“Si he sido capaz de iluminar una
sola infancia triste, estoy satisfecha".
Astrid Lindgren
Siempre, en las reuniones de amistades donde se encuentran docentes, habrá una conversación para determinar quién tiene la responsabilidad en el comportamiento de los hijos, algunos le llaman “culpa”.
Hay maestros que culpan a los padres argumentando que “la educación se mama en casa” y que los maestros solamente instruyen, por lo tanto, la culpa de todo la tienen los padres.
Yo estoy de acuerdo en parte, porque imparto cursos y conferencias del tema. De hecho, como esta es una de las áreas que más me han interesado en la vida, realizo estudios y análisis de diversas obras que llegan a mis manos. No recuerdo haber hablado del tema, pero, para quien esté interesado, recomiendo que lean los siguientes libros: “Cuídame de ti”, de Mónica Salmón; “el origen de todos los males”, Bibiana Camacho, compiladora; “entre los rotos”, de Alaíde Ventura Medina y “la cabeza de mi padre”, de Alma Delia Murillo. En todos estos libros tratan el tema de la marca que dejan los padres sobre los, hijos.
Pero también es fundamental el trabajo que hacemos los docentes en las escuelas. De hecho, y eso si lo he publicado, yo tengo un dicho que creé hace muchos años, y que publiqué en mi primer libro sobre el tema llamado “el ojo mágico. Aprender a ser creativo”. Considero que un maestro tiene muchísimo más poder que los padres para construir o destruir el futuro de un niño. En la lotería de la vida nos tocan los padres que nos tocan y, bueno, eso traerá ciertas consecuencias, buenas o malas, para los peques. Pero un docente estudió para eso, y sus habilidades y técnicas son fundamentales para el desarrollo de nuestras infancias. De hecho, a mi mente llegan tres nombres de maestros y maestras que influyeron mucho en mi destino. En mi futuro. Probablemente en el futuro escribiré más sobre esto, porque al momento de estar pensando, he recordado otros docentes que me impulsaron a pensar que había mejores formas de vida. Me impulsaron a buscar un mundo mejor.
Pero regresando al tema, es de fundamental importancia hacer equipo entre los padres y madres de familia, la institución escolar y las autoridades para el mejor desarrollo de nuestros niños y niñas por medio de políticas públicas adecuadas.
Por muchos años, psicólogos, educadores y padres de familia han debatido sobre la raíz de la conducta infantil. ¿Es responsabilidad de la familia moldear el comportamiento de los niños? ¿O recae esa carga en el sistema escolar, donde pasan gran parte de su tiempo? La respuesta, como en muchos temas relacionados con el desarrollo humano, no es tan sencilla ni se puede encasillar en una sola institución. Comprender quién forma el comportamiento de los niños y cómo se puede mejorar, exige una visión integral, que incluya tanto los contextos familiares como escolares, y los vínculos entre ambos.
Desde el enfoque del aprendizaje social propuesto por Albert Bandura, sabemos que los niños aprenden observando e imitando. El hogar es su primer entorno social y los padres sus principales modelos. Es en la familia donde se establecen las bases de valores como el respeto, la empatía, la tolerancia y la autorregulación emocional. Si los padres tienen una forma de comportamiento violenta, es natural que los hijos se vayan moldeando con esas características. Y no importa que ya de adulto tengas una profesión determinada si tus bases educativas fueron violentas, así seguirás siendo, a menos que ya concientizado el problema, lo resuelvas para vivir de una mejor manera.
La forma en que los padres reaccionan ante los conflictos, cómo expresan sus emociones y cómo se comunican entre ellos y con sus hijos, modela directamente la conducta infantil. Un entorno familiar caótico, negligente o excesivamente autoritario puede generar niños con dificultades para manejar sus emociones, con baja autoestima o con conductas desafiantes.
En este sentido, la psicóloga infantil Laura Markham señala que “los niños que se sienten escuchados, valorados y seguros en casa desarrollan un sentido interno de control y responsabilidad por su conducta”. Es decir, el afecto, los límites claros y la coherencia en la crianza son pilares fundamentales.
Si bien la familia es la base, la escuela representa el primer gran escenario social fuera del hogar. Es allí donde los niños aprenden a convivir con pares, a respetar normas grupales, a negociar, a compartir y a tolerar la frustración. La escuela no solo educa en contenidos académicos, sino que también tiene una fuerte influencia en el desarrollo emocional y social. Y si este ambiente también es caótico y rígido, imaginen las consecuencias en las y los estudiantes. Y aclaro, este es el sistema que ha regido en el ambiente escolar mexicano de manera general. Con sus muy honrosas excepciones.
Un sistema escolar que promueve la disciplina punitiva y rígida puede generar rechazo o temor, mientras que una escuela que privilegia el diálogo, la empatía y la resolución de conflictos de manera pacífica, ofrece un modelo de convivencia constructivo.
Los expertos en pedagogía Montessori, por ejemplo, promueven un enfoque donde el niño se responsabiliza por sus acciones mediante la guía del adulto, no por miedo al castigo, sino por comprensión de las consecuencias. Este tipo de educación humanista ha mostrado resultados positivos en el desarrollo de la autorregulación y la autonomía infantil.
Como se puede observar, son varios elementos a tomar en cuenta en este tema que los veremos más profundamente en nuestro siguiente artículo.