Sociedad

El escritor pesimista y México


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El escritor pesimista y México


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No se ama a México, se aprende a quererlo. Amo y odio a mi país con la misma intensidad y quien diga lo contrario será un farsante. Aquí he vivido lo más bello y he visto la miseria humana en su máxima expresión también. 

Un día en este país es todo: un viaje en el tiempo, la sinfonía inconclusa de una decadencia supina y estridente, la magia que brota de las vecindades, la corrupción a la vuelta de la esquirla, el amor en los tiempos del narcólera, una gastronomía con vida propia, el conocimiento ancestral usado como moneda de cambio, una lucha entre el mal y el peor con la anuencia del bueno y del tarado, la libertad total para hacer, deshacer, torcer, coger, joder, perder, vender, pero, misteriosamente, para nunca dejar de ser.

El amor a mi país es un gusto aprendido, un mal gusto a todas luces. Es como un premio sin consolación, el tigre que se gana cuando se pierde la rifa. México, México, bang, bang, bang. No creas que lo mío es nostalgia o presunción, siempre hemos sido y estado así, aniquilándonos los unos a los otros, mientras pintamos un mural y perreamos macizo hasta el piso. 

Si no fuera México nuestro nombre de pila, podríamos llamarnos Masacre. Bueno, ya con dos chelitas, y poniéndonos muy cursis, la cosa cambiaría, quizás pensar en nombres lindos como Estados Unidos Escolásticos, Indígenas S.A. de C.V., Tacotitlán, Juan Gabriel, El Teterete, Locotitlán.

México es una fila de generaciones traumadas por la violencia, con madres histéricas, padres perdidos, hermanos salvajes, amigos inigualables, parejas mal habidas, hijos del compadre, abuelas terroríficas, lealtades estúpidas, brutalidad policiaca. México es un niño llorando en cualquier rincón, sin importar la hora ni el lugar, herido.

Y de lo bueno, mucho: paisajes para suicidarse, brutales atardeceres, tacos acorazados, gente platicona y divertida, mezcal, playas inolvidables, ovnis por doquier, artistas chingones, brujas y chamanes, detalles rencorosos que se anidan en la memoria, panteones.

Quizás el problema nuestro es que todo es tradición: parir hijos no deseados, lo mismo que malcuidar a los abuelos; perder gente, igual que huir de casa; jugar futbol y decapitar personas; bailar cumbias e invadir terrenos; escribir poesía y matarnos por una herencia; honrar el pasado y atropellar ciclistas; decretar abundancia y quedarse con la tanda; usar tanga y copiar en el examen. Vaya pueblo de tradiciones.

Pero la gente es linda. No, nuestra humanidad también apesta, aunque, claro, no todos, solo en la mayoría de los casos. ¿Por qué? No sé, llevo 43 años intentando no descubrirlo. Tendemos a idealizarnos como ciudadanos, pensando en valores que ni se conocen ni se respetan. Convendría más ver la realidad: donde quiera se matan habas. El mexicano es gandalla, agachón y desorganizado. Somos un desmadre, queridos conciudadanos, y demasiado eufemísticos.

Y no hay transformación posible, lo siento, la cosa no va a cambiar, hay que irnos acostumbrando y amar la llaga, el pus, el moho, el gusano negro y duro de la basura que sale a saludar a sus súbditos, la cucaracha que vuela al vernos entrar al cuarto. ¿O sí, la cosa puede cambiar? Habría que comprobarlo, pero sin fantasear. 

Lo más absurdo es que uno llega a amar todo eso, además de los temblores, las inundaciones, los baches, el chisme, el pleito, el empujón, la patadita. Si un día todo aquí funcionara, nos iríamos perdidos, con la mirada vacía, tal vez a Suiza, a ponerle en la madre a la perfección, a secuestrar la esperanza, a destruir la expectativa y a eliminar los propósitos.

Alabada sea la matria, el país patrio, la nación, el estigma de la identidad mexicana, la nacionalidad. En este mes hipócrita, vivan los héroes que no nos dieron nada, los feroces personajes de nuestra retorcida aunque bella historia, las instituciones que de poco sirven, la virgen que lo mismo, la Constitución que apenas, la palabra que es a veces lo único que nos salva y nos libera.

Cuando llegue el cataclismo final, por favor, dios mío, no te olvides de acabar con todo, que nada quede, que seamos borrados de la faz de este lodo de la Tierra.

 


#danielzetina #unescritorenproblemas #elescritoryméxico

 

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Daniel Zetina

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Ant. Gracias al taxi le dio carrera a sus hijos
Sig. Identificados, puntos con más asaltos al transporte

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