Sociedad
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CHICAGO: El queso, los chiles, los aguacates, el perro, la mujer policía y María


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Viaja a esa ciudad norteamericana el primer grupo de padres de migrantes durante la contingencia del coronavirus.

Chicago, Illinois. Estados Unidos.- El miércoles 26 de agosto a las 9:20, en el vuelo 686 de Aeroméxico salió del aeropuerto Internacional Benito Juárez de la ciudad de México rumbo al Aeropuerto O’ Hare de Chicago, Estado Unidos, el primer grupo coordinado de veinte padres de migrantes morelenses que radican en esta ciudad norteamericana, después de que su vuelo fuera suspendido en mayo de este año por el cierre de fronteras debido a la contingencia del covid-19.

Los adultos mayores que habían obtenido su visa norteamericana el año pasado por medio del programa Corazón de Plata operado por la Secretaría de Desarrollo Social del gobierno del Morelos arribaron de diferentes municipios y tenían de 10 a más de 30 años de no ver a sus hijos y muchos no conocían a sus nietos.

En el aeropuerto mexicano las medidas de seguridad en los cuatro o cinco filtros incluían cubreboca bien puesto en todo el aeropuerto, toma de temperatura, sana distancia en los turnos y uso de gel para las manos. Aunque este procedimiento retrasaba a los pasajeros, la poca afluencia en el puerto aéreo posibilitó que los usuarios pasaran por los filtros sanitarios y de seguridad de una manera rápida.

A su vez, la Ciudad de los vientos está en la fase 4 de la contingencia por el coronavirus y se continúa manteniendo el distanciamiento social y el cubrebocas; entre los negocios y servicios reactivados están la atención dentro de los restaurantes y bares; museos y zoológicos; salas de concierto; campamentos de verano; reuniones de hasta 50 personas en espacios cerrados y 100 en espacios abiertos. Las escuelas continúan cerradas y hay clases en línea.

El vuelo salió puntual hacia el aeropuerto internacional O’ Hare. Aunque con algunos contratiempos, a las 15:20 de la tarde los adultos mayores estaban ya en Chicago, sentados en el autobús que los trasladaría a un salón, donde serían recibidos por sus hijos y nietos. El presidente de la Federación de Clubes Morelenses, Juan Seiva García, les había dado la bienvenida y los adultos mayores por fin se sentían seguros.

En 15 minutos el camión de pasajeros con los familiares de los migrantes arribó al salón donde los hijos, que habían pagado para que sus papás llegaran desde marzo de este año, los esperaban anhelantes.

El grupo descendió del autobús y uno por uno fueron recibidos dentro del edificio. Hubo aplausos, abrazos y lágrimas de alegría. Los hijos e hijas volvieron a ver a sus padres y los nietos y nietas conocieron a las abuelas y abuelos que sólo habían visto por videos.

Las personas de la tercera edad estarían con sus hijos hasta finales de septiembre; luego regresarán a sus lugares de origen.

 

LOS CONTRATIEMPOS

Nadie de los papás y mamás puede llevar líquidos o gases inflamables (gasolina, pintura, cargas de gas); armas de fuego o explosivos (munición, fuegos artificiales, bengalas, pistolas paralizantes); productos domésticos o industriales (cloro, aerosoles, mercurio o solventes); cerillos o encendedores; corrosivos (ácidos, baterías mojadas, etc.); irritantes, materiales magnetizados; materiales oxidantes (como peróxido); materiales radioactivos; sustancias químicas; portafolios o maletines con mecanismos de alarma, venenos, oxígeno, extinguidores de fuego y otros cilindros de gas comprimido; baterías de ion-litio, incluyendo aquellas instaladas en patinetas eléctricas, ruedas de auto equilibrio y scooter eléctricos; equipos Samsung Galaxy Note7.

A esto hay que agregar que tampoco se puede llevar comida, frutas, verduras, quesos, tamales de pescado, jumiles, tortillas azules hechas a mano en Tepoztlán, itacates, memelas, tlacoyos, chicarrón de cerdo, todos estos artículos prohibidos se quedaron en los filtros del aeropuerto en la Ciudad de México. Aun cuando a los padres se les avisa que hay aparatos de rayos x que detectan todo, no lo creen y llevan escondidos artículos que violan las leyes sanitarias o de seguridad.

Muchos de los adultos mayores tienen problemas auditivos o mala vista y algunas enfermedades como diabetes, hipertensión o lesiones que nos les permiten desplazarse correctamente. Necesitan ir al baño cada media hora.

“¡Por favor, avísenme si van al sanitario; y cuando regresen también!” Sólo dos o tres hicieron caso.

Además es necesario repetirles constantemente dónde están, hacia donde arribarán, qué hora es, qué tiempo estarán allí y cómo es el lugar a donde irán. Coronan estas incertidumbres el miedo a volar.

Media hora antes del despegue y después de pasar lista cada 20 minutos, hacía falta un pasajero. No estaba en la sala 52 ni en la contigua; tampoco en los sanitarios ni en las tiendas.

Se reportó este incidente con los organizadores y se dio aviso al personal de seguridad del aeropuerto. El nombre del pasajero fue voceado varias veces. No aparecía.

Cuando los pasajeros estaban haciendo fila para abordar, apareció un hombre delgado buscando a sus compañeros.

-¿Es usted fulano de tal?

-Sí. Es que quería un café y una torta, pero aquí el café costaba cincuenta pesos y la torta ciento veinte y me fui a buscar más barato pero no encontré…

María tiene diabetes y requería aplicarse insulina a las 9:30. Dentro del avión se solicitó ayuda a las sobrecargos pero la negaron porque dijeron que no podían mantener contacto físico con los pasajeros. Buscamos entre las mujeres quién podía ayudarnos pero nadie sabía; por fortuna la propia María dijo que ella había estado practicando inyectarse sola y, dentro del sanitario de la aeronave se pudo aplicar el medicamento.

Debido a la contingencia sanitaria Aeroméxico no da sus tradicionales lonches. Los pasajeros sólo recibimos una bolsita con 13 cacahuates y una bebida de coco con sabor a desinfectante. Mal para varios morelenses que habían salido desde su lugar de origen a la una de la madrugada, habían llegado a Plan de Ayala en Cuernavaca, Morelos, a las tres y al aeropuerto a las seis y media, y de ahí a las 9:20 de la mañana, con el estómago vacío.

Durante el vuelo las azafatas repartieron formatos donde vaciábamos información sanitaria sobre nuestro estado de salud actual y de tres meses anteriores, sobre nuestros viajes a “China” y otros detalles que, por supuesto negamos.

En esta etapa del viaje debieron repartir formatos donde se deben anotar los datos generales del pasajero, número de pasaporte, aerolínea, vuelo, dirección y teléfono de quien los recibe, si va en plan de negocios, si lleva más de diez mil dólares, etcétera. No entregaron estos documentos y, debido a la contingencia sanitaria por el coronavirus se podía entender que no los necesitarían, pero más que dispensa fue olvido.

 

EL QUESO, LOS CHILES, LOS AGUACATES, EL PERRO LA MUJER POLICÍA Y MARÍA

Bajamos del avión y nos dirigimos a la revisión final. En la entrada una agente de migración nos ordenó que llenáramos los formularios escritos en inglés que la azafata debió entregarnos durante el vuelo. Llenar uno es tardado, llenar veinte nos llevó más de 40 minutos.

Veinte personas de más de sesenta años y una mujer angustiada que no pertenecía al grupo de adultos mayores esperaban en fila que yo les ayudara a llenar ese formato para entrar a Chicago. Uno por uno, los hombres y mujeres fueron pasando junto a mí con su pasaporte para anotar los datos, como la fecha de nacimiento y numero de los documentos. Con la esquina del ojo vi a una mujer de la Policía Migratoria altísima, rubia. Llevaba un perro pinto, orejón, pasándolo por cada uno de los migrantes. El silencioso can se detuvo frente a María, una mujer menudita que llevaba una bolsa apretada en su regazo; la olisqueaba con insistencia. “Marcaba”, dirían los adiestradores. Con frases en inglés la oficial le dijo a la mujer que abriera su maleta y extrajera lo que llevaba. María no entendió y la oficial tuvo que repetir la orden en un español quebradizo. La mujer mayor sacó una bolsa, dentro de ésta dos más, en una llevaba varios chiles verdes y dos aguacates y en la otra un pedazo de queso. La policía sonrió y le ordenó que se los entregara, le dijo en español que esos artículos estaban prohibidos y que no sabía cómo los había podido pasar; abrió una bolsa de plástico que llevaba en una cartera, dejo que María metiera los “regalos” para su hijo, cerró la bolsa y se marchó, moviendo la cabeza de un lado a otro; el perro la seguía a un lado, muy orgulloso por haber detectado el cargamento clandestino, a unos metros de salir a la libertad en territorio estadounidense.

Sin problema y después de comprobar nuestros datos, el policía migratorio nos entregó nuestros documentos y salimos de aeropuerto O’ Hare. Un autobús nos esperaba para llevarnos a nuestro destino final.

 

 

 

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