El primero de septiembre de 2025 es un día histórico para el sistema político mexicano y, sobre todo, para su subsistema judicial, ya que inicia funciones la nueva Suprema Corte de Justicia de la Nación, configurada por voto popular. No es exageración decir que este día pasará a los libros de historia de México, para bien o para no tan bien, en virtud de que es incierto si será el punto de partida hacia una democratización real del Poder Judicial… o como una jugada maestra en el ajedrez de la captura institucional por parte de la supuesta “Cuarta Transformación”, que últimamente con los viajes “no tan austeros” de algunos de sus personajes, han dejado mal parada a la “esperanza de México”.
Pero volviendo al Poder Judicial, estamos ante la primera integración del máximo tribunal por voto directo, derivada de una elección inédita, nacida de la reforma constitucional publicada en el Diario Oficial el 15 de septiembre de 2024, esa última gran jugada de López Obrador contra el viejo régimen que tanto combatió. Pero la pregunta que nos acecha, como un gato en la penumbra del archivo jurídico, es: ¿cambio de forma o cambio de fondo?
La reforma plantea una idea seductora: el pueblo eligiendo a sus jueces, magistrados y ministros, ése fue el discurso que se nos vendió por parte de Morena. Y es cierto, se necesita de legitimidad por vía de las urnas, y por ende que haya más participación directa para hablar de una democracia en los tres poderes. No obstante, como decía Montesquieu: “una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa”. ¿Será que nos quisieron vender una utopía judicial?
Claro que era necesaria una reforma judicial, ya que se estaba frente a un Poder hermético e insensible ante la justicia, paradójicamente. Y en esta tesitura, ¿fue suficiente dicha reforma? Ciertamente no, ya que cambiar el método de integración del Poder Judicial sin modificar la estructura misma de los procesos judiciales, es como querer transformar la Coca Cola en Pepsi mudándola solamente de envase. Los juicios seguirán siendo lentos, caros y emocionalmente extenuantes, ya que el Derecho Adjetivo no sufrió evolución alguna de manera sustancial. Y tratándose del ámbito estatal, en los pasillos del Tribunal Superior de Morelos a veces no hay justicia, sino solo trámite. El secretario proyectista decide el destino del asunto; el juez sólo firma. En muchos casos, la justicia no se imparte, solo se administra.
¿Qué sentido tiene una justicia que se aleja de la gente? En la era del internet cuántico y la inteligencia artificial, seguimos dependiendo de estrados polvorientos y trámites presenciales. Más que un Poder Judicial, parece una aduana virreinal, continuando con estructuras añejas en pleno siglo XXI.
La ciudadanía votó por ministros. Pero desafortunadamente la participación apenas rebasó el 13 %. Y eso debería alertarnos como ciudadanos. No sólo por el desinterés, sino porque la maquinaria partidista aprovechó la apatía, ya que probablemente la mayoría de los nuevos ministros y magistrados tengan vínculos evidentes con el oficialismo. Así, el partido en el poder suma un tercer brazo institucional, yendo en contra de la división de poderes, que debe generar un equilibrio y no estar pintados del mismo color; esto último me recuerda a una canción de Los Rolling Stones: “Píntalo de negro”, que de acuerdo a nuestro contexto mexicano sería “Píntalo de guinda”.
Efectivamente, este diseño obedece a una lógica política. Pero eso no lo invalida por sí mismo. Nos obliga, eso sí, a preguntarnos: ¿podemos romper el sistema desde adentro? ¿Podemos hacer una democracia sin caer en la reproducción de élites disfrazadas de pueblo (Noroña, Mario Delgado, Andy)?
La democracia no es sólo un método de elección, es una pedagogía de la libertad, se trata de un estilo de vida. Requiere educación cívica, política y jurídica. Pero aquí seguimos repitiendo lo que Foucault llamó saberes sometidos. En lugar de cuestionar, celebramos. En lugar de exigir, obedecemos. Como el gremio magisterial de Morelos, que prefiere las festividades por el Día del Maestro a la lucha por la abrogación de la ley del ISSSTE.
Y eso es grave, porque sin crítica no hay ciudadanía, y sin ciudadanía, no hay democracia, solo masa. Y es lo que pretendemos hacer desde este espacio, tratar de ser objetivos y expresar todas las posibilidades.
Elegir jueces por voto directo no es una locura, es un ideal democrático (algo que quisieron denostar los partidos de oposición), pero requiere de ciertas condiciones: cultura política, información accesible, mecanismos de contrapeso y un sistema judicial verdaderamente reformado en sus procedimientos y estructuras (ya que no es muy conveniente cambiar solo de chofer y no de vehículo cuyo motor no da para más). De lo contrario, se corre el riesgo de sustituir a una élite judicial por una élite electoral, solo para cambiar de amo sin dejar de ser siervo, situación que se puede modificar con una mejor educación.
Como se ha expresado en otras ocasiones, la legitimidad (elemento fundamental de la democracia) no se agota en el origen del poder, también debe manifestarse en su ejercicio y en sus fines. Hoy, el pueblo sabio y bueno elige, pero mañana ¿podrá evaluar, sancionar y corregir? ¿O solo asistiremos al suave desfile de nuevas togas que responden a los intereses de un grupo político?
La nueva Corte inicia, ¿están todos adentro?, la ceremonia va a comenzar. Ahora bien, es importante recalcar que esto representa un punto de inflexión. Se trata del primer paso de un largo y sinuoso camino (como dijeran Los Beatles) hacia la democratización del Estado. Ahora le toca a la ciudadanía asumir su papel: ser más participativos, exigir, cuestionar, pensar. No para aplaudir al poder, sino para vigilarlo, ya que en una verdadera democracia lo importante no son sus gobernantes, sino los ciudadanos.
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