Alguna vez pensé en el suicidio, claro, como te habrá pasado a ti. Nunca lo había confesado así, preferí olvidarlo y aferrarme a la vida a pesar de sus vicisitudes. Ahora tengo fuerza para decirlo. Fueron solo un par de ocasiones (niño y adolescente) y nunca ocurrió, obvio. Cada vez encontré motivos para continuar y no claudicar. Otras ocasiones estuve en la lona, pero ya no pensé en irme. Tres más estuve en riesgo de morir por causas externas, pero no lo deseaba, al contrario, hice lo necesario para permanecer.

Ambos tiempos quedaron lejos de mi realidad; dejaron huellas, sí, pero se fueron. No es que no recuerde, sino que mi propósito vital ha trascendido los eventos desafortunados en mi andar. Retomo acontecimientos pasados para sublimarlos y sanarlos del todo, por fin. En mi proceso de evolución he sido acompañado por profesionales de la salud, psicoanalistas, psicoterapeutas, sanadores, como quieras decirles, gente preparada para ayudar a otros en su bienestar.

Dejé dolores, traumas, golpes, humillaciones y miedos atrás, pero me quedé con uno de los regalos más importantes que he recibido en mi vida, que también es un don: la palabra, la escritura, el arte, la literatura, los libros. Me quedo con eso porque ya es uno conmigo.

Lo cuento como un sobreviviente de diferentes procesos, incluidos episodios histórico-sociales adversos, violencia intrafamiliar, abandono, falta de salud, violencia social, acoso escolar, injusticias, fraudes, robos, traiciones, entre otros. Eso hoy queda atrás, permanecerá como parte de mi obra, para sublimarlo y no repetirlo, pero lejos de mi presente.

Soy un hombre con suerte: hubo quienes sí se suicidaron, rápida o lentamente, conscientes o no, pero de forma decidida. Vi caer a demasiados hombres y mujeres de mi generación, los miré fenecer sin que pudieran hacer las paces con sus sombras.

Para mí hay muchas opciones de vida: familia, arte, amor, libros, enseñanza. Soy un hombre de letras contento. Además, decidí dar curso a mis objetivos espirituales y a mis dones divinos. Para ello, tengo la mejor compañía: mamá, papá, hija, hermanos, sobrinas, primos, amigos, colegas, terapeutas, lectores. Soy afortunado. Ejerzo el mejor oficio del mundo.

He conocido personas con pocas opciones, para quienes la literatura ha sido un giro de tuerca importante para quedarse en la vida. Son las obras que evidencian la desquiciada locura de la violencia las que suelen sacar a los lectores del estado catatónico del trauma, de la tristeza profunda, de la soledad.

¿El arte sana? No podría decirlo así de directo, pero sí puedo afirmar que el arte es un gran compañero y que además es un excelente espejo para quienes no tienen otra forma de mirarse a sí mismos. Y eso ya es bastante.

A veces la vida te da solo dos opciones: literatura o suicidio. Yo escribo para que haya más opciones literarias para evitar el suicidio, la violencia, el abuso, la victimización, la barbarie, la sevicia. Escribo del dolor para hallar el placer. Hablo de lo malo para poder conocer lo bueno. Publico libros oscuros en busca de la luz.

Me da miedo evidenciarme aquí de esta forma, tan públicamente, pero no hay vuelta atrás, me vulnero y eso me fortalece, lo sé. Este es el camino que seguiré por siempre: arte, palabra, salud, libros, no-violencia, espiritualidad. Buscaré sanar lo último que me queda pendiente para avanzar hacia mi prosperidad y mi abundancia, deseando para ti lo mismo (hala ken).

Escribo para que la balanza entre arte (vida) y violencia (muerte) se equilibre hacia la existencia, hacia el fortalecimiento de la chispa divina que somos cada uno de nosotros, hacia el amor universal y propio. Escribo y publico también para que mi paso por el mundo deje una huella de lo mejor de mí, de mi ser más trabajado, sano, salvo. Porque nada somos si no ayudamos a los demás, cada quien desde su trinchera, su oficio, sus posibilidades.

Deseo que logres elegir la vida y el arte sobre la violencia y el suicidio, que comprendas que casi siempre hay una nueva oportunidad para comenzar. Gracias.

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