Develaré algunos secretos de nosotros los escritores, o de muchos, sin importar género sexual o de escritura, edad, posición social, condición mental, alcoholismo o nivel cultural. Lo hago como un acto de catarsis y honestidad, es un juego y una sublimación confesional. No sirve para nada además de ayudar a mi desahogo y a tu interés por la vida ajena.
Lo primero es que la mayoría de los escritores escribimos gracias a los miedos que tenemos al vivir. Un día estamos llorando abrazando nuestras piernas en la regadera, sin saber qué pasará y días después estamos escribiendo sobre lo que nos espantó.
Sí anhelamos las becas para escribir, queremos y creemos merecer una compensación antes o durante la redacción de nuestras obras. Son una forma de vida para muchos (sobre todo blancos), pero también cuentan como reconocimiento al trabajo previo.
Buscamos fama y fortuna, más la primera, porque eso reconforta nuestros hinchados egos y justifica nuestro trabajo y nuestro paso por el mundo. La fama nos ayuda a darnos ánimos para continuar con una vida que duele y asusta. La fortuna nos sirve para tener comodidad y ayudar a nuestras familias.
Por lo general vivimos con grandes y pequeñas dudas, tanto de lo más superficial como de lo más profundo. Es algo cansado y constante. No sabemos si nuestros libros serán buenos, o si le gustarán a alguien, pero tampoco si sobreviviremos lo suficiente para alcanzar el éxito o si nuestra salud tendrá solución. Las dudas no matan pero sí desgastan.
Muchas veces tomamos malas o pésimas decisiones, en especial al elegir pareja o madre/padre de nuestros críos, pero también al comprar casa, invertir nuestro dinero, confiar en alguien que nos roba dinero o al comprar cosas que no sean libros.
Igual elegimos mal a nuestros maestros literarios y al grupo literario al que pertenecemos, lo que ocasionalmente nos deja en la orfandad artística inicial o en el desprestigio absoluto.
Respecto de la suerte, la cual por lo general no se asoma por nuestra casa, la agradecemos, pero no nos confiamos de ella, porque puede desvanecerse como llegó. Es mejor verla como algo natural, sin aspavientos. Los escritores con mucha suerte son siempre aburridos, siempre.
En el amor somos torpes, erráticos, brutos y anticipados. Esto deja ver relaciones de pareja terriblemente malas, caóticas, o por el contrario aburridas y sosas. No busques en nuestros apasionados romances un ejemplo del amor, puedes perder mucho tiempo y dinero.
Nuestra misantropía es cierta. La mitad del tiempo odiamos a la humanidad a la que vendemos nuestros libros y dirigimos nuestros discursos. Quizás como cualquiera, pero en nuestro caso con mucha intensidad. Escribimos porque, si no, cometeríamos los más terribles crímenes (que terminarían siendo aburridos y olvidados, a diferencia de nuestra literatura).
La envidia también es cierta: los escritores nos envidiamos entre nosotros. Envidiamos que alguien tenga cualquier éxito, pero también la belleza de la pareja ajena, la simulada salud mental, la casa de Infonavit recién adquirida, la buena edición de los libros de otros, las ventas masivas, la roba bonita, los viajes, las libretas Moleskine, las plumas finas, los celulares nuevos…
La envidia nos hace leer, primero para comprobar que el libro del otro es malo y no debió ser publicado antes que el propio, pero también para criticar cada detalle, para hallar cada giro no logrado y para burlarnos de lo pésimo que escribe.
Claro que, si la obra, a nuestro entender, es buena, también la envidiamos por eso mismo. Del mismo modo, leemos las historias de éxito de otros autores, exclusivamente para torturarnos.
Nos disgustan los éxitos rápidos: premios a desconocidos, ventas de golpe, fama extendida.
Criticamos mucho en corto a otros autores como personas, parejas, escritores, editores, padres/madres, profesores, conferencistas. También por cómo se visten, por lo que beben y comen o porque son feos/guapos.
Por último: los escritores hacemos enemigos a aquellas personas a quienes envidiamos por su obra o sus presentaciones públicas, pero sobre todo porque tienen una mejor vida. Y somos algo falsos al admitirlo. Yo, por ejemplo, no tengo pleitos con escritor alguno ni soy enemigo de nadie (aunque, secretamente, sí me haya ganado alguno por ahí).
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