Sociedad
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El Popol Vuh de Leonel Maciel

Cuernavaca, Morelos.- “Voy a hacer un códice, voy a hacer mi Popol Vuh”, amenazó Leonel Maciel hace una semana que fui a visitarlo. No estaba con el puro en la boca y el mezcal en la mano, como dicen por ahí algunas personas que anda con frecuencia el pintor guerrerense; esa vez tenía en la mano dos cuadernitos en los que había dibujado trazos negros, algunos en forma de personas: yo imaginé a un criaturón rayoneando al cuerpo humano con palitos.

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Me contó muy emocionado la idea. Le brillaban los ojos y le coyoleaba la garganta cuando comenzó a soltar algunos detalles del proyecto, de la versión del Popol Vuh del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que era sobre la Maciel construiría su propia historia del mundo.

“Ya tengo los bocetos, ahí están, ya quiero comenzar. Lo tengo. La idea es regresarlo a su condición original, volverlo códice, es mi versión. Yo vivía en Europa cuando lo leí, a Miguel Ángel Asturias y entre su obra me encontré su versión. Pero esa es la piel, debajo de las palabras hay más y a eso es a lo que yo quiero llegar. Voy a buscar la historia del mundo debajo de esa escritura. En agosto de este año se podrá visitar en el Museo de Arte Indígena Contemporáneo, de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos”.

El Popol Vuh (del k'iche' popol wuj: 'libro del consejo' o 'libro de la comunidad'; de popol, 'reunión', 'comunidad', 'casa común', 'junta' y similares; y wuj, 'libro'), compuesto por relatos que sobre el origen del mundo, dicen por ahí, primero fue verdad, después memoria, palabra, luego pasó a ser pintura en los códices mayas, posteriormente fue destruido y regresó a la memoria de los indios.

Hay un manuscrito bilingüe redactado por fray Francisco Ximénez, quien se identifica como el transcriptor (de la versión en maya quiché) y traductor de un libro antiguo. En base a esto se ha postulado la existencia de una obra escrita alrededor del año 1550 por un indígena que, luego de aprender a escribir con caracteres latinos, capturó y escribió la recitación oral de un anciano. El manuscrito del padre Ximénez contiene el texto más antiguo conocido del Popol Vuh. Está escrito de forma paralela en k'iche' y español, como se ve en el recto y verso del primer folio. Fray Francisco Ximénez transcribió y tradujo el texto en columnas paralelas de maya quiché, o k'iche', y español. Más tarde elaboró una versión en prosa que ocupa los primeros cuarenta capítulos del primer tomo de su Historia de la provincia de Santo Vicente de Chiapa y Guatemala, que empezó a escribir en 1715.Los trabajos de Ximénez permanecieron archivados en el Convento de Santo Domingo hasta 1830, cuando fueron trasladados a la Academia de Ciencias de Guatemala. En 1854 fueron encontrados por el austríaco Karl Scherzer, quien en 1857 publicó el primer tallado de Ximénez en Viena bajo el título primitivo Las historias del origen de los indios de esta provincia de Guatemala. El abate Charles Étienne Brasseur de Bourbourg sustrajo el escrito original de la universidad, lo llevó a Europa y lo tradujo al francés. En 1861 publicó un volumen bajo el título Popol Vuh, le livre sacré et les mythes de l'antiquité américaine. Fue él, pues, quien acuñó el nombre Popol Vuh.

 

Jueves 16 de junio, el comienzo de caos

El pintor veló sus armas por varios días. Lleva sus pinceles y sus pinturas. Dentro su bóveda craneana le revolotean las figuras como murciélagos, los bocetos son en realidad jaulas para que las sombras no escapen, también algunos colores como el rojo y el verde. Se dirige a la casa de su hermano, Carlos, en Cuernavaca, en la que vivió el escritor, sociólogo, psicólogo, filósofo y humanista judío alemán Erich Fromm, “porque es más grande y tiene un espacio enorme y mucha luz donde puedo pintar”.

La idea original es tender sobre el piso un lienzo de papel Arches de 400 gramos, de 1 metro 50 centímetros de ancho por 10 metros o hasta lo que dé, puede ser menos, puede ser más. La técnica que usará es gouache o acrílico.

Leonel habla y habla mientras avanzamos en taxi desde su domicilio en San Antón hasta Rancho Cortés, son las 10:45 de la mañana. Parece que platicara, pero es un monólogo por el que el chofer y yo a veces nos asomamos. Su atención está en la pintura que va a comenzar y que seguramente ha repasado una y mil veces.

Una vez que entramos a la casa de un amplísimo jardín, nos instalamos en el recibidor y él pone una mesa larga donde acomoda sus pinceles y sus pinturas. Saca un rollo de papel y lo va extendiendo sobre la mesa larga. El vacío aparece como algo que se extiende más allá de los diez metros del lienzo, camina por el pasto y se dispara contra las nubes y se pierden en el azul de los ojos de una gringa.

Detrás de la mesa el mural “Los placeres divinos y terrenales”, del propio pintor, inaugurado el año pasado, era una selva de lujuria.

El diablo y las hullas

Maciel había invitado a dos personas para que le ayudaran a transportar sus herramientas a la casa de su hermano, pero justamente el jueves 16, por la mañana, un accidente ocurrido a un familiar de los colaboradores dejó solo al pintor.

El Diablo levantó la pierna con pata de gallo y quiso hacer de las suyas. Quiso impedir que Leonel construyera el mundo, pero él redobló esfuerzo y pudo llegar al sitio donde comenzó su enorme tarea.

 

El jaguar

Balam es un animal sagrado entre los mayas, es símbolo de la oscuridad y de la luz. “Era una especie de espíritu protector de las milpas y sus cultivos. A ellos encomendaban sus extensiones de territorio de cultivo y eran quienes intervenían con las deidades superiores para conseguir beneficios para sus campos. Cuando la tierra se tornaba árida, era momento de pedir al Balam que interviniera con Chac para que del cielo descendieran los torrentes de agua necesarios para que los frutos surgieran de la tierra”, se puede leer el algunos libros sobre mitología prehispánica.

Desde que Maciel tendió el lienzo sobre la mesa, puso de pisapapeles un jaguar chiapaneco de barro, pero conforme las actividades se fueron volviendo más serias y calladas, el objeto se volvió una especie de guía para que el humildísimo dios ensombrerado, enchanclado y enchorado en el que se convirtió el artista guerrerense, pudiera hallar esa historia que se le metió por los agujeros de la nariz mientras dormía y que, seguramente, lo obligó varias veces en la madrugada a levantarse para hacer unos trazos de niño en algún cuaderno.

 

En un principio todo era vacío

Leonel entró al vacío del lienzo con un pincel manchado de tinta negra, y comenzó a realizar los trazos. De ahí, las formas y colores comenzarían a bajar de su pensamiento y correrían por sus circunvoluciones de su cerebro, sus memorias, los recuerdos de todos sus sentidos y bajarían por la mano hasta el dedo pulgar que le recordó que algún día fue un chango con un miedo terrible a bajarse del árbol.

Las líneas fueron tomando forma hasta convertirse en los primeros abuelos. Flacos, con los bracitos talguatudos, con bolas en la espalda que eran son sus vértebras y su nariz maya, panzones. “Así fueron nuestros primeros abuelos”, dice.

“Mira aquí van los animales, el venado, el alacrán, los animales del mar, mira, ya más adelante vas a ver”, platica, no para quienes vemos cómo va a avanzado sobre el vacío, sino para sí mismo, porque no basta sólo con tener la figura, hay que nombrarlos para que existan, como Adán lo hizo con lo que fue encontrando a su paso en el Paraíso.

La superficie se va abriendo al paso de la pintura. Está la madre ceiba y algunos hombres muy básicos, porque así fueron los primeros hombres; también el maíz, sí sagrado, y la flora. Pero también otros monos, ahora como petroglifos, como hombres con cascos, pero son hombres, piedras. “Ahí están los gemelos, míralos, son unos cabrones, echando cerbatanazos”.

 

Viernes 17

Leonel dejó descansar a sus pensamientos, y el segundo día continuó su obra.

Mientras le brilla la mirada, Leonel vuelve a platicar para él. Nosotros le contestamos, pero con toda seguridad él sólo escucha rumores. A veces pareciera rezar sobre los dibujos que va trazando. Sobre todo en este momento en que representa una matanza con tinta roja.

Ahora sí, el Lucero de la Mañana:

“He aquí las generaciones, el orden, de todos los gobiernos que tuvieron su alba en Brujo del Envoltorio, Brujo Nocturno. Guarda-Botín, Brujo Lunar, nuestros primeros abuelos, nuestros primeros padres, cuando se mostró el sol, cuando se mostraron la luna, las estrellas. He aquí que vamos a comenzar las generaciones, el orden de los gobiernos, desde el origen de [su] tronco hasta la entrada [en funciones] de los jefes, y cuando entraba [en posesión del cargo], cuando moría, cada generación de jefes, de abuelos, con la jefatura de toda la ciudad, cada uno de los jefes. He aquí que se manifestará el rostro de cada uno de los jefes, he aquí que se manifestará cada rostro, de cada uno de los jefes quichés.”

A dios le llevó seis días construir este mundo, a Leonel le llevó dos. Su Popol Vuh no tiene gravedad, igual comienza por la izquierda que por la derecha, de arriba hacia abajo o viceversa, o tal vez del centro, que es el quinto punto cardinal según los mayas.

 

Epílogo perruno

Leonel Maciel saca al jardín el códice y lo pone sobre el pasto para que la firma se seque y para contemplar su obra, como seguramente el dios de los cristianos lo hizo después de terminar su mundo. De pronto, una loba pasa sobre la superficie del lienzo.

“Xólotl, es el dios del ocaso, el que ayudaba a los muertos en su viaje al Mictlán. Ahora ya sé quién me va a acompañar al inframundo”, concluyó el pintor.

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Máximo Cerdio

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