"Soy el presidente del mundo", afirmó Donald Trump, no hace mucho, en redes sociales. Hoy en día, el hombre que se sentía rey está reducido a un individuo incapaz de lidiar –ya no se diga resolver– con las problemáticas domésticas que han hecho tambalear no sólo su ego, sino su investidura.
El hombre que habló de invadir Canadá, México y Groenlandia, en la actualidad tiene que ver cómo el odio que propagó de costa a costa mediante su discurso se le devuelve con creces.
Las multitudinarias protestas de este sábado en contra de Trump ("#NoKingsDay") y sus políticas antinmigrantes en todo EU dejaron ver un creciente descontento en contra de un personaje que está arruinando la economía de diversos sectores que históricamente han echado mano de migrantes para su desempeño e incluso la de aquellos que vitorearon a quien utilizó el odio como bandera y que ahora le estalla en el rostro.
Si a los conflictos internos le sumamos que su protegido de Medio Oriente, Benjamín Netanyahu, está nervioso ante la escalada en la tensión con Irán, se puede afirmar que la administración de Trump saldrá debilitada, pues el odio no florece en primavera.