“Un nuevo linaje surge con el casamiento y mantendrá vivas las tradiciones, costumbres, creencias, rituales y formas de vida…”
Xoxocotla. En este municipio indígena se celebró el 12 de los corrientes una ceremonia llamada "Nenamictiliztli" (de namiqui o “unir, juntar o ajustar”), o amarre de tilma o casamiento.
Los contrayentes son Pedro Ortega y Elizabeth Medina.
La ceremonia comenzó desde las 8 de la mañana con el encendido del fuego sagrado, después el tlalmanalli, luego el temazcal, siguió con el amarre de tilma, la comida, la ceremonia, el cacao y cantos al fuego.
De acuerdo con la maestra Maritza Álvarez Martínez, miembro del Círculo de Danza Azteca Xoxotzin, estas ceremonias se realizan entre los miembros de las diferentes organizaciones de danza azteca y concheros, pero se ha extendido en personas que no practican la tradición, como una forma de compartir estos rituales simbólicos que están llenos de conocimiento.
La maestra Maritza explicó que durante esta ceremonia se une a una pareja en sagrado matrimonio con el propósito de dar vida y experimenten en dualidad los diferentes aspectos de la realidad, sobre todo aquellos en los que necesitamos ser complementados por nuestra contraparte dual.
En el Nenamictiliztli la pareja ingresa a un petate con el que se simboliza el tejido o entramado de relaciones y experiencias, que los llevaron a encontrarse, conocerse y a relacionarse.
En el petate debe estar dibujado el códice de pareja, que los caracteriza y que vislumbra su destino, estos símbolos se obtienen conociendo la fecha de nacimiento de cada uno de ellos en el Cauhpohualli o “cuenta del tiempo” de los antiguos Toltecas, para después sumar sus numerales y conocer todos los aspectos que han de dar fortaleza o debilidades a la unión. Estos símbolos están plasmados en el Códice Laúd.
La maestra Álvarez dijo que la ceremonia para unir a la pareja tiene una estructura secuencial muy bien definida, en la que participan los ancianos, los padres y personas relevantes para su unión matrimonial; esto, para iniciar a la pareja en una nueva forma de vida, donde cada uno ya no podrá visualizar su vida desde un sentido individual, por el contrario, en la mayoría de sus proyectos tendrán que reconocerse como una entidad dualizada desde el namictiliztli o casamiento.
Es imprescindible la participación de los ancianos y padres de la mujer y del hombre, porque unir a una pareja es también en muchos sentidos unir a dos linajes para crear uno nuevo.
Este nuevo linaje que surge con el casamiento mantendrá vivas las tradiciones, costumbres, creencias, rituales y formas de vida de cada linaje, y se espera que aquello que se ha cultivado desde generaciones pasadas por el trabajo y voluntad de los ancestros, logre su adecuada continuidad, principalmente los valores y conocimientos que han hecho trascender al hombre y la mujer a un plano de dignificación humana.
Maritza relató que como parte de la ceremonia, alrededor del petate se dispone un tlalmanalli u “ofrenda”, en la cual se distribuyen conjuntos de símbolos referentes al trabajo que debe desarrollar el Ciuahuac “hombre casado” y la Oquichuac “mujer casada”.
La finalidad de esta etapa de la ceremonia es hacer recordar a cada uno de ellos que la construcción de un hogar es responsabilidad de ambos, por tanto, habrá tareas muy específicas para el Tlacatl “el hombre” y para la Cihuatl “la mujer”. Las labores correspondientes a la naturaleza del hombre están encaminadas a la fuerza del Yaoquisque (guerrero) dando protección, mantenimiento y cuidado del hogar, y las de la mujer a las tareas relacionadas al Chantico o “calor de hogar”, protegiendo con amor, intuición y manteniendo unidos los lazos emocionales.
Otra parte estructural del namictiliztli es la entrega de los elementos que nos dan la vida. Al dar los elementos tierra, viento, agua y fuego se le hace presente a la pareja el trabajo que cada uno de ellos ejerce sobre nuestra vida cotidiana porque es indispensable nunca olvidar, bajo ningún motivo, cuál es nuestro verdadero origen y recordar que siempre se debe honrar todo aquello que nos posibilita existir. Esta parte de la ceremonia es fundamental, porque es muy frecuente que la vida en pareja se torna monótona e insípida debido a la cotidianidad que nos distrae del verdadero propósito de estar vivos, lo cual no debe suceder en ninguno de los dos.
“El Namictiliztli es una de las ceremonias más hermosas que existen en nuestras sagradas tradiciones de Anáhuac, porque se integran todos aquellos esquemas duales que portamos en nuestra naturaleza humana, por ello, el varón en su ropa vestirá con una tilma que se sujeta de su hombro derecho y desciende a los pies, simbolizando el plano cósmico o celeste, y la mujer vestirá un huipil en cuya falda se simboliza todo lo que nos rodea en lo sagrado femenino de Tonantzin Tlalli ´la Madre Tierra’. Por esta razón, la parte esencial y medular de la ceremonia consiste en anudar la tilma del varón con el huipil de la mujer, para que en ese amarre se consolide la unión que va más allá del tiempo, del espacio y de esta vida terrenal. Es una unión cósmica que quedará registrada en el manto estelar impregnando de luminosidad, energía y vitalidad a la pareja, para que se conduzcan con sabiduría, por un lado, y por el otro, se abrirán caminos y tenderán los surcos en los cuales se darán la abundancia, crecerán las flores y se darán frutos del trabajo de ambos, entre ellos los hijos, el hogar y los medios de vida”, explicó Álvarez Martínez.
Una vez entrelazada la pareja, se presentan ambos hacia los siete rumbos esenciales: Tlahuiztlampa (el oriente), Cihuatlampa (poniente), Mictlampa (norte), Huitztlampa (sur), Omeyocan (cielo), Tlalticpac (sobre la tierra), y finalmente Yollotzin (el corazón de los presentes), con el propósito de anunciar a las diferentes fuerzas creadoras del Universo que una nueva dualidad ha surgido para confirmar la viva presencia de Ometeotl, la dualidad creadora.
La ceremonia termina cuando la pareja sale de su petate y comparte con la familia y amigos las flores y frutos de su ofrenda, ésto con el ánimo de repartir parte de su felicidad, amor y entrega, concluyó la maestra Maritza Álvarez Martínez.