(Hoy, 20 de agosto, Angela Frikas Lozano cumpliría 78 años y una mañana de mayo de 1984 junto a su Juan Jaramillo Ortiz en las bancas del Centro Médico Nacional, cuando uno de sus hijos, José Alfredo, se cateaba con la huesuda, decretó que Carlos Reynaldos, con ellos o en su ausencia, tenía la obligación de ir a la “Fonda La Güera”, comiera lo que deseara, llevara a quien quisiera y que nadie osara cobrarle, y sería por los tiempos de los tiempos. Oficializó días después su decisión a los suyos y todos cumplieron. Angela y Jara valoraron la calidad humana de Carlos Reynaldos, y se fueron queriéndolo. En este momento están bien, los tres)
Sí, Carlos Reynaldos dijo que se iba hace días, esta vez para trascender del hombre, del periodista, a la legendaria figura que significó un parteaguas en el periodismo morelense allá por 1979 que dejó la jefatura de corresponsales de unomásuno, tras acosar a su más puro estilo a Manuel Becerra Acosta que le concedió la oportunidad de escoger cualquier estado del país, “para que te relajes y en tanto nos envíes notas, porque no voy a dejarte ir”. Igual que con la revista Proceso en 1976, Carlos fundó unomásuno, estaban ahí viejos amigos del gran Excélsior de Julio Scherer que también iniciaron la popular, exitosa y obligada revista semanal Proceso, como Agustín Gutiérrez Canet, hoy embajador de México en Finlandia.
“Me voy a Cuernavaca, está cerquita y luego regreso”. Como buen bohemio-periodista, Reynaldos se buscó una vivienda de buen estilo en Santa María y comenzó a involucrarse con la prensa local. La vieja guardia (Pepe Pérez Durán, Guillermo Cinta, Arturo Brito Lilington, Hugo Calderón, y algunos más) lo trataron y abrevaron de él. No era un reportero cualquiera, su neurosis era tan especial que lindaba en la frontera con la genialidad, un personaje inolvidable. Un poco más adelante el que escribe lo conoció, ya escuchábamos de él, de su estilo directo, de su trato normalmente duro y crítico. “¿Tú eres Javier Jaramillo?”, preguntó en el pasillo de “Las Plazas” un tipo bien vestido, con un saco de coderas cuadrado que contrastaba con la vestimenta local y zapatos de goma característicos de intelectual, periodista o vago en tránsito. Al tiempo descubrimos que tenía todo de ello, que era especial.
-“Sí, yo soy ese”, le contestamos casi en el mismo tono de su cuestionamiento. Creímos que era alguno de esos enviados de funcionarios y políticos con cualquier reclamo.
-“Me gustó un reportaje que publicaste en El Universal, me gustaría discutirlo contigo”, dijo.
A partir de un café en “La Parroquia” inició una accidentada, sólida pero auténtica relación con este hombre que marcó nuestra vida. Sí, él trabajaba con Julio Scherer García desde que se hizo ayudante a finales de los 60 en Excélsior; sí, era el que aparecía en el libro “Los Periodistas” de Vicente Leñero advirtiendo a los scherianos que se llenaba de porros enviados por el gobierno para iniciar el desmantelamiento del mejor diario y plantilla que tuvo México en el siglo veinte, el que marcó un final y principio de la prensa mexicana, la llegada del periodismo sin más corte que el del propio reportero y su silencio. Carlos era de los jovencitos, con su tocayo Carlos Marín, con Gutiérrez Canet –en ese momento corresponsal en Washington--, con Elías Chávez, con Miguel Angel Granados Chapa, con su gran amigo y maestro Eduardo Deschamps. Es de los que salieron con Scherer esa tarde de julio del 76 con la frente en alto, y que celebraban reuniones a todas horas y en cualquier lugar para no detener la lucha.
Era uno más de quienes encontraron refugio con don José Pages Llergo en tanto iniciaban Proceso. Es parte de la historia de la prensa de México en un papel que cada quien puede interpretar el nivel. Carlos lo vivió intensamente. Difícil de convencer, a Carlos le bastaba un gesto de su compañero de mesa de redacción o del jefe inmediato para salirse de ahí, dar un portazo y hablar desaforado en tanto bajaba escalones o tomaba la calle, siempre con el saco al costado de un hombro. Intenso el buen Carlos. Estuvo en Proceso y se fue. Nunca perdió su amistad con don Julio, nos consta por lo visto años después cuando salía con ojos llorosos de la oficina del imponente periodista. Tardó años en confiarnos que recibió una llamada de atención por un compromiso que incumplió. “Y cariñosamente, don Julio me puso una chinga bien merecida”, recordaba. Esa ocasión el señor Scherer recibió a una comisión de periodistas morelenses que lo invitamos a dar una conferencia. Fue sumamente amable y tajante: “No puedo, porque de aceptar con ustedes, tendré que hacerlo con todas las invitaciones, pero tengo al que les va a ayudar”. Y llamó a su jefe de redacción –hoy director general de la revista—Rafael Rodríguez Castañeda.
Efectivamente, Rodríguez Castañeda abrió el ciclo que siguió Miguel Angel Granados Chapa y cerró Manuel Buendía Tellezgirón en el salón de rectores de la UAEM en aquel 1983. Una anécdota interesante que hoy podrán discutir ambos, allá donde están bien seguramente (porque además deben hablar mal del invencible cáncer que los llevó a ese sitio), es Granados Chapa, que cuando nos sentábamos en la mesita del salón, entre los asistentes encontró a un viejo amigo, y no pudo disimular su gusto.
Como un maestro en la clase pasando lista sólo faltó que dijera “¡presente!” porque la voz de Miguel Angel tronó: “¡Carlos Reynaldos Estrada!”. Bajó Carlos los escalones y se fundieron en un abrazo sincero, como recordando para sí aquellos días de lucha, y su ingreso casi simultáneo a unomásuno.
El nombre completo con apellidos y en estruendo volvimos a escucharlo en otra ocasión, unos 9 ó 10 años después, cuando entrábamos al andador que llevaba a El Clarín acompañándonos Carlos Marín, entonces coordinador de producción de Proceso y hoy reconocido por su singular estilo y “El Asalto a la Razón”. No había nadie y de pronto emergió en el salón quien en sus buenos tiempos fuera pista de baile del modelo de la zona de tolerancia de Cuernavaca, entre un montón de periódico devuelto, una figura que Marín, como siempre ha sido, certero y ocurrente, lanzó:
--“¡El hombre de papel!” y luego al reconocerlo dijo exactamente lo que Miguel Ángel en la UAEM: ¡Carlos Reynaldos Estrada! Y fue igual, se fundieron en un prolongado abrazo.
Pasado el mediodía caminó Carlos Reynaldos Estrada tras dar una pelea cerrada, desigual pero con los tamaños que signaron su vida al mal ese que tanto daña. Anteayer hablamos con él, hicimos planes para hoy, el sábado nos perdimos, y ayer nos llamó Alejandra, su hermana, para compartirnos el suceso. Hoy lo espera su papá, don Carlos, en el espacio familiar que tienen en La Basilica de Guadalupe de la Ciudad de México. Será seguramente luego de las dos y media de la tarde.
Su frase la vamos a sellar en alguna de las paredes de la alianza, porque se subió a la bardita del salón una noche de agosto de 1994, cuando nos encontrábamos cuando menos 20 amigos cantando con otro querido amigo y hermano “El Ney”. Pidió un momento de atención y proclamó (en referencia a los políticos, los gobiernos y el poder):
“¡Ya basta de realidades! ¡Queremos promesas!”