguntándonos lo esencial: ¿estamos dispuestos a dejarnos sorprender otra vez? Recuerden, la música es un instrumento que nos puede ayudar a abrir la mente, a liberarnos, y que además nos acompaña a lo largo de nuestras vidas.
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