En 1972 el escritor mexicano Gabriel Zaid publicó la primera edición de Los demasiados libros, con varias ediciones posteriores. El título es la hipótesis, pero la argumentación es amplia e interesante; dice, por ejemplo, que faltan lectores y por ello sería imposible que se leyeran todos los libros del mundo.
Zaid exponía una serie de circunstancias del libro, pero también hacía un poco de profecía. Por ejemplo, ya hablaba de la posibilidad de tirajes reducidos, en la idea de que hay lectores ideales para ciertos libros. Como en otras cosas, Zaid fue atinado con este libro, que te recomiendo leer en su versión más actualizada.
Cuando lo leí, hace 20 años, me sorprendió y hasta me chocó un poco la profundidad de su pensamiento crítico: ni siquiera contemplaba que pudiera aplicarse al objeto más bello y útil del mundo: el libro. Pero no dejé por ello de aprender y de coincidir con algunos de sus planteamientos.
A finales del siglo pasado otros oráculos del libro hacia el nuevo milenio alzaron la voz, como André Schiffrin en Francia (La edición sin editores) o Jason Epstein (La industria del libro) y cada uno tuvo aciertos y aportó algo a la escena de hoy.
Hoy hay demasiados libros, sin duda. Es un tiempo editorial hiperbólico, paroxístico, una exageración. Se publican más libros en una semana ahora que en décadas hace siglos. Y eso no va a parar. Al contrario, aumentará hasta un punto en que algo (no sabemos lo que sea) pase que cambie el curso de dicho fenómeno.
Es imparable la publicación de libros, ergo, la escritura de los mismos. Según pueda verse, la humanidad banaliza la edición o dialoga más que nunca, usted elige la postura que más le agrade. Yo creo que aún no podemos analizar en perspectiva la avalancha de libros que tenemos ni las repercusiones de su aparición.
En mi caso personal, siempre tuve pasión por la acumulación, un amor por los muchos libros; en primer lugar, porque creo en la libertad de expresión y en la libre publicación de las ideas. No me gusta la censura. Todos (o casi todos) tienen derecho a publicar sus obras y eso no va a destruir la literatura, sino que visibilizará las diversidades textuales, que también son infinitas.
Hay cada vez más hartos autores, libros, editoriales, formatos, puntos de venta y eventos. Mucho de esto pasa por la web y las redes sociales, pero también por el mercado, hacienda, escuelas, casas y bibliotecas.
Siempre habrá censores que acusen de los muchos libros su rapidez, su huella de carbono, su imposibilidad de ser leídos, lo mismo que defensores a ultranza de la libertad total. Extremos hay en todos lados. Lo que también es cierto es que los lectores tienen más opciones que nunca para informarse y entretenerse; ya pueden elegir no entre 10 sino entre 10 mil libros sobre un tema y eso, en general, populariza el conocimiento.
Desde el punto de los autores, también hay más opciones, más posibilidades para alcanzar un éxito con su palabra. Más que muchas ventas de un libro, pueden buscarse ventas prudentes de varios libros. Al final de cuenta, nadie está obligado a escribir ni a leer, sigue siendo un acto volitivo, pero con mayor diversidad.
No creo que nunca haya más autores que lectores, como pensaba Zaid, pero sí que, como sugería Schiffrin, cada vez más autores generan más sellos editoriales (exclusivos para sí o también para otros) y eso resulta en nuevas experiencias de lectura y de vida para más personas. Porque, sobre todo, hay demasiadas personas en la Tierra.
Hay tanto por debatir y por hacer en los libros. Mientras tanto, yo contemplo y participo de esta vorágine de libros, de literatura, de arte, de pensamiento, de ideas, de pasión por crear, conmover, compartir y debatir que nos dan los demasiados libros, donde no todo es dañino ni todo es bueno, como los humanos, pues, que somos infinitos pero imperfectos.
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