Este año, el feriado del 20 de noviembre por la conmemoración de los 115 años del inicio de la Revolución mexicana se recorrió al lunes 17. Aquel movimiento en armas que transformó la estructura política y social de un país que se encontraba sumido en el descontento popular y desigualdad se convirtió en uno de los hechos históricos más destacados de México.
Entre conflictos internos e internacionales en los que la nación se ha visto envuelta, éste es quizá uno de los más recordados, a pesar de verse eclipsado por las celebraciones del mes de septiembre.
Pensar en la Revolución de inmediato nos remonta a los personajes destacados como el Caudillo del Sur, Emiliano Zapata, o en las soldaderas, mejor conocidas como “Adelitas”, todas aquellas mujeres partícipes en distintos roles, incluso en la toma de armas y el combate en el frente.
Es inevitable no recordar aquella imagen de la Adelita asomándose de un tren, insignia de la memoria visual. Se trata de una fotografía que hemos visto múltiples veces desde edad temprana en los libros de educación primaria. Un retrato lleno de significado, con dos protagonistas de los que no siempre se habla pero que estuvieron presentes en la lucha: las Adelitas y el tren, que jugó un rol fundamental.
Ferrocarriles, imponentes bestias de hierro llenas de historia, vestigios del pasado, cuyas huellas permanecen latentes en distintos puntos. Durante la época del porfiriato, uno de los grandes estandartes de la modernidad fue precisamente la llegada del ferrocarril.
Las vías férreas fueron puntos clave y estratégicos en la Revolución debido a su ubicación y conexión a las ciudades importantes. Quien contralara los trenes tendría una gran ventaja, por lo que ambos bandos buscaron tomar las estaciones y los trenes.
La movilidad y capacidad de transporte en tiempos de guerra fue indispensable, así que los sabotajes se convirtieron en tácticas usuales en contra del enemigo.
La toma del transporte ferroviario por parte de los revolucionarios fue una de las estrategias más importantes para obstaculizar al bando oficial, así como para movilizar tropas a distintos puntos.
Además de transportar a los pelotones, se utilizaron también para el traslado de armas, municiones, medicinas y alimentos. Pero su función no sólo quedó en el transporte, ya que el ejército revolucionario también utilizó los trenes como hospitales ambulantes, atendiendo a los heridos e incluso transformándolos en cuarteles y viviendas para las familias de las tropas.
De igual forma, el papel de las soldaderas estuvo bastante relacionado con este medio de transporte, ya que ellas también se encargaron del sabotaje para la toma de los ferrocarriles y en la labor del cuidado de los enfermos y heridos en estos “hospitales ambulantes”. Por ello no sorprende que muchas de las fotografías que recaban hechos de la Revolución, principalmente de las Adelitas, éstas estuvieran ligadas a los trenes.
Como todo conflicto armado, las secuelas se vieron reflejadas en las industrias como la ferroviaria, que jugó un rol principal, y dejó consigo maquinaria destrozada.
Los gigantes de acero, presentes en batalla, ahora son un recuerdo de la lucha del pueblo ante la dictadura. Vestigios que en su mayoría quedaron estáticos, como si el tiempo se hubiese congelado.







