Según la Clínica Universidad de Navarra, “La depresión es un trastorno mental caracterizado fundamentalmente por un bajo estado de ánimo y sentimientos de tristeza, asociados a alteraciones del comportamiento, del grado de actividad y del pensamiento”. Excelente definición, aunque algo fría y ambigua.

La depresión es peor que sentir que te lleva la chingada. Cuando estás chipil necesitas un abrazo, si andas emputado quieres soluciones, la tristeza con una buena plática sale, cuando eres melancólico no se te quita pero tampoco te mata; sin embargo, cuando estás deprimido ningún remedio casero funciona. Lástima, pero es así. El primer paso es dejar la negación y asumir tu condición.

En la depresión todos los elementos de tu ser (psicobiosociales) se van para abajo y no se detienen hasta tocar fondo o morir, por enfermedad, accidente o alguna variable del suicidio. La depresión es un barril oscuro del que no puedes salir con dos “échale ganas” y un “el triste es triste porque quiere”.

Yo no soy depresivo. Soy hipersensible y más emocional que otros a mi alrededor, pero no depresivo. La persona depresiva tiende a la depresión y cuando le llega se va con ella hasta los confines de sus desconsoladas sombras. El depresivo se queda ahí por largo tiempo sin buscar solución y cae fácil en la depre. Yo he tenido una vida azarosa y complicada, pero siempre he tendido a la alegría, la salud, el equilibrio y hasta el optimismo.

Me detengo aquí: optimista no es quien no ve la realidad toda culera que le tocó vivir, sino quien, en medio de la oscuridad busca la luz; quien entre los problemas, intenta soluciones más humanistas; quien con lo que le tocó intenta hacer del mundo un lugar mejor.

Mi temperamento de niño era melancólico (emo, pa más fácil), y una familia disfuncional toda bien pinche loca me ayudaba a reafirmarlo, pero apenas salí a la calle y conocí el mundo y las buenas amistades (y el cine, museos, bibliotecas) mi temperamento tornó a sanguíneo (activo, digamos), con un gran toque de colérico (intenso). Y así me quedé, gracias a Huitzilopochtli.

Ojo, no todo es depresión: vivir con tus papás después los 30 es holgazanería, no trabajar es vagancia, no estudiar ignoro cómo se llama, ser soltero es muchas veces un acierto, estar insatisfecho siempre es ser neurótico y beber patológicamente es ser alcohólico. Si bien todo eso puede redundar en depresión, no lo es en sí mismo, aunque igual ve a terapia.

Yo estuve deprimido una sola vez en mi vida adulta: a los 33 años, cuando pasé por varias crisis, internas y externas, y ahí me quedé varios años, como cuatro. Fue horrible, insisto, el pozo más profundo, era angustiante y sentía que pronto ya no viviría. Además, la pasé casi solo y sin dinero, chíngale, cuánto drama. Pues sí, así fue. No me enorgullece, pero no lo niego. Un día salí de ahí y no pienso volver, ni madres, ni padres, yo ahí no regreso nunca.

El duelo no es depresión, cuando se vive en todas sus etapas. Hace poco murió papá, y eso dolió, claro, puedo tener días tristes, pero no voy a hundirme en la sordidez. Enfrento el dolor de su partida, pero elijo vivir. Si bien su fallecimiento me detuvo unos meses, ahora estoy listo para continuar con mi vida y mis decisiones. Tengo metas y mucho por hacer.

Salir de la depresión es una proeza, sobre todo en un país donde la salud mental no es prioridad para nadie, y no me refiero al gobierno, sino a las familias en general. Si estuviste en depresión y ya saliste, es importante no volver a ella. Te lo digo, me lo recuerdo. Hay harto por vivir y tienes aún muchas cosas positivas que darle al mundo.

Y nada de “échale ganas, manito”, nel, acude con un profesional de la salud mental. Si no puedes pagar, hay centros de salud, atención social y líneas gratuitas. No estás tan solo como parece. Habla con amigos, pero ve más allá, sana de fondo, aunque duela, porque cuando abres una herida con amor e inteligencia, cierra mejor para siempre. Si yo pude, tú puedes.

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