El pueblo de Tetelpa dedicó un homenaje a Arturo Noguerón, fundador de bandas de viento y maestro de varias generaciones de músicos en la comunidad.
Zacatepec. El 7 de diciembre pasado, Arturo Noguerón Ochoa recibió un homenaje por haber fundado varias bandas de viento en Tetelpa y por haber inculcado la música en varias generaciones.
Ese domingo, poco antes de las cinco de la tarde, el maestro llegó a la capilla abierta de la parroquia de San Esteban apoyado en su bastón y acompañado por su esposa Sandra Luz Sáenz López. Iban de negro.
Se sentaron juntos en sillas de plástico y una de sus hijas arrimó una especie de atril y le puso un saxofón al maestro.
Arturo se extrañó, no por la cantidad de gente, porque era día de festejo religioso, sino por la gran cantidad de bandas y músicos vestidos de negro. Hacía muchísimo tiempo no tocaba en ningún grupo, pero su hija le había arrimado el sax.
Las bandas reunidas comenzaron a tocar “Las mañanitas” en honor a la Virgen de la Inmaculada Concepción, y siguieron con “En tu día”. Los diestros dedos de Arturo caminaron precisos sobre las llaves.
Al maestro le coyoleaban los cachetes soplando el sax, y seguramente imaginaba las tantas veces que desde su domicilio, ubicado frente a la parroquia, oía a la banda de viento y al pitero tocando tecuanes, a los cohetes que infartan a los perros de las ciudades y, desde luego, la alegadera de los borrachos en la esquina de su casa.
Después de las melodías de rigor, se le pidió al músico que se pusiera en medio y le señalaron una silla de plástico. El maestro de ceremonias leyó el reconocimiento que le daba el pueblo al maestro Arturo Noguerón Ochoa, nacido en Tetelpa el 1 de septiembre de 1943, por haber fundado varias bandas de viento en Tetelpa y por guiar a varias generaciones en el oficio de músico. Hubo aplausos.
Todo Tetelpa sabe que el maestro Arturo creó la banda Santa Cecilia, en donde él tocaba el sax; también formó la banda de viento San Esteban; después la Escuela de las Conchitas, puras mujeres, luego una mixta, La Guadalupana.
Hasta ese momento, el hijo predilecto de Apolo cayó en la cuenta de que estaba compartiendo festejo con la Virgen y sus ojos se iluminaron. Diez minutos después tomaría la palabra para agradecer la honra, pero en ese momento se concretó a sentarse y a escuchar las reseñas de las bandas que estaban presentes, y que eran como diez; además, leída la reseña, tocaban piezas de un repertorio que le habían dado al maestro de ceremonias.
En el intermedio, al maestro le entregaron un reconocimiento. Además de su legado como músico, Arturo Noguerón fue profesor y después director de la escuela primaria Vicente Guerrero, un centro escolar que era una galera, y que por gestión de Arturo y varios maestros compañeros, lograron que durante la administración de Antonio Rivapalacio el gobierno les edificara un edificio nuevo.
Noguerón Ochoa también fue relator de los “Tamalazos” o Representación de la Toma de la Alhóndiga de Granaditas en los campos de futbol, y en donde cada 16 de septiembre, indios y españoles se dan hasta por debajo de la lengua. Las crónicas del maestro Arturo Noguerón eran un verdadero espectáculo.
Estos y otros milagros se le atribuyeron a este hombre, y desde luego que este pueblo fiestero no dejó pasar la oportunidad.
Cuando terminó el homenaje, el maestro regresó a su domicilio muy contento; días después, en una entrevista relató sus impresiones.
Dijo que estaba sorprendido de que le hubieran hecho un homenaje, y cuando escuchaba que le tocaban se acordó que antes que comenzara a fundar bandas de viento era un teporocho: se juntaba con el “escuadrón de la muerte” de las vías y muchas veces lo vieron por las calles pidiendo dinero para comprar alcohol.
Nadie daba un peso por él, era la vergüenza de la escuela, de su familia y de su pueblo.
Por eso, cuando sus compañeros músicos tocaron en su honor, regresó muchos años atrás, cuando las 24 horas del día se le hacían pocas para seguir bebiendo.
Después que terminó la secundaria, su hermana Esperanza, que era profesora, le insistió tanto para que entrara como profesor que él aceptó: aunque le pagaban 150 pesos mensuales, continuaba tocando la guitarra, dando serenatas y bebiendo, que era lo que a él le encantaba.
Había aprendido a tocar el saxofón y la guitarra de puro oído, su papá fue saxofonista, la música y “lo música” lo llevaba en la sangre.
Con la compensación que le daban se inscribió en el Instituto de Capacitación del Magisterio, en Cuernavaca, y ahí terminó su carrera de profesor.
Después que le dieron su base, lo mandaron a dar clases a Temimilcingo, municipio de Tlaltizapán, y allá también le gustaba echar serenata y se volvió un experimentado catador de “Patancha”, un menjurje que él y sus camaradas preparaban con alcohol del 96 y Coca Cola.
En ese pueblo estuvo 7 años trabajando, viviendo y bebiendo, y allá también conoció a su esposa Sandra Luz Sáenz López, a quien enamoró con su guitarra, sus canciones y su voz de Orfeo. Al poco tiempo se casaron, sin el permiso de la suegra, que le auguraba a su hija una vida de sufrimiento al lado de un borrachal.
Anduvo deambulando en varias escuelas primarias hasta que regresó a Tetelpa, como maestro. Su alcoholismo iba en aumento y llegaba a faltar hasta 15 días. A veces, estando hasta las manitas, sacaba a sus hijas a la calle y hacía homenajes a la Bandera; las pequeñas lo veían como juego, la gente pensaba que aparte de borracho, el maestro se había vuelto loco.
Si hubiera habido ocho días de la semana, se las hubiera pasado bebiendo, era un maestro irresponsable, faltista, cuando llegaba a clase iba crudo o borracho todavía.
No faltó mucho para que lo reportaran y lo llamaron de la Dirección de Educación, de la Secretaría de Educación Pública, en Cuernavaca. Ahí le leyeron la cartilla y le dijeron que era su última oportunidad, de lo contrario, lo correrían. Lo mandaron a una zona de castigo, al Zapote, municipio de Puente de Ixtla.
Tenía que caminar como cuatro horas desde Tilzapotla hasta la escuela, pero para aguantar y animarse, el maestro se tomaba una botella de tequila.
En El Zapote era muy conocido, él no quería beber, pero los pobladores le invitaban, y como era profesor, se le hacía de muy mala educación rechazar una invitación, así que junto con algunos papás de los niños se ponía hasta las manitas.
Por aquellos años un amigo suyo lo invitó un grupo de Alcohólicos Anónimos. A principios lo rechazó y les dijo que él no necesitaba eso, que eran unos mandilones, que él bebía cuando quería, lo que quería y con quién quería, pero al tiempo se vio en la necesidad de acudir al grupo.
Como ocurre con muchos enfermos, el maestro pensó que le aplaudían porque sabía que era muy famoso y ejemplar, y cuando acabó la sesión, tenía seca la boca y la garganta y nomás estaba viendo a qué hora sacaban el pegue.
En el grupo le dieron el mensaje y le dijeron que sesionaban los sábados, y si quería dejar de beber, lo esperaban. El maestro Noguerón no entendió, pero le dejaron sembrada la semilla, que con el tiempo germinó y aceptó el mensaje.
“Una vez llegué el día de la quincena a mi casa en Tetelpa. En vez de ir a la cantina, pasé a comprar barbacoa al mercado, y cuando me paré en la puerta de mi casa, mi esposa se asustó mucho: iba en juicio, no iba borracho, como siempre; además, llevaba un bulto con comida. ‘Traje un poco de comida para ti y las niñas, vamos a comer’, le dije a mi mujer, que no salía de su asombro”, relató el profesor.
En 1985, el supervisor Pablo Medellín Morales le dijo que lo nombrarían director de la Escuela Primaria Vicente Guerrero, y le respondió que no, que de su pueblo no porque a pesar de que ya no bebía ni una gota de alcohol, la gente no olvidaba toda la estela de desfiguros que había dejado en cada calle y en cada rincón de Tetelpa, a lo que Pablo respondió que de castigo se iba a quedar en su pueblo: “ahí vas a pagar todo lo mal que te portaste. Tú debes luchar por levantar la escuela de tu pueblo”. No le quedó de otra más que aceptar, y desde ese momento se hizo más responsable con sus alumnos.
Como dicen en AA, el maestro Arturo comenzó a reparar daños o mejor: “a pagar todas las que debía”, y se convirtió en un profesor y director ejemplar.
Como director de esa escuela, tuvo la oportunidad de inculcar a los niños el amor por su pueblo y su patria y dar varios ejemplos de lo que debe hacer un ciudadano por su gente. Con lo que tenía a la mano puso en escena varias representaciones.
Dirigió y organizó a los niños de la escuela para que representaran la Toma de la Alhóndiga de Granaditas y los invitaron a otros municipios a dar este espectáculo.
En la época en que Lauro Ortega era gobernador, fueron a Cuautla a hacer la representación y también pusieron en escena varios episodios zapatistas, como la muerte de Emiliano Zapata, en la que cuando los soldados dispararon contra el general en la hacienda de Chinameca, mucha gente del público, principalmente señoras, se pusieron a llorar.
La gente de Tetelpa sabe muy bien la historia del maestro Noguerón, y relatan que hubo una época que hasta lo querían linchar porque organizó y solicitó que subieran el agua potable hasta la parte más alta del pueblo en donde había muchas familias que no la tenían. “íbamos por agua a los pozos o al apantle o al río, muy lejos. El agua le llegaba a la cintura a las mujeres, ahí lavaban la ropa y era peligroso. Me eché de enemigo a muchos y me amenazaron que me iban a matar, pero al final se pudo entubar el agua y ahora tenemos el líquido en todo el pueblo. Todos abrimos las calles, con pico y pala, niños, hombres y mujeres”, relató el profesor Noguerón Ochoa.
Sobre las bandas que fundó y en las que participó hay muchas anécdotas que la gente recuerda con gran cariño, porque el maestro se entregaba con pasión a lo que hacía.
Muchos de los grupos fueron muy exitosos y le guardan respeto y agradecimiento al profesor.
De todo esto y más se acordaba el maestro Arturo Noguerón Ochoa, el domingo 7 de diciembre que las bandas le tocaron y le agradecieron lo que había hecho por la música y sus habitantes en el pueblo.
Él, a su vez, le agradeció a Dios que no lo escuchó cuando en las profundidades más oscuras y desérticas de la cruda le pedía que se lo llevara, que ya no quería vivir así, que ya no quería andar dando lástima en las calles y avergonzando a su pueblo y a su familia.
