Sociedad
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Luis Gil Salgado

Con Luis Gil Salgado me pasó lo que con Felipe Varela y otros queridos amigos que el día de hoy ya no están físicamente en este mundo: tiempo para escucharlos, para disfrutar de su conocimiento, de su afecto, de su sentido del humor y de sus proyectos.


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 Luis y yo nos conocimos por voz. El 26 de junio de 2015 me llamó por teléfono para decirme que le había dado mucha risa un texto mío (El día que me confundieron con un perro) publicado en La Unión de Morelos, y me dijo que quería platicar conmigo de varios temas. Quedó de marcarme. (Si yo fuera el profesor Villalobos éste, que pretende ser un texto de dos cuartillas, se extendería a diez o veinte hablando de mí y de todos los halagos que recibí de Luis.)

Me llamó algunos meses después y quedamos de vernos, pero nunca me mandó su dirección y no me contestaba los textos que yo le enviaba por el mensajero de Facebook.

El 2 de septiembre de este año, a eso de las 4:30 de la tarde, recibí su llamada y quedamos de vernos al día siguiente, en su casa, en la colonia Los Tulipanes.

A las 10:30 de la mañana llegué a su domicilio. Por lo común yo tomó las fotografías de mis entrevistados, pero por esta ocasión me interesaba que alguien más captara a Luis platicando. Me acompañó la fotógrafa y reportera Silvia Lozano Venegas.

Desde que nos saludamos a la puerta de su casa, Luis me comenzó a disparar una ráfaga abundante de información:

“Mira. Cada planta que ves acá tiene una función. Esta la traje de Japón, mira. Ah, esta planta sirve para hacer tal tasa. El árbol que ves ahí se llama de esta manera y crece en tal y tal lugar…”.

Mientras Silvia tomaba las fotografías al cascarón de un Júpiter Jowett, Luis me invitó a pasar a su casa. Sacó muchas piezas de colección: estatuillas de diversos materiales, piezas arqueológicas pequeñas, dagas, un machete antiguo. Era un niño de más de 60 años mostrándome sus juguetes, un niño que no paraba de dar información.

“Este pergamino es muy especial –decía mientras desenrollaba una pintura con letras orientales e ilustraciones sexuales explícitas– lo usaban las madres de las señoritas para instruir a sus hijas sobre la sexualidad y el modo de complacer a los hombres; aquí en México podría resultar pornográfico pero allá no, mira, es un trabajo impecable, muy bien hecho…”.

Después salimos al patio, donde la fotógrafa seguía documentando aspectos de un auto inglés.

Luis me señaló un pretil del portón de la entrada y dijo que cada pieza tenía una historia.

“Me gustaría una foto con cada una de mis piezas. Luego vamos a hablar de eso. Te voy a contar la historia de cada una. Pero antes te voy a llevar a un lugar donde hay huesos de mamut y de dinosaurio, yo sé dónde es, te voy a llevar, verás”.

De ahí nos fuimos a su despacho y comenzamos la entrevista con él y su hijo Sharaku que se publicó el 12 de septiembre de 2016

El 9 de septiembre Luis me mandó un mensaje en el que me preguntaba cuándo saldría el reportaje y yo le contesté que lo iba a mandar el domingo 11, que a lo mejor el lunes 12, pero que eso dependía del editor. También le dije que le avisaría cuando supiera la fecha de publicación.

El lunes 12 puse en el muro de mi amigo y su hijo el reportaje titulado “El viaje de Sharaku” (www.launion.com.mx/morelos/sociedad/noticias/95271-el-viaje-de-sharaku.html) y a él y su hijo les puse un mensaje en el privado diciéndoles que buscaran la edición impresa.

Ese día a las 9:40 Sharaku me escribió: “Lamento informarte que mi padre falleció” y en otros: “Le hubiera gustado mucho leerlo”, “Te agradezco lo bien que le hizo sentir tu visita la semana pasada. Gracias”.

Luis Gil Salgado fue enterrado el 16 de septiembre de 2016 después del medio día, en el panteón de Totolapan, lo acompañaron sus familiares y amigos. El 11 de septiembre por la tarde noche, un hombre entró a su casa, le clavó un cuchillo en el cuello y salió. Fue una víctima más de la imparable inseguridad que hay en el estado desde hace más de seis años.

Yo creo que las personas que nos han enseñado a ver el mundo de otra forma, con su amor, con su conocimiento, los que han compartido con nosotros lo poco o mucho que tienen, nunca se van del todo: viven en nosotros, en lo que construimos, en lo que dejamos a los demás. Gracias por todo y descansa en paz, amigo Luis Gil Salgado.

 

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Máximo Cerdio

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