Un nuevo estudio científico ha revelado que la gran extinción del final del período Triásico, ocurrida hace unos 201 millones de años, fue causada por una serie de erupciones volcánicas breves pero intensas.
Este evento eliminó más del 70 % de las especies terrestres, dejando el camino libre para que los dinosaurios se convirtieran en los dominantes del período Jurásico.
La investigación, publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, se centró en el análisis de antiguas coladas de lava en Marruecos y Canadá.
Gracias a registros paleomagnéticos —que muestran cómo era el campo magnético terrestre en distintos momentos— los científicos identificaron cinco pulsos eruptivos.
Cada uno duró menos de un siglo y se concentraron en un periodo de aproximadamente 40.000 años.
Estas erupciones provinieron de la llamada Provincia Magmática del Atlántico Central (CAMP), una enorme región volcánica activa cuando los continentes aún formaban el supercontinente Pangea.
Aunque hasta ahora se pensaba que esta actividad volcánica fue gradual, el nuevo hallazgo muestra que ocurrió en estallidos cortos pero extremadamente potentes.
Lo más destructivo no fue la lava, sino los gases volcánicos, en especial el dióxido de azufre (SO₂). Al llegar a la atmósfera, este gas se transformó en aerosoles que bloquearon la luz solar, provocando rápidos descensos de temperatura —lo que se conoce como “inviernos volcánicos”.
Solo la primera erupción pudo haber liberado hasta 63.000 megatoneladas de SO₂, 500 veces más que la erupción del volcán Laki en 1783.
Estos enfriamientos extremos interrumpieron la fotosíntesis, afectaron las cadenas alimenticias y provocaron la desaparición de muchas especies, especialmente las más vulnerables. La evidencia fósil muestra que en esos mismos periodos disminuyeron las plantas, el polen y los rastros de animales.
Mientras tanto, en los océanos, los efectos fueron distintos pero también letales.
Aunque el azufre afectó principalmente a los ecosistemas terrestres, el dióxido de carbono (CO₂) liberado en grandes cantidades causó acidificación del agua y reducción del oxígeno marino. Esto provocó la extinción de muchas especies acuáticas, aunque en un ritmo algo diferente al terrestre.
Este contraste demuestra cómo un mismo evento geológico puede tener consecuencias variadas dependiendo del entorno. En tierra firme, el frío repentino fue la causa principal; en el mar, el aumento de temperatura y el cambio químico fueron más determinantes.
Más allá de la catástrofe, esta extinción masiva también marcó un punto de inflexión en la historia evolutiva.
Al desaparecer muchas especies dominantes del Triásico, surgieron nuevas oportunidades para los dinosaurios, que hasta entonces eran escasos.
Las condiciones frías y cambiantes favorecieron a animales más pequeños y adaptables, como los primeros dinosaurios emplumados.
Este estudio ofrece una nueva visión de cómo ocurrieron los hechos: no fue un proceso lento, sino una serie de eventos volcánicos rápidos que transformaron radicalmente el clima y los ecosistemas.
También resalta lo vulnerables que pueden ser la vida y el clima ante cambios repentinos, incluso cuando estos duran apenas unas décadas.