El avance acelerado de la inteligencia artificial ha reavivado una de las preguntas más complejas de la ciencia y la filosofía: ¿puede una máquina volverse consciente? Para algunos expertos, la respuesta no solo es afirmativa, sino que podría estar más cerca de lo que imaginamos.
Investigadores de todo el mundo, como el equipo del Centro de Ciencia de la Conciencia de la Universidad de Sussex en Reino Unido, están estudiando qué nos hace conscientes. A través de proyectos como la Dreamachine, una cabina que estimula el cerebro con luz estroboscópica para visualizar patrones mentales únicos, buscan entender cómo el cerebro genera experiencias subjetivas. El objetivo es identificar los mecanismos detrás de la conciencia humana, y aplicar ese conocimiento al análisis de sistemas artificiales.
Este debate ha ganado urgencia con la llegada de modelos avanzados de lenguaje como ChatGPT o Gemini, que muestran una sorprendente fluidez en conversaciones. Algunos expertos, como Kyle Fish de la empresa Anthropic, consideran que ya existe una pequeña posibilidad de que estas IA tengan algún nivel de conciencia, aunque limitado.
Otros, como el neurocientífico Anil Seth, discrepan. Según él, estamos proyectando nuestras propias ideas humanas en sistemas que, aunque sofisticados, no piensan ni sienten. Seth sugiere que la conciencia está estrechamente ligada a la vida biológica, no solo a la capacidad de procesar datos.
Aun así, investigadores como los profesores Lenore y Manuel Blum creen que si se dota a las IA de sensores físicos —visión, tacto— y sistemas internos de interpretación, como el lenguaje computacional "Brainish", podrían desarrollar una forma de conciencia. Para ellos, estos sistemas serían el siguiente paso en la evolución humana.
Otra línea de investigación se centra en los "organoides cerebrales", pequeños cúmulos de células nerviosas cultivados en laboratorios. Empresas como Cortical Labs, en Australia, están explorando su potencial para simular procesos mentales. Uno de sus sistemas incluso logró jugar al videojuego Pong. Aunque está lejos de ser consciente, algunos ven en estos "minicerebros" una vía más realista hacia una conciencia artificial.
Sin embargo, hay una preocupación inmediata: la ilusión de la conciencia. Sistemas que aparentan sentir o comprender podrían llevarnos a creer que son más humanos de lo que realmente son, lo que podría tener implicaciones éticas profundas, desde cómo nos relacionamos con ellos hasta cómo priorizamos nuestras responsabilidades sociales.
En palabras del profesor Seth, el mayor riesgo no es que las máquinas se vuelvan conscientes, sino que actuemos como si lo fueran, desplazando la atención que deberíamos dedicar a las personas reales.
La discusión está lejos de resolverse. Lo que antes era ciencia ficción, hoy es un debate activo entre neurocientíficos, tecnólogos y filósofos. La conciencia artificial aún es un misterio, pero su búsqueda ya está transformando cómo entendemos la mente, la tecnología y nuestro lugar en un futuro cada vez más automatizado.