Sociedad
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Todo por un abrazo


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En 2020 el covid-19 impidió que se programaran viajes de familiares de migrantes a Estados Unidos; se reprogramaron los viajes de 60 papás y mamás que tenían ya día y hora de su vuelo, incluso desde 2019.

El 9 de noviembre fue el último viaje de regreso a México de los papás de los migrantes que fueron a California, protegidos por el Programa Corazón de Plata. Vuelo DL 607 por Delta Air Lines con hora de salida a las 11:30 de la mañana, hora de los Ángeles, California, Estados Unidos.

No hubo nuevas citas en la embajada norteamericana durante todo el año, los viajes se reprogramaron por la contingencia generada a causa del coronavirus, que obligó a cerrar las fronteras por algunos meses.

Trece adultos mayores estuvieron un mes con sus hijos e hijas en diversas ciudades en Estados Unidos.

El viaje de ida (vuelo DL 615 por Delta Air Lines con hora de salida a las 9:10 de la mañana, hora de la Ciudad de México) el 9 de agosto fue muy complicado porque ninguno había salido de México; dos apenas habían visitado Puebla o la Ciudad de México, la mayoría no había puesto un pie fuera del estado.

Tampoco sabían lo que era un aeropuerto ni habían viajado por avión. Seis adultos mayores necesitaban sillas de ruedas, otros no escuchaban bien ni veían y otros no sabían leer.

-Le encargo a mi madre, tiene 84 años y tienen que ponerse la insulina a las 9.10 de la mañana. No ha aprendido bien a inyectarse, ojalá usted se la ponga o pida que se lo pongan en el avión, pidió un hombre, frente a la camioneta que llevaría a los morelenses al aeropuerto internacional Benito Juárez en la Ciudad de México.

Ninguna sobrecargo quiso tocar con las manos (incuso con guantes de látex) a la anciana con diabetes, lo tenían prohibido. Ayudada por sus compañeras de viaje, se metieron al baño y ahí ella misma se inyectó la insulina.

La entrada fue aparatosa. Los adultos mayores se incorporan a las mismas filas que las demás personas “normales” y son lentos. Pasan los arcos con pedazos de metal como hebillas, zapatos con casco, cadenas, llaveros, cortaúñas, y tienen que regresar y entorpecen la circulación. Después de varias veces por fin lograron llegar al pasillo general y una vez que todos estaban completos, incluyendo a los que los transportaban en sillas de ruedas, se dirigieron a la sala donde de donde saldría el avión hacia el Aeropuerto Internacional de los Ángeles, California.

El desembarco en Estados Unidos fue también accidentado. Se tienen que llenar formatos migratorios y de salubridad que a veces están en inglés y algunos viajeros no saben leer ni escribir.

Lo más complicado es la revisión con los policías migratorios. Preguntan en inglés o en un español poco entendible: sospechan que los adultos van a quedarse a trabajar en su país; que son guerrilleros; que pertenecen a alguna pandilla de adoradores de la Santa Muerte, que son narcotraficantes; o de plano que están muy feos para andar viajando a su patria de gente blanca y con cualquier pretexto los retienen, a pesar de que llevan visa y pasaporte.

Una vez pasando este filtro, a veces humillante, de agentes migratorios, está la libertad en un país de grandes autopistas y carreteras, de letreros en inglés; pero también están los hijos amados esperando ser abrazados por sus padres.

El día 9 de noviembre regresamos a las 8 de la mañana de Santa Ana. Llegamos en 40 minutos al aeropuerto, donde hubo dificultades porque no había sufrientes sillas de rueda y los hijos habían comprado a dos de las mujeres andaderas para adultos mayores y les habían mandado al menos con cuatro bolsas de mano, cuando una de las reglas del viaje es ir y regresar con una bolsa de mano y una maleta que quepa en el portaequipaje superior del avión, ya que es complicado para el pasajero desplazarse y este volumen adicional se documenta y cuando la aeronave llega a su destino hay que esperar a que la maleta o andadera pase por la banda donde se recoge el equipaje, lo que puede tardar incluso horas.

-Ni modo que yo deje todo lo que mis nietos me quisieron regalar -dijo una mujer a la que su familiar la mandó con maletas adicionales y una andadera.

-Si no pasa que se queden con ella, pinches güeros –dijo la mujer de la segunda andadera.

-Yo ya me quería venir. Extraño mi casa, conozco mi casa, donde está la cocina, la sala, mi recámara. Salgo a la tienda y me encuentro con mis amigas y mis comadres, conozco hasta los gritos de los borrachos que se ponen a beber los viernes en el barrio.

Aunque para entonces el contingente morelense ya conocía los pasillos y los asientos de los aviones, no se acostumbraban al extraño momento de despegar del suelo en ese aparato enorme de más de 100 pasajeros. Menos a las zonas de turbulencias y al aterrizaje: las oraciones a San Judas, la Virgen de Guadalupe y a Jesucristo se escuchaban en varios asientos contiguos.

Llegamos porque llegamos. Las andaderas fueron entregadas misteriosamente por las sobrecargos a las dueñas, la mujer de las cuatro bolsas ya estaba esperando afuera del último filtro y sólo quedaba una de las pasajeras que en el último minuto cometió el error de documentar una bolsa que cabía debajo del asiento del pasajero de enfrente.

-Es que no le entendí, me habló en inglés y yo pensé que me estaba diciendo que dejara mi maleta, así que la dejé. Qué bueno que me alcanzó con el comprobante, se justificó la mujer parada en la banda número 3 mientras esperaba una mochila pequeña. Una vez que la banda se la puso enfrente la tomó y nos formamos en la fila del último filtro del equipaje de mano; pasamos éste y nos dirigimos al pasillo general donde nos estaban esperando todos los de nuestro grupo, para que regresáramos a Cuernavaca.

Después de poco más de dos hora de viaje llegamos y los hijos de los migrantes ya estaban esperando a sus padres, de vuelta, sanos y salvos.

De Morelos a Estados Unidos y viceversa, viajaron sesenta papás y mamás en todo el año 2020; sólo esa cantidad gestionados por la Federación de Clubes Morelenses, según el presidente de esta organización Juan Seiva García.

De acuerdo con Juan Seiva, aún no hay citas en la embajada norteamericana para obtener la visa y viajar a Estados Unidos. Esperarán a que la pandemia por el coronavirus esté controlada; el riesgo es mucho si se considera que la mayoría de los adultos que viajan amparados en este programa tiene más de 55 años y son hipertensos o tienen diabetes.

El miércoles 26 de agosto a las 9:20, en el vuelo 686 de Aeroméxico salió del aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México rumbo al aeropuerto O’ Hare de Chicago, Estado Unidos, el primer grupo de veinte padres de migrantes morleses que radican en esta ciudad norteamericana, coordinado por la Federación de Clubes Morelenses, después de que su vuelo fuera suspendido en mayo de este año por el cierre de fronteras debido a la contingencia del covid-19.

Los adultos mayores que habían obtenido su visa norteamericana el año pasado por medio del programa Corazón de Plata, operado por la Secretaría de Desarrollo Social del gobierno del Morelos, arribaron de diferentes municipios y teníandiez o más de 30 años de no ver a sus hijos y muchos no conocían a sus nietos.

Sesenta papás y mamás esperan que les den día y hora para la entrevista consular. Tienen la esperanza de ver a su familia, a los nietos que sólo conocen por videollamadas en el celular; saben que es muy peligroso por el mortal virus, pero  a muchos no les importa con tal de “abrazar y ver aunque sea por última vez a sus hijos e hijas”.

 

 

 

 

 

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