Olas de calor, sequías prolongadas y vegetación reseca favorecen la propagación del fuego en distintos territorios. Las medidas de prevención resultan claves.
Las imágenes de bosques ardiendo se repiten cada año con mayor frecuencia. En ese contexto, el Día Mundial de la Prevención de Incendios Forestales, que se conmemora cada 18 de agosto, adquiere una relevancia creciente. En el mundo se enfrenta una situación alarmante: las llamas avanzan con impactos sociales, ambientales y económicos de gran magnitud.
Especialistas advierten que la prevención debe ocupar un lugar central en la agenda pública. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) sostiene que “el cambio climático, los incendios forestales y la contaminación atmosférica conforman un círculo vicioso cuyas consecuencias negativas para la salud, los ecosistemas y la agricultura no dejan de agravarse”.
Cómo el clima impulsa los incendios: causas y consecuencias
El cambio climático altera factores determinantes del comportamiento del fuego. Altas temperaturas, sequías persistentes y olas de calor extremas crean condiciones propicias para su expansión en hábitats naturales.
La NASA señala que la Tierra experimenta incendios más intensos, frecuentes y de mayor magnitud.
“Los satélites Terra y Aqua de la NASA detectan incendios forestales activos dos veces al día. Los científicos analizaron estos datos durante un período de 21 años y comprobaron un aumento de la extensión y gravedad de los incendios extremos”.
Un factor clave es el incremento de las temperaturas nocturnas, que permite que los focos permanezcan activos durante la noche. Las temporadas no solo se prolongan: comienzan antes y terminan más tarde. Investigaciones del Servicio Forestal de Estados Unidos muestran que, en regiones como el oeste estadounidense, México, Brasil y África Oriental, la duración de la temporada de incendios se ha extendido más de un mes en las últimas tres décadas y media.
La Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) explica que “primaveras más cálidas, veranos más secos y suelos con menor humedad” prolongan la temporada de fuego, aumentan la frecuencia y amplían la superficie quemada.
El adelanto del deshielo y la alteración de los patrones de lluvia generan una vegetación más frágil. Al mismo tiempo, las emisiones de dióxido de carbono que producen los incendios agravan la crisis climática y, como advierte la OMM, “atraviesan fronteras y continentes”.
Las consecuencias trascienden los ecosistemas. El humo libera partículas finas que representan una amenaza directa para la salud. La OMM alerta: “La inhalación de materia particulada PM2,5 constituye un riesgo grave, en especial cuando la exposición es prolongada”.
Prevención: el desafío de anticiparse
Organismos internacionales coinciden en que la prevención es la estrategia más eficaz y menos costosa. “Históricamente se ha puesto énfasis en la supresión, pero hay que invertir mucho más en prevención”, subrayó Amy Duchelle, oficial forestal superior de la FAO.
Los expertos recomiendan a la población:
- No arrojar colillas ni fósforos en zonas naturales.
- Encender fogatas únicamente en lugares habilitados y apagarlas de forma correcta.
- Evitar cualquier tipo de fuego en períodos secos o de riesgo elevado.
- No dejar residuos como vidrios o latas que puedan iniciar focos.
- Estacionar vehículos solo en áreas permitidas.
- Informar de inmediato a las autoridades ante la presencia de humo.
- Consultar los índices de riesgo de incendio antes de realizar actividades en la naturaleza.
El desafío exige combinar ciencia, tecnología, políticas públicas y responsabilidad colectiva. La protección de los bosques y el bienestar de las comunidades dependen de la capacidad de actuar antes de que las llamas se descontrolen.