Hemos medido nuestro entorno desde que somos humanos y estas mediciones nos han generado una gran cantidad de datos que se han convertido en el motor de la toma de decisiones en prácticamente todos los ámbitos. Desde la predicción de fenómenos climatológicos, hasta la formulación de políticas gubernamentales para atender diferentes problemas sociales, de salud o de seguridad, sin datos, las decisiones se basan en la intuición, la anécdota o el prejuicio, lo que lleva a resultados ineficaces o incluso perjudiciales. Los datos, cuando se recogen sistemáticamente y con estándares de calidad, ofrecen un espejo de la sociedad, de la economía, del medio ambiente o de la salud revelando diversos comportamientos y dando oportunidad a evaluar lo que funciona y lo que no cuando se implementan intervenciones para resolver un problema. Son la materia prima para el conocimiento, permitiendo a los investigadores, a los responsables de implementar políticas y al público en general entender fenómenos complejos y sus interconexiones. Por ejemplo, en el ámbito de la salud pública, los datos sobre tasas de enfermedades, acceso a servicios y factores de riesgo son vitales para diseñar campañas de prevención efectivas y asignar recursos donde más se necesitan.
Sin embargo, la mera existencia de datos no garantiza el éxito. Es necesario realizar una buena planificación para la recolección y tener sólidas herramientas estadísticas para el análisis que nos permitan pasar de tener simplemente "datos" a tener "buenos datos", particularmente en lo que respecta a su desagregación. Los datos agregados, aunque útiles para una visión general, a menudo ocultan disparidades significativas y tendencias subyacentes. Un promedio nacional puede enmascarar profundas desigualdades a nivel regional, socioeconómico o demográfico. Es la desagregación de los datos lo que pone de manifiesto estas diferencias, permitiendo una comprensión matizada, la identificación de grupos específicos que pueden estar desatendidos o en desventaja, y nos puede permitir discernir patrones significativos y tendencias emergentes.
Consideremos por ejemplo el ámbito de las políticas gubernamentales y el desarrollo social, un informe sobre la reducción de la pobreza a nivel nacional puede ser alentador, pero si no se desglosa por regiones urbanas/rurales, por grupos de edad o por origen étnico, es imposible saber si la reducción ha sido universal o si ciertos segmentos de la población siguen sufriendo la pobreza extrema. Los buenos datos, desagregados, permiten a los gobiernos identificar las áreas geográficas o demográficas que requieren mayor atención, evaluar la efectividad de programas específicos para grupos vulnerables y ajustar las estrategias para maximizar el impacto. Esto no solo mejora la eficiencia de los recursos, sino que también fomenta una mayor equidad y justicia social.
Los datos desagregados también son indispensables para anticipar y comprender tendencias. En el contexto de las economías, la desagregación de datos sobre consumo por tipo de producto, por rango de ingresos o por ubicación geográfica puede revelar cambios en los patrones de gasto mucho antes de que sean evidentes en los agregados nacionales. Esto permite a las empresas y a los responsables de la formulación de políticas adaptarse proactivamente a las nuevas realidades económicas. Del mismo modo, en el ámbito de seguridad, los datos desagregados permiten identificar con precisión quiénes son las personas más afectadas, en qué contextos y con qué tipo de violencia, por ejemplo, mientras los homicidios pueden afectar mayoritariamente a hombres jóvenes, las mujeres enfrentan en mayor medida violencia doméstica o sexual, y las personas de la comunidad LGBTIQ++ pueden ser víctimas de crímenes por prejuicio que no quedan reflejados en las estadísticas que solo se basan en los promedios. Desagregar estos datos por territorio, edad, sexo o tipo de delito puede permitir el diseño de estrategias de prevención más eficaces y asignar recursos de forma útil.
Finalmente, los datos guardados en la computadora de unas cuantas personas tienen una utilidad limitada, por lo que se vuelve necesario poner los datos a disposición del público en general. Cuando los datos están disponibles de forma detallada, los ciudadanos, los investigadores y las organizaciones de la sociedad civil pueden utilizarlos para identificar patrones, monitorear el progreso de políticas públicas, identificar deficiencias y con esta información basada en evidencia exigir responsabilidades a los gobiernos y otras instituciones, o bien, apoyar en la implementación de soluciones a los problemas que nos aquejan. Es por ello que hoy, más que nunca, es indispensable que el gobierno mantenga y aumente la cantidad y calidad de datos abiertos, ya que esto fomenta una gobernanza más participativa e informada, así como fortalece la transparencia y la rendición de cuentas, que al final de cuentas nos beneficia a todos.