Desde hace semanas, ciudadanos anónimos se han atrevido a hacer justicia con su propia mano cuando han sido víctimas de la delincuencia. Ha sido contra asaltantes que hacen de las suyas en los vehículos del transporte colectivo o contra aquellos que se meten a robar a alguna casa o incluso contra los que atracan a transeúntes.
Las imágenes que quedan de esas intervenciones ciudadanas son muy descriptivas: hombres ensangrentados y con la boca y los ojos hinchados a golpes, producto del odio popular a los que se dedican a fastidiar a la gente que trabaja. Esa actitud puede disuadir a los maleantes y motivarlos a buscar otros rumbos, pero también guarda el germen de una tragedia, porque algún día un arma se disparará contra el valiente )o la valiente) que se oponga a un asalto a mano limpia, sin más armas que el coraje, el odio que les da sentirse inermes cuando están solos y son víctimas del mal. Y evitar tragedias debería ser una tarea policiaca, y no sólo hacer vanas demostraciones de fuerza en sus patrullas ante personas desarmadas. Los ciudadanos ya no se dejan asaltar. Esa es la información novedosa. Los policías no agarran a los delincuentes peligrosos. Ese es el dato más que sabido. Ambos datos deben modificarse, especialmente el segundo , para que el primero ya no sea necesario.
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Oscar Davis
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