En las últimas entregas hablé de las críticas hacia mí y de cómo las recibí en mi tránsito por este camino de letras y crecimiento. Hoy haré un mea culpa y confesaré lo que yo he criticado.
A los 15 años que empecé a escribir, criticaba cuanto podía del mundo adulto: la incongruencia de los individuos, la imperante corrupción de los mexicanos, lo absurdo de las leyes, la incomprensión hacia los pequeños, las injusticias; eso me pareció y me parece bastante normal.
Lo hacía por medio de mis letras y de mis acciones: protestaba en las aulas, me acercaba a los manifestantes para preguntarles qué hacían, declamaba poesía, cuestionaba aquello que no me parecía correcto.
Cuando entré a la universidad me volví un crítico crónico. De pronto, criticaba todo de todos en todo momento. Fue una exageración necesaria entonces. Y había bastante material: sindicatos corruptos, profesores malos, autoridades abusivas, medios vendidos, desigualdades sociales, socialismo barato, batallas perdidas…
Pretendía ser honesto y me volví un franco, pero un francotirador de críticas muchas veces absurdas e innecesarias. Lo mismo cuestionaba la vida privada que daba consejos que nadie me pedía, también hablé mal de mis enemigos y critiqué actitudes que me incomodaban de mis amigos. No tenía límites.
En lo literario, critiqué en especial a los poetas acomodaticios (corruptos casi siempre) y a los preciosistas (vacuos), pero también a instituciones, foros, grupos, escuelas y revistas. Casi nada me convencía. Casi todo me chocaba, pues no me había ubicado bien en mi lugar en el mundo llamado literatura, donde tantos cabemos sin necesidad de pedir permiso.
A mi familia le tocaron críticas malsanas, quizás justificadas, pero bastante subidas de tono, solo porque yo era parte de ella y me sentía con el derecho y hasta la obligación de ser la voz crítica que ellos debían escuchar. Me metí con sus vínculos, sus dinámicas familiares, sus relaciones de pareja y sus formas de crianza. Agarré parejo, sintiendo que hacía un bien o acaso un mal necesario.
Distribuí mis opiniones salvajes o inteligentes, mis argumentos envenenados o pulcros entre quien pudiera escucharme. Yo necesitaba ser escuchado. Había mucho de sentido crítico e inteligencia en lo que decía, pero con formas poco útiles. En lo social, sí que había una buena repercusión en lo que criticaba, pero fueron pocos los resultados de ello, así que se trató de un éxito menor.
Con frecuencia traté a personas, obras, lugares y situaciones de ridículas, pusilánimes, de estulticia pura, sin indagar a fondo en lo que observaba o vivía. Me quedaba en la superficialidad de la opinión y no avanzaba hacia el trasfondo de los hechos. Miraba los fenómenos de primera mano, pero ignoraba los propósitos ulteriores. Muchas veces criticaba burlándome de mi alrededor, algo realmente desagradable.
Era torpe pero no un idiota, con el tiempo fui sabiendo el peso y el valor de mis palabras. Descubrí, mediante prueba y error, lo que sí servía y lo que podía evitar, no para caer bien, sino para ser mejor persona. Es importante pensar críticamente, pero no es necesario decirlo si con ello no se logra algo positivo.
Durante mucho tiempo, no fui capaz de verme en el espejo y repartía palabras ácidas por doquier. Lo hacía desde el rencor social, desde mis heridas de infancia, desde mi frustración.
Me molestaban las críticas estériles, pero yo mismo las profería. Por eso ahora decido no andar por ahí criticando a lo loco, más bien ser crítico primero conmigo mismo, además de ser generoso con mis palabras y tratar a las personas con más cariño y calidez.
Ser crítico me ayudó a crecer. No era un cretino, sino un hombre en busca de su identidad. La inteligencia, el sentido crítico y las relaciones sanas no están peleadas, pueden equilibrarse. Seré crítico siempre, pero no un criticón banal. Porque con mis palabras puedo destruir, pero también crear, hoy mi voluntad guía mis acciones, ya no mi necesidad de atención ni mis deseos de revancha.
Me parece más oportuno hacer el bien con buenas palabras o con silencio, que con inteligentísimas opiniones infundadas o parciales. Pido disculpas a quien ofendí. Mis libros serán mucho más críticos, pero yo no seré un grosero criticón. Hago las paces con este tema. Gracias.
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