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Mis librerías


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Fotógraf@/ TOMADA DE LA WEB
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Dios me libre de no vender libros. Te compartiré cómo la vida me llevó a este Valle de Páginas. Puede leerse como una historia motivacional, o como lo contrario: la trayectoria de un bibliópata sin cura posible.

Comenzó cuando estudiaba la Licenciatura en Letras en la Escuela de Humanidades en la UAEM. Iba a la Ciudad de México (entonces DF o Distrito), yo nací allá y siempre me he movido por sus calles como tinta en offset. Buscaba libros para las clases. Algunos compañeros, menos ocupados o con menos pericia, me encargaban ejemplares.

Fui haciendo más fama: antes me había encargado de la mitad de las copias del grupo. Algunos preferían libros de verdad, no engargolados. Me encantaba servir a mi tribu y acumular millas. Una cosa llevó a la otra y en meses ya cargaba una gran mochila de regreso a mi alma mater, incluidos libros que nadie me había pedido ni pensaba leer, pero que eran bellos o interesantes. Con elegancia, ponía un finísimo mantel de raso azul para exhibirlos. Entregaba pedidos, ofrecía mis trípticos de poesía y platicaba sobre libros con alumnos y maestros.

Acudí al Tianguis Universitario, donde vendían de todo. Ahí conocí a dos personajes de las artes librescas: 1. Doña Susana, vecina del campus Chamilpa, que sacaba libros rarísimos quién sabe de dónde, a precios irrisorios, con quien tuve una amistad. 2. Don Raymundo Farfán, que a la fecha mantiene su local en el centro.

Subí de nivel, ya no en el piso, sino en los tablones que rentaban. Era una vendimia catorcenal, conforme el pago de los venados y marchaba bien. El mejor de mis días ahí llegué con cinco cajas y me fui con una mochila y buenos pesos; me alcanzó para vivir un mes. El tianguis, si la memoria no me falla, lo clausuró un funcionario torpe y pasajero, de esos que dicen saber mucho de literatura, pero que desconocen todo de la vida cotidiana.

Mi siguiente puesto en la UAEM (aún informal, pero constante) estuvo en la ya Facultad de Humanidades. Olvido fechas, pero ya tenía mi título, una hija y algún libro publicado. Iba los jueves por la mañana, tras dejar a la nena en la escuela y me retiraba para ir por ella en mi auto. Tenía, por política, ética y estética mantener dos tablones (ya propios):

  1. En el primero ofrecía clásicos a bajo precio, enfocados a estudiantes: ediciones populares, viejos, buenos remates, alguna cháchara. Había 2 x 1 o alguna promoción. Entiéndase el motivo de mis empeños.
  2. Un segundo tablón incluía “delicias”, decía yo, más para profesores y posgrados.

Vendía bien, cientos de libros por mes. Ganaba lo justo, hacía cierta labor social y aprendía de cada libro que pasaba por mis manos. Por una década más vendí libros viejos, todos los cuales fueron limpiados, reparados y clasificados. Por entonces compraba donde fuera, incluso bibliotecas completas. Dejé marcas personales en muchos de aquellos libros, que no me sería difícil reconocer, como un maniaco.

Mis propias lecturas también aumentaron, lo mismo que mi biblioteca personal, que comenzó a contarse en millares. Me reconocí en los libros y los amé aún más. A veces compartía espacio con Beto, de la librería Torre de Babel, el mejor.

El Callejón del Libro surgió hace 15 años. Fui invitado, aunque solo estuve los sábados una corta temporada. Vendía poco, platicaba mucho; con frecuencia compraba más de lo que vendía. Seguía con libros usados, pero ya vendía títulos de Ediciones Zetina. Fui feliz, no hay duda. Me acompañaba mi niña chiquita, que gritaba a toda voz: “¡Libros! ¡Libros”, para luego preguntarme: “¿Qué dicen esos libros, papá? ¿Son cuentos? ¿Me lees uno?” Feliz, te digo. 

Por años he vendido libros en dos opciones más: 1. Ferias de libro y 2. En Facebook, lo que podría considerarse, por equivalencia, una especie de librería alterna. A final de cuentas, continué vendiendo miles por año y seguí aprendiendo. Nunca puse una librería en un local ni me interesa por ahora, me parece una monserga abrir, administrar, etcétera, quizás en la vejez.

Calculo que hasta ahora pasaron por mis ojos unos 50 mil libros para vender. No puedo creerlo, pero lo asumo y lo honro. Gracias a quienes me han comprado y vendido y enseñado.

Continuará…

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Daniel Zetina

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