Sociedad
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Libros en los camiones

TXT Daniel Zetina
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Un viernes hace como cinco años estaba yo bastante triste y algo desesperado por dinero. Ya vivía en Querétaro y aún no encontraba qué hacer de forma constante. Como mi prioridad desde hace 15 años es ser papá y no creo haber faltado nunca a ello, puedo decir que lo importantes estaba cubierto, pero ahora hacía falta lo urgente, en especial un poco de dinero.

Supongo que tenía pagos pendientes por recibir, como casi siempre, lo que causa algo de estrés. O quizás estaba por resolverse un trabajo para un cliente. El punto es que ese fin de semana estaría solo y me urgía liquidez.

Llegué a Querétaro en 2012 con unas 70 cajas de libros, varias de ellas de libros míos. Esos ejemplares solía venderlos en presentaciones, talleres, ferias o librerías, pero en ese momento no disponía de ninguna de esas estrategias. Intenté vender por Facebook y logré colocar algunos, pero fueron pocos.

Entonces, recordé años pasados, cuando vendía dulces en los camiones y chácharas en las tianguis de pulga. Dos neuronas se encontraron en mi mente y pensé: tengo todo el fin de semana y cientos de libros, ¡vamos a la calle! Llené una mochila con unos 50 libros de El Colchón, cuentos de la cotidianidad y me eché a andar.

Cabe aclarar que en Querétaro capital los camiones funcionan con un sistema de tarjetas, por lo que es complicado subirse a vender a la mayoría, así que tuve que buscar las rutas foráneas que pasan por la ciudad para subirme.

Ahí los choferes siempre fueron amables. Subía y aun bastante bajo de ánimo tiraba un choro de que la lectura es buena y que ese libro de cuentos estaba divertido. Así casi no vendí. Cuando vencí la pena —adquirida por tantos años de comodidad— y me animé a cambiar el discurso comencé a vender mejor.

“Hola, soy el escritor DZ y quiero dejar un libro mío en tus manos. Puedes pasar un buen rato con estos cuentos de personas como tú y como yo, por un módico precio”. Bajé bastante el precio pero como yo había invertido en mis libros, aún así resultaba conveniente, sobre todo por la situación que vivía.

Poco a poco mi ánimo mejoró. Después de unas cuatro horas regresé a casa con un buen bonche de monedas en el bolsillo. Eso definitivamente cambió mi vida. Además de poner en sus manos mi libro, recibí de los pasajeros buenos comentarios y hasta tuve uno que otro diálogo.

Salí igual el sábado y el domingo y la magia ocurrió. Vendí muchos libros y volví a casa menos cargado. Saqué lo suficiente para pasar ese fin, pero también el resto de la siguiente semana, es decir, creo que me fue bien.

Lo repetí varias tardes más, con El colchón, pero también con mi novela erótica Cuarto en renta, incluso con la antología colectiva Veinte cuentos para leer en… Y la respuesta siempre fue buena. Vendí en unos meses varios cientos de ejemplares, que de otro modo permanecían ociosos en mi casa, gané lectores locales y obtuve algo de dinero salvador, pero sobre todo me reanimé lo suficiente para seguir adelante.

Este fue otro de los momentos que me dejó un gran aprendizaje: que el arte siempre me acompaña y me ayudará a salvar días grises. También reafirmé que este es mi camino y que por nada quiero dejarlo, aunque sí cambiar lo que haga falta a cada paso para mejorar.

Dejé de hacerlo cuando encontré otros modos de vender y mi situación económica mejoró, pero llevo en el corazón aquellos días.

Un contraste fuerte lo viví cuando años después estuve en contacto con varios círculos literarios digamos que de alto perfil, con escritores y otros artistas perfumados y elegantes. Ahí no encontré la motivación de la calle, de la gente de a pie, más bien me cansé pronto del esnobismo y de la superficialidad.

¡Qué vivan la calle, los camiones, los lectores pasajeros, las banquetas, la vida misma!

 

PD: Gracias a todos los que mandaron sus respuestas por la columna anterior.

 

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@DanieloZetina

 

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