Sociedad
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Yolanda y los muertos de la fosa de Jojutla

Dios con su gracia me ha hecho de tal modo

que la miseria vuestra no me toca,

ni llama de este incendio me consume.

Dante Alighieri en la Divina Comedia, INFIERNO, Canto II

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Yolanda Natalia Navarro Escobedo ha mirado cientos de cadáveres en Morelos. Viene desde el norte del país, buscando a Luis Alberto Navarro Escobedo, quien estaba por cumplir 30 años y desapareció hace siete.

“Fue sacado de una convivencia familiar el 23 de mayo 2010 por un grupo de personas armadas que viajaban en autos particulares, vestidas e identificadas como de la Secretaría de la Defensa Nacional en Monterrey, Nuevo León; junto con Luis Alberto se llevaron a otros tres jóvenes. Fuimos con las autoridades, fuimos con la Sedena pero nos dijeron que ese día no habían hecho operativo y ahí empezó el calvario”.

Participó como observadora en la exhumación de los 117 cuerpos en Tetelcingo, Cuautla; se unió a colectivos y asociaciones de familiares víctimas que se organizaron para buscar a hijos, sobrinos, hermanos, esposas, hermanas, hijas, desaparecidos durante las olas de violencia que han ocurrido de una década hacia acá en todo el país y ahora también participa en la exhumación de la fosa común del panteón de la colonia Alejandro Amaro de Jojutla, Morelos, dentro de la cual la Fiscalía General del Estado (FGE) aseguró que había 35 cuerpos perfectamente identificados.

El domingo 26 de marzo algunos reporteros platicamos con ella, después de haber concluido la primera etapa de la exhumación, en la cual la FGE contabilizó 39 cadáveres y 45 “hallazgos” (restos óseos de personas).

Este texto es parte su relato y de lo que los fotógrafos, camarógrafos y demás periodistas observaron y reportaron a sus respectivas casas editoriales.

 

La Cero y las otras zonas

El miércoles 21 de marzo, detrás de la última reja de metal los fotoperiodistas documentan la búsqueda en la Zona Cero.

El área estaba techada y cubierta por varias carpas blancas y rejas de metal que impedían el paso a extraños.

A varios metros de la fosa había mesas quirúrgicas distribuidas en un área de aproximadamente 10 metros por 15.

Esperaban el primer cuerpo cerca de 80 especialistas de diferentes instituciones como la Fiscalía General del Estado, la Procuraduría General de la República y la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, entre otras, que colaborarían en el proceso de identificación. También se encontraban presentes auxiliares de peritos.

A cuatro pasos de las mesas había varios familiares de víctimas de desaparecidos, en calidad de observadores, la gran mayoría eran mujeres.

Yolanda estaba ahí, menuda, portaba un tyvek blanco con una calcomanía de “Red de Eslabones por los Derechos Humanos” en la espalda; tenía guates quirúrgicos, cubrebocas negro, se cubría el pelo negro con una gorra roja de la que colgaba un botón con la fotografía de una persona desaparecida.

Un día antes (martes 21), los peones fueron escarbando en el rectángulo donde inhumaron los cuerpos que se encontraban en calidad de desconocidos o con nombre y apellidos pero que ninguna persona fue a reclamar: el filo del metal de las palas raspaba la tierra enferma. Yolanda observó que, a escasos 30 centímetros, se localizaron pedazos de huesos humanos y de animales (como si la parca hubiera arrojado sobre la tierra colillas de cigarro), que fueron documentados y embalados por los especialistas.

En silencio, con un bolígrafo, ella hacía anotaciones sobre hojas de papel. Aunque participó en Tetelcingo no se acostumbraba a ver trozos de lo que una vez fue una persona; le daba coraje, se “desmoralizaba”, ver esos restos humanos regados y a flor de suelo, pero continuaba describiendo lo que observaba. Cuando los huesos fueron retirados, entró a escarbar la máquina.

Durante todo el martes se extrajo tierra de la fosa hasta que se suspendieron los trabajos para continuar el día siguiente.

El miércoles por la mañana el trascabo se movía lento como un gigante metálico: con la “mano de chango” abría el suelo, cogía el puñado de tierra y lo depositaba a un lado. Las capas serían cribadas después por varias personas para detectar fragmentos de huesos o prendas de vestir de individuos.

Conforme los peones descendían a pala y pico la pestilencia se hacía más intensa a pesar de los cubrebocas.

 

El cadáver 1

A las 8:23 horas la muerte salió a la superficie en la forma de una bolsa negra atada por los extremos. “Hallazgo del primer cadáver”, anotó Yolanda en su tabla después de la hora, y así lo dieron a conocer los familiares de las víctimas en el improvisado “marcador” hecho con cartulinas que adhirieron en la lona de una de las carpas de la Zona Cero, para informar a los periodistas y familiares.

A Yolanda la adrenalina le abrió los sentidos. Allí todo era posible, incluso que Luis Alberto estuviera dentro de esa envoltura.

A partir de ese momento la maquinaria forense comenzó a trabajar y Yolanda dio cuenta de ello:

El cuerpo era puesto en una rejilla y el trascabo la levantaba hasta la superficie en donde ya lo esperaba personal del Servicio Médico Forense (Semefo). A la bolsa se le asignaba un número progresivo, después pasaba a una mesa de depósito y posteriormente a la mesa dos, en donde los médicos forenses revisaban datos de la bolsa, la abrían.

A pesar de haber visto más de 100 veces esa misma escena, la tía de Luis Alberto tampoco se acostumbraba al olor que despedían los cuerpos macerados cuando la envoltura de plástico era cortada: algo vivo se le metía por las narices y llegaba a los ojos, al cerebro, de filo y punta se abría pasos por entre los recuerdos y movía las emociones y sentimientos. Algunos, como los médicos legistas que están acostumbrados a ese olor, dicen que no olvidan la primera vez que lo sintieron. “Ese olor es la conciencia de que somos efímeros, nos recuerda nuestra condición pasajera, nos despierta de ese sueño que es la vida y nos notifica que tarde o temprano la muerte nos rociará con su perfume”.

Buscando verdades en los muertos

Los especialistas hurgaban indicios en lo que quedaba de aquellos seres abandonados en la morgue, verdades, señales que pudieran informar quiénes eran: recorrían con sus dedos ciegos los huesos, el cráneo, el pecho. De pronto aparecía como una revelación un tatuaje e inmediatamente se documentaba: lugar del cuerpo, tamaño, color, forma.

Yolanda estaba pendiente del menor detalle, no sólo por su amado sobrino, entre las víctimas había personas que tenían decoraciones en la piel o algunas señas particulares o defectos genéticos.

Cuando los médicos terminaban su trabajo y se documentaba el proceso, el cuerpo era trasladado a la mesa de estomatología donde desmenuzaban los maxilares, los dientes, las prótesis y seleccionaban piezas sanas para hacer muestras genéticas.

En seguida el cadáver pasaba a otra mesa, allí se limpiaban algunos huesos para la obtención de muestras y en la otra se hacía cortes y se embalaban.

Una vez que las muestras eran extraídas, los restos se enviaban a otra mesa para registrarlos (con un número de averiguación), embalarlos y depositarlos en las camionetas refrigerantes del Semefo.

 

Rompecabezas humano

Yolanda anotaba, no perdía detalle, aguzaba sus sentidos en dos procesos. Cuando el contenido de las bolsas negras eran huesos ésta era llevaba a la mesa de antropología, allí el ser humano se armaba como un rompecabezas, pieza por pieza, hasta formar un esqueleto; en algunas ocasiones la bolsa contenía fragmentos de dos o más individuos.

El otro paso de suma importancia era la revisión de prendas y demás objetos que el cadáver traía puesto o que los legistas hallaban dentro de las enlutadas bolsas: zapatos, zapatillas, calcetines, pantalones, hebillas, calzones, playeras, blusas, pulseras, escapularios eran revisados minuciosamente y después descritos para incorporarlos en los reportes.

Yolanda recordaba las fichas que había leía tantas veces, en las que se apuntaban datos de las víctimas: “la última vez que se le vio tenía puestas unas zapatillas y una falda corta a cuadros”.

¡Cadáver quince! ¡Hora de hallazgo!  a la mesa dos. Masculino. Número de carpeta: ilegible. Sexo: no es posible determinarlo. Femenino. Falanges falanginas, falangetas, astrágalos, cúbitos, radios, fémures, rótulas cráneos, maxilares: rodaban de boca a oído en las mesas de los peritos.

 

Calor infernal

Yolanda permanecía de pie hora, anotando, algunas veces salió de la Zona Cero para hidratarse porque el calor infernal dentro de las carpas brincaba los 36 grados Celsius a la intemperie.

“No me podía yo sentar. Sentía que si me sentaba ya no me iba a volver a parar”, dijo María Concepción Hernández Hernández, integrante de la comisión supervisora de familiares de víctimas y madre de Oliver Wenceslao Navarrete Hernández, cuyo cuerpo fue inhumado de manera ilegal en una de las fosas comunes de Tetelcingo.

Yolanda también sintió el cansancio, pero como a María Concepción, la posibilidad de encontrar a alguno de los desaparecidos les dio fortalezas y continuó de pie, anotando cada detalle y sin perder de vista los cuerpos que pasaban de una mesa a otra.

 

Las horas ya de números vestidas

Del miércoles a sábado, así pasaron las mañanas y las tardes para Yolanda.

Al tiempo mecánico y a la automatización de los especialistas se oponían los llantos y las protestas de algunos colectivos allá, debajo de las carpas instaladas para los representantes de los medios de comunicación y para los familiares de las víctimas. De vez en cuando Yolanda escuchaba la bulla porque llegaban políticos o líderes sociales.

 

Casi un final

El sábado 25 de marzo, por la noche, un cuchillo eléctrico rasgó el espacio e iluminó las casas pobres que circundan el panteón de la Alejandro Amaro. El aire y la lluvia se llevaron el aliento a muerte de la tierra.

Todos pensaron que esto era un buen final de una película americana, aunque faltara el fondeo de música de piano o de violines; pero el domingo 26 se descubrió que debajo de las hojas de triplay que se suponía era la “cama definitiva”, más cuerpos reclamaban salir a la luz.

“Aquí no está mi flaco. Vi todos los cadáveres, pero ninguno correspondió. Por un momento sentí que en Tetelcingo sí estaba, lo pensé, así me lo decía algo, pero no estaba; ahora hay que continuar la búsqueda. No nos queda de otra”, dijo Yolanda Natalia Navarro Escobedo, el domingo 26 de marzo, durante la entrevista y después de enterarse que la Fiscalía había informado que había más bolsas y que, por tanto, los trabajos de exhumación continuarían el lunes 3 de abril de 2017.

 

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Máximo Cerdio

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