Los escritores son personas que hacen cosas muy extrañas, por lo general excéntricas para la normalidad, muchas veces desagradables, pero también feas, incluso malas, desagradables, cutres. No justificaré a mi gremio: te diré mi opinión de por qué somos así.
Los artistas de la palabra (hombres o mujeres), los autores literarios específicamente, solemos ser hipersensibles, es decir, que sentimos en demasía, tanto desde dentro de nuestros cuerpos y mentes como a partir de los estímulos exteriores, sean dirigidos hacia nosotros o no.
La Banda de los Hipersensibles somos una especie de emos de todas las edades. Sentimos mucho y la mayoría no sabemos bien por qué. Nacimos así o quizás algún trauma, proceso, duelo, pérdida, dolor o síndrome podría estar relacionado con ello, aunque también una infancia triste, un pasado miserable, una violencia intrafamiliar.
Sentimos y pensamos demasiado, entonces vivimos demasiado, con gran intensidad. Es cansado y muchas veces inútil vivir así. Cuando no regulamos la intensidad puede desbordarse en forma de gritos, de pleitos, golpes, tonterías y majaderías. En ese estado pudimos estar todos los escritores o lo hemos estado alguna vez.
También somos excéntricos, es decir, que hacemos las cosas de forma especial, insólita, anormal, curiosa, peculiar. Como vestir bajo criterios poco estéticos o de plano extravagantes. O hacer cosas en público sin pena, como cantar, bailar, gritar, platicar con desconocidos. Y así una cantidad de manías que mínimas o máximas nos definen como personas.
Entre mis manías, leo mientras camino en la calle, hago listas de todo, analizo gramaticalmente a las personas con las que platico y acumulo datos innecesarios de muchos temas de los que no soy especialista. Todos tenemos manías, pero en los escritores pueden ser más evidentes.
Vivimos entre la hipersensibilidad y la excentricidad, muchas veces señalados por actos de dudosa moralidad, sino es que casi delitos. Por ejemplo, solemos pelear mucho entre nosotros: hay golpes, amagos de riñas, gritos, envidias, deseos sexuales desbordados, maledicencias, escupitajos y más.
Descritos así, los escritores pudiéramos pareces débiles o enfermos mentales, traumados irredentos, rencorosos y frustrados. Y sí, muchos autores lo son, y van como bichos literarios por ahí dejando su baba por los pasillos.
Pero no todo es así. Si bien la intensidad no se puede controlar del todo y las rarezas nunca nos abandonarán, es cierto que podemos hacer las cosas diferentes. Es importante ir a terapia, pero también enfocarnos en escribir y en hacer pública nuestra obra.
Sin una obra literaria (mucha, poca, buena, mala, como sea) los escritores solo son personas desagradables, niños berrinchudos y acosadores de primaria queriendo cobrar revancha a la vida por sus frustraciones y carencias.
Escribir resignifica nuestras vidas y nos dignifica. Es decir, el trabajo. Si trabajamos entonces podemos convertirnos en buenas figuras públicas y en factor social de transformación positivo desde el arte y la cultura.
Lo que importa al final de nuestras vidas no son las manías ni los pleitos, las payasadas ni los aplausos, los empujones ni las rencillas, sino nuestra obra publicada, con la que podemos trascender para la nuestra y otras generaciones.
Los escritores podemos tener una vida complicada (como cualquier persona), pero a diferencia de otros podemos hacer catarsis y sublimar la realidad mediante nuestras letras (cuentos, novelas, poemas, aforismos, etcétera).
Con nuestro trabajo cotidiano sanamos nuestros traumas, filtramos un poco los traumas sociales y aportamos algo positivo, que puede ayudar a hacer de este mundo un lugar mejor.
Como verás, sigo siendo un optimista, entusiasta acaso, que cree en las utopías. No puedo cambiar a nadie a mi voluntad, pero puedo con los libros que hago ayudar a la gente a entretenerse, relajarse, llorar, divertirse, aprender, dialogar y no pelear.
La literatura sí puede ser un factor para alcanzar una mayor paz social (familiar, escolar, laboral…), siempre que los escritores nos asumamos de alguna forma como personas que sanando y escribiendo demos el ejemplo.
Nunca dejaremos de ser raros, nadie quiere perder su identidad, pero sí podemos dar lo mejor de nosotros al mundo, desde nuestra excentricidad y dolores, desde nuestros miedos y calamidades, aunque también desde nuestro amor y nuestra nobleza. No solo somos alimañas incomprendidas, también podemos ser humanistas empáticos.
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