A lo largo de mi vida he publicado cientos de libros de poesía. Es algo que agradezco, ya que, como editor, muchas veces me ha puesto en la posición de primer lector. Comencé mi carrera en las letras leyendo poesía de cuanto autor caía en mis manos, desde mexicanos decimonónicos, hasta traducciones de todo tipo, así que es un trabajo y a la vez un gozo.
En la preparatoria publiqué un par de trípticos con mis poemas. Titulé aquellas hojas sueltas Escritos y los vendía en mi escuela, en los camiones o directamente a quien me encontrara en la calle: en paradas de autobús, fondas, parques, plazas, entre otros Ahí conocí la fuerza de la poesía en el púbico en general.
Desde la universidad he buscado poetas como un sediento necesita manantiales. Los he hallado por doquier y cada uno ha aportado algo a mi bagaje como autor y como persona. Por ejemplo, autores universales como Walt Whitman, Roberto Juarroz, Fernando Pessoa, Eduardo Jonquiérez, pero también nacionales como Ethel Krauze, Afhit Hernández, Esther M. García, Davo Valdés de la Campa, Lu Schaffer. Sus versos me han llegado al corazón, me han conmovido, me han hecho sentirme más humano.
Los poetas intentamos cambiar el mundo a través del verbo creativo, de las palabras adecuadas, de nuestras acciones asertivas. No lo hacemos porque seamos perfectos o nos creamos superiores, sino porque creemos que alguien debe decir las cosas de una forma distinta, poética, humana para bien de la humanidad.
La poesía causa un impacto en quien la recibe. Eso se debe a varias causas, por ejemplo, a que la palabra (así como el arte) es lo que nos comunica entre humanos y a que la poesía es una sublimación de la realidad. Es poeta quien sabe dialogar por medio de una síntesis bella de la realidad. La poesía es brevedad y vida condensada, es sustancia de las emociones y de los acontecimientos.
No voy a fantasear con que todos los ciudadanos de este país quieren leer un poema a diario, pero sí diré que la poesía nos hace falta a todos, de vez en cuando, porque nos permite reconocernos en el otro, reflejarnos en emociones ajenas que vemos como propias. Solo mira las redes sociales y comprobarás cuánta poesía se comparte, se lee y comenta.
Roberto Abad escribió: "He soñado con el fin del mundo y he visto salir de entre los escombros a las dos especies sobrevivientes: las cucarachas y los poetas". Siempre, en cada época, los ha habido y eso implica un propósito elevado y constante, un servicio social indispensable para la paz y el debate social.
Hay quien afirma que la poesía no se vende y busca que el gobierno pague cada edición. Es una postura extraña para mí, pero tan válida como otras. El gobierno suele publicar libros de poesía sin saber muy bien por qué para luego regalar o embodegar los libros. Cada quien sus decisiones.
En mi experiencia, la poesía sí se vende, en especial si pasa directamente de manos del autor al lector, en presentaciones, eventos, ferias, o en reuniones familiares o sociales. Por eso animo a los poetas a traer siempre algunos ejemplares de su obra, no sabemos cuándo alguien vaya a necesitar de nuestros versos.
También insisto en que la poesía hay que leerla en cualquier sitio: mercados, camiones, foros, bares, colegios, en la calle, en casa. Así, alguien en cualquier lugar podrá recibir una buena dosis de palabras, algunas ideas, imágenes que le sirvan en su cotidianidad.
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