Anthony Joab Olivera
Universidad Autónoma del Estado de Morelos.
A diferencia del pasado, el miedo se ha transformado conforme a las condiciones sociales modernas. Para Zygmunt Bauman, el miedo contemporáneo tiene un carácter derivativo y se extiende de manera racional entre los individuos. El primero de estos miedos se relaciona con la vulnerabilidad física del cuerpo, como las enfermedades o cualquier forma de daño biológico.
Otro miedo proviene de la fragilidad del orden social y de la inseguridad de la vida cotidiana: la amenaza de perder el empleo o de ver alterados los procesos que sostienen la normalidad. El tercer miedo alude a la pérdida o disolución de la identidad, vinculada a la clase, el género, la etnia o la religión.
Todos experimentan estos miedos, en mayor o menor grado. Sin embargo, Bauman destaca el papel del Estado en su reducción, pues su función esencial es brindar certeza y seguridad. Pero ¿qué ocurre cuando el Estado no cumple con esa tarea?
Un ejemplo claro es México, donde los ciudadanos están expuestos de manera constante a diversos temores debido a la incapacidad de las autoridades para garantizar el orden. Quienes viajan en transporte público enfrentan el riesgo de un asalto o un accidente. Incluso, situaciones antes impensables hoy forman parte de la dimensión del miedo: la explosión de una pipa de gas, un socavón en la carretera, el desplome de un puente, el derrumbe de un edificio inhabitable o el colapso de una vía del metro.
La percepción de inseguridad también revela un miedo latente. Ya no solo se teme a los delincuentes, sino también a las propias autoridades. Para las mujeres, la posibilidad de secuestro, acoso o violencia se ha vuelto una realidad cuando salen de casa. El reclutamiento forzoso por parte del crimen organizado, antes visto como mito, hoy aparece como una maquinaria capaz de alcanzar a cualquiera. Comerciantes y transportistas, en gran parte del país, viven bajo la amenaza constante de la extorsión.
En el plano personal, las nuevas generaciones temen a las condiciones laborales: empleos sin seguridad social, salarios bajos, precios de vivienda en aumento y la imposibilidad de acceder a una pensión digna.
El miedo en la población está tan arraigado que la mayoría vive su propia versión personalizada. Lo más aterrador es la manera en que se ha interiorizado, al punto de volverla parte de lo cotidiano. El individuo vive sorteando los diferentes miedos, esperando no ser el siguiente número en las estadísticas. La existencia se reduce a la esperanza de ser la excepción. Precisamente en eso consiste la suma de todos los miedos: el día de mañana, se sabe, podría ser cualquiera.