Sociedad
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La lucha más allá de la muerte

Javier Prado Valaguez, el "Chamaco" Valaguez, nació para luchar. Le comían las manos y los pies para subirse a un ring, sin importar las torceduras, lesiones, cansancios y desvelos.


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Asiste a las funciones de lucha libre y participa en los homenajes a él o a sus compañeros. Sueña con luchas, vive entre luchadores y es padre de tres muchachos que se dedican profesionalmente a ese deporte:

“Si hay un cielo o un infierno yo voy a seguir luchando allá. Será con los ‘técnicos’, no con los ‘rudos’”, dice.

Es un ídolo en Morelos. Su gran trayectoria en el pancracio a lo largo de más de tres décadas le han dado una especial sabiduría.

Se le han hecho varios homenajes, entrevistas y reportajes, pero cuando el "Chamaco" platica surgen nuevas anécdotas o detalles inéditos.

En esta ocasión, en una charla exclusiva para La Unión de Morelos dio a conocer varios detalles de esta exitosa carrera deportiva y de su vida privada.

 

Dejé mi infancia en la Isabel

Javier Prado Valaguez tiene 60 años (nació el 10 de febrero de 1957) y no ha dejado de luchar desde que el domingo 8 de febrero de 1976, a la edad de 19 años, hizo su debut como el "Chamaco" Valaguez en la extinta Arena Isabel de Cuernavaca.

“Profesionalmente me retiré en el año 2009, pero he seguido luchando de manera esporádica. Estuve en un ring el domingo 16 de junio de 2016, en una función de exhibición, el día del Padre,” relató el ídolo de la lucha libre morelense, campeón nacional y mundial de peso medio y welter.

Su mundo es la lucha libre desde que su hermano (ya fallecido) lo llevaba, cada semana, a la Arena Isabel cuando tenía ocho años.

“Mi vida de niño era la lucha libre. En la arena, que quedaba a unas cuadras de mi casa, dejé mi infancia, vivía y soñaba que era luchador y que tenía un gran público que me ovacionaba”.

Atribuyó su éxito como luchador a la disciplina y al amor que le tiene a ese deporte, ya que entrenaba hasta dos veces al día y quería subirse al ring a cualquier hora: “a mí no me pesa subirme al ring, lo disfruto, es algo que me inspira y me llena de felicidad”.

Dijo que aprendió de todos sus contrincantes pero que considera el mejor luchador de todos los tiempos al michoacano Carlos Ignacio Carrillo Contreras “Aníbal” (nacido el 5 noviembre de 1940 y fallecido el 4 marzo 1994).

 

El Chamaco quería ser enmascarado

A los 16 años comenzó a entrenar en la escuela de lucha libre de la Arena Isabel dirigida por el maestro Élfego Silva Tapia y tres años después debutó profesionalmente.

Quería iniciar como enmascarado. Sellamaría Hermes, el mensajero de los dioses y dios del comercio. Su máscara era con alas, azul, con color plateado, ya tenía el diseño.

Sin embargo, su promotor, don Ramón Cué, lo convenció de que tendría más impacto sin máscara y por su juventud (era el más pequeño de los luchadores que ahí entrenaban) lo bautizó como El “Chamaco” Valaguez, y allá por los años ochenta lo proyectó en al ámbito nacional.

 

“La Valagueza”, inspirada en la carne

Una de las formas en las que el luchador imprime el máximo castigo legal a su oponente es por medio de llaves. El Chamaco inventó la “Valagueza” (en 1984 en la Arena México), que consiste en levantar al contrincante y acomodar su cuello contra el hombro de quien la aplica, y, en lo alto, apretarlo jalándolo con las manos de la parte interna de las rodillas o de las pantorrillas.

“Como tablajero tengo mucha práctica, estoy acostumbrado a cargar canales de carne, grandes pesos, ponérmelo en el hombro y caminar con ese peso, así que me es fácil levantar a cualquier contrincante. Para la Valagueza no hay contrallave, te rindes porque te rindes, la estrené en un campeonato nacional welter contra el Águila India, con esa le gané”, platica.

No fue ni será rudo

Al Chamaco le gusta la lucha a ras de lona, esa es la que aprendió de los grandes luchadores y afirmó que se diferencia de la actual en que la lucha libre moderna es aérea, pero en los dos estilos hay rudos:

“Desde que inicié mi carrera he sido técnico siempre, nunca me cambié al bando de los rudos, ni por equivocación, desde 1976”.

Lo que lo ha marcado

Sin duda lo que más ha conmocionado a Valaguez es un enfrentamiento que tuvo con su acérrimo rival el sonorense Manuel Cota Soto “Mocho Cota” (fallecido en diciembre pasado) en la Arena Isabel (el 26 de julio de 1984): disfruté ese combate en el que le gané a Mocho Cota el campeonato mundial peso welter desde antes que saliera a enfrentarlo. Me preparé como nunca y en esos minutos di todo lo que había aprendido y para lo que entrené; yo había nacido para la lucha libre y para enfrentar a ese rival en ese momento. Es una cosa indescriptible, estás inundado en todo tu cuerpo de algo que te hace muy feliz, cuando anuncian tu nombre y la ovación el público. Estás con tu gente, en tu tierra y vences a un gran rival”.

Uno año antes, el 4 de agosto 1983, el Chamaco había arrebatado al Mocho Cota el campeonato nacional peso welter.

Quiere que sus hijos lo superen

Javier Prado tiene tres hijos que se dedican a la lucha libre profesional: Valaguez Jr., Apolo Valaguez y Chamaco Valaguez Jr.

Cuando eran chicos y se peleaban entre ellos él no los apartaba, los dejaba que se pelearan para que se “curtieran”, y después les deba consejos para que mejoraran su técnica. Luego esos niños se volvieron luchadores profesionales:

“Yo los apoyo en sus carreras, les doy consejos para que se comporten arriba y fuera del ring, los cuido. Y lo que yo quisiera es que ellos me superarán, y así se los digo: ustedes deben superarme a mí, a su papá y maestro”.

 

La lucha en las calles

La segunda casa de Javier Prado era el mercado Adolfo López Mateos, ahí su familia y él tenían carnicerías y todos los conocían:

“De los años setenta hasta el año dos mil duré en el mercado; de ahí me salí, dejé mi negocio de carnicería para dedicarme de lleno a la lucha libre. Ahora no tengo negocio, andamos en un taxi, me dedico a manejar un taxi. Sigo luchando, ahora en el volante, contra el tráfico y el tiempo”.

 

Con los pies en la tierra

En su taxi, el Chamaco anda por toda la ciudad y muchísima gente lo conoce, por lo que además de un viaje los pasajeros disfrutan sus anécdotas. Y adonde vaya, siempre hay gente que lo reconoce y lo saluda y él corresponde con alguna anécdota que la gente le pide. Es un ser humano popular y generoso:

“El luchador debe tener los pies bien puestos sobre la tierra para no creerse superior a todos los demás, sobre todo cuando se vuelve famoso, ya que muchos olvidan de dónde vinieron, quién los hizo ídolos. El luchador nunca debe olvidarse de su gente. Entre más sabe el luchador, más humilde debe ser porque conoce su fuerza y sus alcances”, afirmó.

 

 

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