La administración, como ciencia, ha destacado permanentemente que el miedo o resistencia al cambio ha sido uno de los principales obstáculos para la mejora de las organizaciones. Las personas y los sistemas han venido funcionando de una manera habitual, rutinaria, durante muchos años, de tal forma que cualquier modificación a su forma de hacer las cosas causa incertidumbre o resistencia.
Para las personas que tenemos creencias arraigadas, que siempre hemos seguido patrones de conducta aprendidos o consolidados a lo largo de nuestras vivencias y contextos, asumir nuevas pautas de pensamiento o acción es difícil, aun cuando estas ideas o patrones, ya arraigados, generen momentos críticos. Es el caso de quienes padecen alcoholismo y sufren sus consecuencias. Pudieron haberse evitado éstas, si hubieran cambiado a tiempo.
Incluso, hay eventos que suceden y nos avisan que debemos cambiar ciertas ideas o actitudes. Por ejemplo, la falta de cuidado o cortesía al conducir puede ocasionar incidentes o accidentes o, cuando tratamos mal a la gente, ésta se puede negar a colaborar con nosotros. El problema es que no siempre captamos estas señales, seguimos cometiendo los mismos errores. “Tropezamos dos veces con la misma piedra”, como dice la sabiduría popular.
En las empresas, la inercia organizacional, las políticas, procedimientos, los procesos estandarizados, generan zonas de confort de las que resulta difícil moverse. La gente y la organización se acostumbran a hacer siempre las cosas de la misma forma. Una parte importante de ese miedo se debe a la falta de capacitación: la gente teme hacer cosas nuevas o diferentes, porque no sabe hacerlas.
Otra parte de ese miedo es la falta de confianza o acompañamiento que muestran los jefes en sus colaboradores, al no permitirles o estimularles a tomar decisiones o asumir mayores responsabilidades. Es más, los regañan si se atreven a pensar. Son empresas en las que solamente el jefe piensa. Por eso, no existen estímulos para nuevas iniciativas o para que las cosas se hagan de manera diferente.
No podemos esperar resultados distintos si seguimos haciendo las cosas siempre igual. Si queremos mejorar nuestras vidas y nuestras organizaciones, hay que desarrollar una buena disposición para cambiar. En las empresas, la capacitación, el acompañamiento y la confianza en la gente son la mejor forma de que las personas pierdan el miedo al cambio y desarrollen la disposición y el gusto por superarse.