Contra viento y marea, el jefe del Poder Ejecutivo morelense ha procurado mantener estables los factores de la gobernabilidad, aunque algunas veces se alteraron con un alto costo político y social hacia quien gobierna.
Mientras tanto y por su lado, todos los actores adscritos a los partidos políticos, desde 2006, se han mantenido absortos en sus luchas personales, grupales y partidistas. La realidad es que poco o nada les importó el bienestar de la inmensa mayoría de la población.
En las semanas recientes he conversado con empresarios importantes de nuestra entidad federativa sobre la polarización que experimenta Morelos en todos los ámbitos de las actividades cotidianas, todas ellas vinculadas a las económicas. La escasez de recursos persiste en el fondo de la problemática. Y la conclusión es que este territorio de la República Mexicana padece una severa crisis económica, con gobernantes que están dedicados a administrar la pobreza.
Un simple vistazo a las condiciones con que operan los 33 presidentes municipales corrobora el dicho de esos hombres de negocios, supuestamente dedicados a “generar riqueza”. Para colmo de males, a los alcaldes que pretenden incrementar sus fuentes propias de ingresos, como ocurrió durante las recientes semanas al de Cuernavaca, Manuel Martínez Garrigós, se les sataniza y coloca en el banquillo de los acusados. Asimismo, son atacados arteramente porque cometen el enorme “pecado” de generar nueva infraestructura.
Me parece que llegó el momento frente al cual los presidentes municipales deberán optar entre la inmovilidad, para no recibir la descarga intolerante de propios y extraños, o exponerse al desgaste que podría poner fin a sus carreras políticas. Esto, amables lectores, es lo que algunos grupúsculos pretenden con Martínez Garrigós: minar su capacidad de resistencia orillándolo a cometer errores que después son capitalizados por quienes se mueven en los intrincados vericuetos del poder y entienden a la perfección el lenguaje de madriguera. Son extorsionadores, pues.
Y en estos tiempos mutantes escuchamos los gastados discursos que convocan a la unidad nacional, estatal y local, como si los ciudadanos no estuvieran fastidiados hasta la coronilla con las posiciones adoptadas por nuestros ínclitos políticos cuando requieren cámaras, micrófonos y reflectores. Dentro de este contexto llegamos a una celebración más de la promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, donde campeó la enésima convocatoria sexenal para lograr un gran pacto nacional. Lo mismo se hizo en Morelos.
Pero igual ha sucedido a lo largo de muchos sexenios. Vana palabrería, mientras los políticos importantes del país, los estados y los municipios se siguen atacando indiscriminadamente. Para ellos, en primer lugar, está el objetivo de conseguir, hacia tiempos futuros, mejores posiciones administrativas, pues saben que vivir fuera del presupuesto es vivir en el error. Y en sus prioridades no figura el bienestar de la gente, de los padres de familia que a diario se llevan la mano al bolsillo y no encuentran dinero para siquiera comprar leche, pan, tortillas y huevos. Esta es la realidad nacional.
Uno de los empresarios morelenses con quienes platiqué recientemente me hizo una oportuna reflexión sobre la importancia de la cohesión social en los países desarrollados. Indicó que el capital social se refiere no solamente al conjunto de recursos sociales involucrados en las relaciones, sino también a las normas y valores asociadas con dichas relaciones sociales. Es decir: son los mecanismos de la organización social tales como las redes, normas y la confianza que facilita la coordinación y cooperación para beneficios mutuos.
El capital social es, en definitiva, una acción conjunta donde prevalecen valores ya olvidados por nuestros ínclitos políticos. La confianza se ubica en el primer sitio, mediante la cual se establecen relaciones de reciprocidad activadas por una confianza social que emerge de dos fuentes: las normas de reciprocidad y las redes de compromiso ciudadano.
Empero, la clase gobernante se encuentra bastante lejos. No entiende nada sobre la cohesión social, a la que volvieron a aludir este cinco de febrero, “Día de la Constitución”. Si algo ha sido quebrantado a lo largo de muchas décadas es precisamente nuestra Carta Magna. Así de que cualquier exhorto hacia la unidad nacional para consolidar pactos de civilidad volverá a ser vana palabrería. Ya lo estamos viviendo en la cada vez más acelerada carrera hacia los cargos públicos en 2012. En fin.