Cada 1 de diciembre se recuerda el Día Mundial del Sida, una fecha que nació en 1988 como la primera jornada sanitaria de alcance global. Elegida por su fuerza mediática al iniciar el último mes del año, se ha convertido en un momento clave para visibilizar la epidemia y promover acciones solidarias. En todo el mundo, comunidades, organizaciones y ciudadanos participan en campañas de sensibilización, portan el lazo rojo —símbolo universal de apoyo a quienes viven con el virus— y colaboran en iniciativas para financiar investigaciones y fortalecer programas de acompañamiento.

Para 2025, el lema elegido es “Superar las disrupciones, transformar la respuesta al sida”, un mensaje que subraya los riesgos actuales para los avances logrados. Los recortes en la financiación internacional afectan directamente a los servicios de prevención y a los proyectos comunitarios dedicados a las poblaciones más vulnerables, mientras que nuevas leyes restrictivas dificultan el acceso a la atención. Frente a este escenario, especialistas y organismos internacionales insisten en la necesidad de un enfoque transformador capaz de sostener el progreso hacia la meta global: poner fin al sida como amenaza para la salud pública en 2030.
Para avanzar en esa dirección, se requiere rediseñar los modelos de inversión y reducir la dependencia exclusiva de los fondos nacionales. A la par, se vuelve indispensable cerrar la brecha de recursos, derribar barreras legales y sociales, y renovar el compromiso político centrado en la igualdad y los derechos humanos. Solo mediante cooperación global, urgencia y voluntad compartida será posible mantener el impulso hacia un futuro sin sida.

La historia de esta conmemoración refleja la evolución de la respuesta internacional. Desde su primera edición, más de 25 millones de personas han muerto a causa del virus, que se convirtió en una de las epidemias más devastadoras de la historia moderna. Con el tiempo, la jornada se consolidó como una oportunidad para honrar a quienes fallecieron, fomentar la prevención y destacar los avances logrados, como el acceso a terapias antirretrovirales. En 2011, ONUSIDA reemplazó el nombre “Día Internacional de la Lucha contra el Sida” por “Día Internacional de la Acción contra el Sida”, y a partir de 2021 se adoptó oficialmente el término “Día Mundial del Sida”.
El sida es la fase avanzada de una infección causada por el VIH, virus que ataca el sistema inmunológico y aumenta el riesgo de infecciones y enfermedades graves, incluido el cáncer. Aunque la pandemia ha afectado a millones de personas, especialmente en África, no todas las personas que viven con VIH desarrollan sida. Un diagnóstico temprano y el tratamiento adecuado pueden mantener el virus controlado y evitar el deterioro del sistema inmune, lo que permite llevar una vida saludable durante muchos años.

El contagio del VIH puede producirse mediante relaciones sexuales sin protección, contacto con sangre infectada, uso compartido de agujas o durante el embarazo, parto y lactancia. Las heridas abiertas facilitan la entrada del virus, y también existe riesgo en accidentes con material punzocortante contaminado. Sin embargo, el VIH no se transmite por saliva, abrazos, contacto casual, compartir utensilios ni alimentos. Aunque en el pasado hubo casos vinculados a transfusiones sanguíneas, hoy las donaciones se someten a estrictos controles en hospitales y laboratorios, lo que hace extremadamente poco probable esta vía de transmisión.
La conmemoración anual refuerza la importancia de la prevención, la información verificada y el acceso universal al tratamiento, pilares esenciales para continuar avanzando hacia un mundo más justo, saludable y libre de estigmas.
