Por eso muchos adolescentes y quienes apenas rebasaron los 18 años deciden emigrar hacia los Estados Unidos de Norteamérica en busca de mejores oportunidades de superación; pero otros son reclutados aquí por el crimen organizado. Solamente un ciego negaría tal realidad.
De manera coincidente con el Día Internacional de la Juventud, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) difundió ayer parte de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), actualizada al mes de junio pasado. En resumidas cuentas, de la información ahí plasmada inferimos que los jóvenes mexicanos no dejan de incrementar su presencia en las filas del desempleo y los trabajos peor pagados. Para este año ya representan 53 por ciento de la población desocupada y cuatro de cada diez con fuente laboral ganan menos de dos salarios mínimos. Insisto, lo anterior es confirmado por el Inegi.
Así las cosas tenemos que 7 millones de hombres y mujeres de entre 14 y 29 años –la cuarta parte de la población joven del país– están desempleados o tienen sueldos por debajo de los 115 pesos diarios. De este grupo, uno de cada cinco cuenta con estudios de bachillerato y universitarios. Los jóvenes desocupados ascienden a 1.3 millones, mientras aquellos con empleos donde se les paga de un salario mínimo hasta dos ascienden a 5.7 millones, precisa la ENOE.
La desocupación en dicho sector se ha disparado 26.8 por ciento en lo que va del sexenio, ya que en el primer trimestre del gobierno de Felipe Calderón los adolescentes y jóvenes sin trabajo sumaban un millón 41 mil 258, pero para el mismo periodo de 2010 llegaron a un millón 320 mil 564, lo que implica que en los tres últimos años perdieron 279 mil puestos de trabajo, 93 mil por año en promedio. Según el Inegi, la población desocupada en el país ascendió a 2 millones 458 mil 701 a principios de este año, lo que significa que más de la mitad son adolescentes y jóvenes: 378 mil menores de 20 años y 942 mil de entre 20 y 29. En cuanto a los jóvenes con empleo, las cifras oficiales contabilizan 14 millones 86 mil 294, casi la tercera parte de los 43.6 millones de mexicanos que laboran. Hasta aquí la información actualizada por el Inegi.
Sin embargo, al último trimestre de 2009 las condiciones no eran muy diferentes. En esta columna comentamos, el 17 de febrero de 2010, que a nivel nacional las autoridades federales cacareaban hasta el fastidio una supuesta recuperación del empleo. La misma ENOE, allá y entonces, indicó que “al final del año crítico de 2009 lograron recuperarse 418 mil 450 empleos, pues de un desempleo absoluto que abarcó a 2 millones 925 mil 45 personas, en el tercer trimestre de ese año, durante los últimos tres meses la desocupación abierta alcanzó a 2 millones 506 mil 450 personas”. Así las cosas, la tasa de desempleo en los últimos tres meses de 2009 fue de 5.3 por ciento de la Población Económicamente Activa, cifra inferior al 4.3 por ciento del último trimestre de 2008.
No obstante, si se toma en cuenta que al finalizar 2008 el número de desempleados era de 1 millón 922 mil 598 y que un año después era de 2 millones 506 mil 450 personas, el resultado neto fue una pérdida de empleos de casi 600 mil, unos 50 mil menos en promedio cada mes.
La misma encuesta del INEGI también daba cuenta de que los empleos recuperados eran precarios, de baja calidad. Podía verse ello en función de la subocupación. En el tercer trimestre de 2009 las personas que tenían un trabajo –formal o informal-- pero que no les daba para satisfacer sus necesidades básicas sumaban 3 millones 825 mil 67; tres meses después, para el último trimestre, los subocupados eran un poco más: 3 millones 899 mil 692 personas, es decir, 74 mil 625 más.
En Morelos tenemos lo nuestro en cuanto a la precariedad y calidad de los espacios laborales. Las empresas locales usan mano de obra mal calificada, se desarrollan con escasa capacidad económica y poseen tasas de utilidad bajas, circunstancia que se asocia a la excesiva carga tributaria. El mercado de trabajo es de precarismo. Esto implica un enorme rezago en términos de bienestar para las familias, pero es también una de las más severas debilidades para el desempeño de la economía estatal, pues se trata de ocupaciones de muy baja productividad, lo que merma las posibilidades de un crecimiento sostenido de la producción. Enfrente, por lo tanto, se encuentran las oportunidades de dinero fácil en el crimen organizado. ¿Ni modo?