Sociedad
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Descansa en paz El Pavarotti en Temixco


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Temixco. La cruz de madera tenía pintado el nombre “Héctor Monreal Pavarotti”, aunque el acta de defunción 01421 expedida el 18 de octubre de 2017, no tuviera ningún nombre y sólo constara el fallecimiento de un “desconocido” por “infarto agudo al miocardio” (7 de septiembre).

Emma Yadira Catalán de la Rosa, quien gestionó y tramitó cuanto se debe para que el Pavarotti recibiera cristiana sepultura, la sembró en el rectángulo de tierra que cubría los tres metros bajo los cuales descansaba en paz el “indigente lector”, como alguien le dijo.

El ataúd estaba forrado con una tela de color azul y había un cristo plateado sobre él, un crisantemo y un libro de poesía, que fueron arrojados desde la vida. Un día antes, Juan Pablo Picazo le dedicó un poema en el blog hormega: “La noche/ se ha marchado/ con la voz de Pavarotti,/ y su libertad completa,/ acostumbrada/ a todos los deshielos”, rezaba en una de sus partes, y varios conocidos en redes sociales le habían dedicado palabras de despedida.

Salimos de la Secundaria 4 ubicada en la avenida Morelos un poco después de las tres de la tarde, hasta llegar frente a la ex hacienda de Temixco. Ahí dimos la vuelta y la carroza con el cuerpo del Pavarotti nos estaba esperando para guiarnos.

Avanzamos por varias calles, la mayoría en estado desastroso; es probable que algunos ya hubiéramos pasado por ellas, pero por la madrugada o por las noches, durante las coberturas de búsqueda de narco fosas, casas de seguridad o asesinados.

Llegamos a las 4:10 de la tarde al panteón de La Parota, localizado en casa de la chingada, en la colonia Eterna Primavera, en Temixco, próximo al aeropuerto Mariano Matamoros, cerca de una barranca honda, cubierta por verdes y amarillos. El panteón tiene pocos sepulcros y es para pobres.

Estaban dando las 17:32 de la tarde en el panteón, el padre Alfonso Leija Salas dio una misa muy sencilla y emotiva para el Pavarotti, bendijo el cuerpo, le leyó algunos pasajes de la Biblia y remató con el Salmo 23, mientras al fondo, sobre la verde cordillera de los cerros, un cielo de ojos turistas estaba a punto de incendiarse.

Emma Yadira también se despidió del “indigente, ícono de Cuernavaca”, con el cual, a lo largo de veinte años, cruzó una mirada y cuatro o cinco palabras.

Violeta Luna, por su parte, dio a Héctor la única serenata de su vida, aunque él no la escuchara o, al menos, no la oyera como la oímos nosotros, los vivos.

Por las prisas, ya no se pudo organizar un entierro “chido”, como el que imaginó Don Cucurucho: “Las viudas del Pavarotti. ¿Te imaginas: once mil mujeres vestidas de negro, ¿llorándole, detrás de la carroza?”

Fue un sepelio triste el del 18 de octubre, pero consolaba la idea de que Héctor no sufriría más la indiferencia, ni el frío ni el hambre en las calles del centro de Cuernavaca. Por fin estaría en un lugar seguro, en su silencio definitivo de tres metros de profundidad.

Y sobre el puño de tierra, las mismas estrellas que todas las noches iluminaron su camino de abandono.

Emma Yadira pidió dar las gracias a las siguientes personas: Eduardo Mancera, Alberto Belmont Gutiérrez, Fabián Real Maldonado, Juana Ocampo Domínguez, Matías Quiroz Medina, Shany Pimentel, Funeraria Reséndiz, Taller de Carpintería Mario e hijos, Alfonso Leija Salas, Evita Hernández, Mario Galíndez Sánchez, Rodrigo Morales Vázquez, Marino Martínez Román, Violeta Luna y a la familia y amigos de Emma Yadira Catalán de la Rosa.

 

 

 

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Máximo Cerdio

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