Ayer mismo, en amena charla con dos excelentes amigos (el profesor José Hernández Salgado y el doctor Ariel Homero López Rivera) reflexionamos sobre la pérdida de valores entre la juventud, la descomposición del tejido social y el detrimento de la ciencia política para darle paso a la prostitución de la política.
Frente a este escenario no me extraña, pues, el hecho consumado de que determinados funcionarios -en cualquier ámbito de la administración pública- o sedicentes políticos -dentro de los partidos- padezcan el trastorno de personalidad antisocial. Y como los ciudadanos mexicanos todavía no alcanzamos niveles de excelencia tocante a la evaluación del control y la confianza, así como en la aplicación de pruebas psicométricas a quienes se autonombran “representantes populares”, por lo menos en las elecciones del primero de julio próximo no sabremos a ciencia cierta por quién carambas votaremos.
Lo anterior me sirve como preámbulo para reflexionar hoy alrededor del trastorno de la personalidad antisocial o psicopatía. En 1830 este desorden era llamado “insanidad moral”. Para 1900 fue cambiado a “personalidad psicópata”, y durante los pasados 25 años se ha utilizado el término “desorden de personalidad antisocial”, o psicopatía. Un sociópata puede ser fácilmente reconocido cuando es menor de 12-13 años como un niño que tortura animales, prende fuego a cosas, miente recurrentemente, roba o es agresivo hacia los demás, entre otros síntomas.
Pero lo que a continuación describiré ha sido y es común en algunos personajes importantes de la vida pública (quienes tuvieron los mismos rasgos siendo niños y adolescentes): muy egocéntricos; carentes de sentido de responsabilidad personal y moral; impulsivos, manipuladores y mitómanos; incapaces de sostener relaciones afectivas con los demás; no tienen remordimiento alguno de sus actos; suelen ser agresivos-pasivos u hostiles y en ocasiones asumir conductas violentas; suelen engancharse en dinámicas auto-destructivas como el alcoholismo, el tabaquismo y la drogadicción. Además son excelentes actores y siempre dan la impresión de estar bajo control. En la mayoría de los casos son individuos con altos niveles de inteligencia y una fluencia verbal impresionante. En resumen: astutos, convenencieros, intrigantes, calculadores, crueles, sádicos, despiadados, traidores, mentirosos, explotadores, parásitos, perniciosos, malévolos, ofensivos, oportunistas e indiferentes. ¿Ya se entendió o le sigo? ¿Encuentra usted parecido con alguien conocido? Ahí se lo dejo de tarea.
Este tema, asimismo, me sirve para ponderar el trabajo del comandante Amado Narro Flores al frente de la Policía Ministerial de Morelos, cuyas investigaciones llevaron –el 6 de abril pasado- a la captura de Joel “N”, alias “El Cubano”, quien se encuentra relacionado con al menos seis asesinatos y cuatro secuestros en nuestra entidad. Cómo será de peligroso este individuo (originario de Mariel, Cuba), que el mismísimo procurador Pedro Luis Benítez Vélez encabezó ayer una conferencia de prensa donde enalteció el trabajo de Narro y sus huestes. Cabe subrayar, empero, que para la detención de “El Cubano” fue necesaria la colaboración del Ejército, la Policía Preventiva Municipal de Xochitepec (ahí fue el aseguramiento) y la Policía Preventiva Estatal. El procurador informó que “El Cubano” está relacionado con el homicidio de dos personas en Alta Vista (ocurrido el 5 de abril en Alta Vista) y en el multihomicidio de cuatro jovencitos cuyos cadáveres aparecieron el 8 de marzo en la colonia Pradera de Cuernavaca. Ni qué decir de los secuestros cometidos por el mismo sujeto.
Entre los datos proporcionados a los medios me llamó la atención el reporte del jefe de Psicología Forense de la PGJ, Ricardo Orellana Rodríguez, quien hizo un excelente análisis sobre el trastorno de personalidad antisocial (o psicopatía) padecido por “El Cubano”. Independientemente del significado simbólico contenido en varios de sus tatuajes (algunos de ellos confirmando que el hampón formó parte de pandillas en Miami, Florida), es una persona que no refiere arrepentimiento alguno, lo cual es típico entre los psicópatas. Dijo el doctor Orellana: “Hay una característica importante en ellos, constituyendo el objeto de su alienación, y es que no sienten nada por nadie, ni por ellos mismos. Pueden traicionar fácilmente”. Hasta aquí lo referente a este peligroso delincuente, quien ya se encuentra a buen recaudo, lo cual no sucede –para desgracia de Morelos- con muchos, muchísimos “servidores públicos” y “políticos” cuyos actos los delatan: padecen el trastorno de personalidad antisocial.
Muchas personas con este perfil son incompetentes en su trabajo y se vuelven acosadores. Tal conducta tiene como objetivo esconder la incompetencia. “Simuladores”, les habría llamado Don Lauro Ortega Martínez, gobernador en el periodo 1982-1988. Algunos sujetos son eficientes ejecutando reglas básicas o procedimientos orientados, en actividades que no requieran el libre pensamiento ni la imaginación; estos individuos suelen ser detectados cuando se les requiere sustraerse de ese rol.
Y he aquí un excelente síntoma para determinar si el “jefazo” o el “politicastro” tiene la multicitada problemática: son excelentes en un área y pueden ser considerados como la principal autoridad en su campo, pero son deplorables otros aspectos. Especialmente en habilidades interpersonales (ello es evocador del Síndrome del Sabio), también tienden a ser físicamente agresivos y llegan a tener reputación como acosadores sexuales. ¿Cuántas y cuántas veces no hemos sabido de esta persecución en las instituciones públicas, estimados lectores? Así las cosas, me parece que este país se encuentra cerca de legislar -para bien de toda la sociedad mexicana- con relación a la delgada línea que separa la actividad pública del desarrollo privado de nuestros ínclitos políticos y los funcionarios públicos. Y ahí vienen de regreso.