La ciencia económica surgió buscando respuesta a una sola pregunta: ¿cómo se genera la riqueza? En 1776 se publica la obra “Sobre el origen y las causas de la riqueza de las naciones”, escrita por el inglés Adam Smith. En ella se señala que debía existir libertad económica y que el gobierno no debería atentar contra ella.
En sus inicios, la nueva ciencia se denominaba Economía Política. Esto vinculaba la naciente ciencia con el actuar del gobierno. Se trataba de descubrir las leyes que regulan la generación de riqueza para regular las acciones del gobierno hacia ellas. La historia consigna que el primer profesor de Economía Política fue, en 1830, el francés Jean Baptiste Say, quien destacó por su estudio de los ciclos económicos y la formulación de la Ley de Say (Toda oferta crea su propia demanda).
En el controvertido siglo XIX, la economía se divide en dos corrientes: el marxismo y el liberalismo. Por un lado, el alemán Carlos Marx publica su obra “El Capital”, que analiza la economía capitalista y vaticina su destrucción, producto de sus contradicciones y del mal reparto de la riqueza. Por otra parte, Alfred Marshall publica su obra “Principios de economía”, que ratifica las bondades de la competencia como motor del sistema y da su nombre definitivo a la nueva ciencia: Economía. Desde entonces, hay dos tipos de economistas, según se apeguen a alguna de las dos propuestas.
En el siglo XX, John Keynes, economista inglés, explica la gran depresión mundial de 1929 con un planteamiento revolucionario: ante las insuficiencias del sistema capitalista, es necesaria la actuación del gobierno. A partir de entonces, los gobiernos de países capitalistas se involucraron activamente (y a veces excesivamente) en el ámbito económico. La insuficiencia más importante es la distribución desigual del crecimiento económico entre la gente.
Hoy, la economía se preocupa ya no solo por generar riqueza, sino por distribuirla mejor, sin que ello implique sacrificar las libertades individuales y de mercado. Por eso, ha incorporado temas como el desarrollo sostenible, el cambio climático, la economía circular o la economía solidaria.
Es decir, sigue siendo importante producir un pastel cada vez más grande, pero también debe aumentar el tamaño de la rebanada que nos toca. Los gobiernos, las empresas y la sociedad debemos trabajar en ese sentido.
