El pasado 16 de octubre, lamentablemente murió el guitarrista Ace Frehley, mejor conocido por su personaje de Spaceman en Kiss, a quien se le reconoce como un gran músico en el mundo del rock, al configurarse con un estilo innovador para la guitarra eléctrica; tan solo escuchen el solo de “Detroit Rock City”. Y bien, este suceso se dio en la misma semana en que se publicó el single que catapultó a Kiss a la fama mundial, un 14 de octubre, pero de 1975: “Rock and Roll All Nite”, en su versión en vivo, extraído de su álbum en concierto llamado Alive!, cumpliéndose 50 años de ello: toda una historia para una de las bandas de rock más emblemáticas.
En 1975, el mundo parecía al borde de una mutación. La posguerra había dejado tras de sí una generación que ya no quería reconstruir templos antiguos, sino incendiar los que quedaban en pie. El rock era su lenguaje y su trinchera.
Mientras el eco de Vietnam aún resonaba en los noticieros, y la Guerra Fría definía los mapas ideológicos, los jóvenes de Estados Unidos buscaban una forma de expresión que no dependiera de discursos políticos, sino del ruido visceral de una guitarra eléctrica. Los años sesenta marcaron esa pauta, pero los años setenta concretarían ese ideal sonoro.
En ese contexto, Kiss, una banda neoyorkina que hasta entonces había sobrevivido entre críticas feroces y ventas modestas, decidió grabar un álbum en vivo que pudiese encapsular la fuerza musical que generaban en concierto. El resultado fue Alive!, un disco que no solo cambió su destino, sino el de la música en directo.
No se trataba de un registro técnico, era una declaración de existencia. Una demostración de que el escenario es un altar, y el público, una congregación que no necesita credo más que el de sentir que está vivo metafóricamente hablando.
En esta sinergia, el año de 1975 fue un punto de quiebre. El glam rock se desvanecía, el punk se gestaba en las cloacas de Nueva York y Londres, y la psicodelia ya era un recuerdo dorado. En medio de esa transición, Kiss irrumpió con una propuesta teatral y desmesurada: maquillaje, luces, fuego, cuero y plataformas.
Lo que muchos consideraron un exceso, fue en realidad una crítica al purismo del arte. Kiss no quería ser otra banda más, quería ser un fenómeno que fusionara lo visual, lo sonoro y lo emocional. Tenían todo para ello.
Alive! capturó esa esencia. No fue un disco perfecto, pero quizá por eso se volvió un ícono, donde las respiraciones, los gritos, el eco de las guitarras y la energía del público construyeron una experiencia donde la imperfección se convirtió en verdad, porque el arte, cuando se arriesga a ser humano, trasciende la técnica. Y Kiss era eso, una innovación no solo musical, sino teatral.
Y bien, como se mencionó líneas arriba, entre los temas que conforman Alive! destaca “Rock and Roll All Nite”, una canción que más que un éxito radial, se transformó en una ideología, en un verdadero himno del rock.
El estribillo “I wanna rock and roll all night and party every day” podría parecer banal, pero encierra una afirmación existencial: el deseo de vivir sin pausa, de encontrar sentido en el instante, de desafiar la fugacidad del tiempo. Se trata de una expresión poética por vivir a través de la música.
Por lo tanto, en una época marcada por la incertidumbre, el mensaje de Kiss era simple pero poderoso: mientras el sistema te impone límites, la música los rompe. Cada acorde de esa canción se volvió una promesa colectiva: resistir al desencanto, bailar sobre las ruinas, cantar aunque el futuro sea incierto, como lo dijo en su momento Jim Morrison.
Podemos decir que el rock siempre ha sido un territorio político, incluso, cuando no habla de política, ya que su autenticidad se vuelve un acto político. Por ende, Alive! es una metáfora del cuerpo social: un espacio donde la energía del público dialoga con la voz del artista, donde el caos se vuelve armonía. En ese sentido, el concierto es una microdemocracia: todos participan, todos son escuchados, todos vibran.
La autenticidad de Alive! es un acto de resistencia frente a la artificialidad. En un mundo donde la información se multiplica, pero el pensamiento crítico se diluye, el disco nos recuerda que la emoción no se edita, se vive, he aquí donde radica la genialidad de dicho álbum. Y quizá por eso, medio siglo después, sigue siendo vigente.
Ahora bien, tratándose en nuestro caso, en un México donde la cultura muchas veces sobrevive a pesar de las instituciones, el rock representa una forma de pensar sin permiso, un espacio para los que no se conforman con lo dado.
Como se ha dicho, Kiss se singularizó no solo por la cuestión musical, sino teatral. El maquillaje de Kiss ha sido interpretado de muchas maneras, como espectáculo, como provocación, como estrategia comercial. Pero en un plano simbólico, representa algo más profundo: la construcción de un yo colectivo.
Cuando los músicos suben al escenario y cubren su rostro, no esconden su identidad, la multiplican. Como dijo Oscar Wilde en su momento, ponle una máscara a un hombre y se mostrará cual es. La máscara no es negación, sino expansión. Y en esa tesitura, lo mismo ocurre con los pueblos y las culturas, que ante la adversidad eligen transformar su dolor en arte.
Escuchar Alive! hoy, 50 años después, es más que un ejercicio de nostalgia. Es una experiencia de reconocimiento. El álbum nos recuerda que el tiempo puede ser derrotado si se captura con verdad; que la música no solo se oye: se habita. Volviéndose el disco en comento en un clásico, y que en medio de la modernidad líquida (como diría Bauman), el rock sigue ofreciendo un refugio sólido: una identidad construida a base de ruido, sudor y emoción.
Y en el caso de Morelos, donde la cultura se defiende con pasión, el eco de Alive! tiene un sentido particular, ya que cada joven que levanta una guitarra en Cuernavaca, Cuautla, Jiutepec o en Jojutla, repite inconscientemente ese grito de 1975: “¡Queremos vivir intensamente, aunque el mundo se derrumbe!”
El rock, aquí y en cualquier parte, sigue siendo un acto de existencia, un modo de afirmar que la vida vale más cuando se canta a todo volumen, porque al final, eso es lo que Alive! nos enseña: que mientras existan guitarras encendidas y voces dispuestas a desafiar el silencio, el rock no morirá jamás, es y será un acto de resistencia.
En memoria de Ace.
Facebook: Juan Carlos Jaimes
X: @jcarlosjaimes