Es importante precisar la diferencia entre estos tres conceptos. Bibliofilia es más que amor a los libros impresos, se trata de una refinada fascinación por dichas publicaciones, un gusto por todo lo relativo a ellos, con ciertas prácticas maniáticas, pero leves, cuando menos no intensas. Por su parte, la bibliopatía es una paradoja: algo así como una saludable enfermedad, con síntomas variables (entre una manía y la locura).

Bibliofilia refiere a un mundo fantástico, a la vez que concreto y objetivo: acumular libros, por su belleza y contenido, para fines varios: leerlos, tenerlos, saberlos, sentirlos cerca… El bibliófilo ama los libros porque son el vehículo del conocimiento y también una cosa excelsa, un producto que, como ningún otro, evidencia la evolución de la humanidad, lo sublime de nuestra esencia y el pináculo de nuestro desarrollo.

La bibliopatía es, en la misma línea, algo más exagerado. La bibliopatía es la hipérbole de la bibliofilia, el paroxismo de dicha adicción. Significa estar enfermo de libros, es decir, cuando el gusto rebasa los límites de lo prudente. No es un síntoma, es la enfermedad misma, incurable y progresiva. Es un terrible vicio casi imposible de curar. Sus componentes son biblio, relativo a libros y -patía, del griego πάθεια, “afección” o “dolencia”.

El bibliópata tiene por propósito vivir entre hasta hacia para por los libros, pocos o muchos, buenos o mejores, saber cuanto pueda sobre su filia, acumular un acervo, hablar de ello en cada oportunidad que se le presente, presumir incluso, alardear. Su prestigio social es ambivalente: puede ser reconocido por una minoría que aprecie o comparta sus anhelos, pero también ignorado por la mayoría de las personas a su alrededor.

Las acciones del bibliópata rayan en lo absurdo, porque vive en su propio mundo, en Librolandia, donde todo es perfecto, mágico, puro, bello, inteligente, histórico, estético. Pasa días enteros buscando y comprando raros ejemplares. Se detiene en cualquier bazar donde pueda haber algunos. Visita bibliotecas para oler los libreros. Su principal gasto es en títulos que quizás nunca leerá. Ninguna cosa le resulta más importante en la vida. Podría no comprarse zapatos ni calzones si con eso cumple su cometido.

Uno de los aspectos más importantes y chocantes de este ser es su modo de hablar: casi siempre usa palabras rimbombantes, arcaísmos, galicismos, citas, jerga o neologismos, cuando no de plano metáforas. Su plática solo es tolerable por otro humano con la misma patología. Entre bibliópatas todo el tiempo es hablar de libros, lectura, acumulación, hallazgos, primeras ediciones, estado de conservación, novedades, librerías, anécdotas. Presunción y ponderación intelectual. 

Hay un sinónimo de bibliopatía aceptado por las academias: bibliomanía, definida como la “Propensión exagerada a acumular libros”. La acepción es limitada, porque acumular es solo uno de los aspectos del padecimiento; incluso, si se pierde la biblioteca personal, siempre habrá oportunidad de volver a adquirirla, lo que, además, da pie para aprender más y más, lo que lleva al bibliópata a pensar que no tiene límites.

Entonces, propongo la siguiente gradación en quienes amamos los libros: a) bibliófilo, quien gusta de los libros; b) bibliómano, el que disfruta acumularlos; y c) bibliópata, aquel que no puede vivir sin ellos y cuya vida ocurre solo en torno a los libros.

Al bibliópata se le puede olvidar comer o ver a sus amistades, siempre que esté cerca de su máximo interés. No le hable usted cuando vague por los pasillos de las librerías de viejo, no le pida libros prestados ni intente sacarlo de sus bibliodivagaciones. Es imposible, su obsesión nubla su mente y lo hace errático. Pero una cosa es cierta, el bibliópata es feliz, como pocas personas en el mundo, inmensamente feliz, bibliofeliz. 

¿Y tú eres bibliófilo, bibliómano o bibliópata?

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