Zona Sur

La historia de El Pelón


Lectura 7 - 13 minutos
La historia de El Pelón
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La historia de El Pelón


La historia de El Pelón
Fotógraf@/ MÁXIMO CERDIO
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Tlaltizapán. Horacio Gutiérrez Nava es muy conocido en la zona sur, entre los mecánicos y en el mundo del Volkswagen Sedán o vocho. El Pelón, le dicen. Llegó a ser propietario de cinco vochos en un mismo momento, vivió casi una década en Estados Unidos y regresó a su terruño con un diagnóstico de muerte en 12 meses.

En su taller, de nombre, Mecánico Pelón Gutiérrez, ubicado en la carretera Zacatepec–Chiconcuac, colonia El Mirador, en la orilla de Tlaltizapán y el inicio del municipio de Zacatepec, platicó algo de su historia.

 

Treinta vochos en su vida

“He tenido unos 30 vochos de todos modelos. A los 10 o 12 años, mi jefe me compró un vocho azul, modelo 83, estaba desbielado. Me dijo que si quería manejar ese coche tenía que reparar ese vocho y aprender en él, y así lo hice”.

En esos años dejó la escuela y comenzó a trabajar en un taller especializado en Volkswagen Sedan y en Nissan, donde estuvo por seis años como ayudante, aprendiendo el oficio de mecánico.

“Tenía yo una camioneta y un compa me dijo que me la compraba, pero que tenía poco dinero y un vocho. Fui a su casa a verlo y me gustó, era un 63, cinco birlos. Me dio el vocho, cinco mil pesos, una televisión, una aspiradora. Arreglé el vochito muy bien y estuve dos años con él, pero la chamba bajó y mis deudas aumentaron y tuve que venderlo. Eso fue allá por 2016.

También tuve una combi. A esa si le lloré. Un día un chavo pasó a mi taller con una moto, quería siete mil pesos, estaba raspada y tenía muchos detalles. Le dije que tenía cinco mil y lo aceptó, entonces, restauré la moto, la pinte, la dejé al tiro, le puse la Ironmán, y andaba con ella por todos lados”.

 

La combi

“Un amigo me dijo que había visto una combi en San Miguel Treinta y fuimos a verla, resulto que era de un camarada. La combi era 1980, estaba bien puteada, picada, y para acabarla de joder el dueño me dijo que no servía el motor, pero que había conseguido un motor de combi usado y que le quitara el viejo para ponerle el otro, el bueno. Quería 12 mil pesos.

Mi compa y yo íbamos en la moto, y le dije que por ella pedía 15 mil, que le daba la moto y que me diera la combi y tres mil pesos más, pero él me dijo que me cambiaba la moto por la combi y los dos motores. Acepté”.

“Me traje la combi remolcándola desde San Miguel con las llantas muy ponchadas; hacía muchísimo ruido. Durante todo el camino los perros me salían a ladrar y en la carretera me seguían.

Cuando mi mujer me vio sin la moto y con la combi se encabronó. Luego vio de cerca la combi y me dijo: puras basuras traes, ya no tienes la moto y ahora tienes esta cosa vieja. Nunca me voy a subir en esa chingadera.

“En ese tiempo tenía yo un chalancito y le dije que me ayudara con ese proyecto. Abrimos el motor viejo y le eche aceite a los pistones, lo dejé dos o tres días. Luego le dije al chalán que con el perico tratara de aflojar el motor; al rato llegó a decirme que ya se había movido. ¡Ya chingamos! Le dije, probamos chispa y comenzamos a arreglar el motor y lo dejamos muy bien. El motor que mi compa me dio para ponérselo a la combi lo vendimos en nueve mil pesos.

La arreglé de todo: pintura, interiores, le puse asientos y una mesita, motor, cuestiones eléctricas. Quedó bien chingona, le puse La Loca.

A veces mi mujer y yo íbamos a Cuernavaca y pasábamos a comprar un pollo y nos parábamos en cualquier lugar con la combi, abríamos y en la mesita comíamos.

“Nunca la hubiera vendido, pero tuve necesidad de dinero y la di en 25 mil pesos. Se la llevé a comprador hasta Cuernavaca. De regreso, me dio miedo porque me subí en los Verdes. A cada cabrón que subía le veía yo la cara de ratero, y muchas veces estuve a punto de bajarme. Llevaba yo 25 mil pesos en efectivo en la bolsa de mi pantalón”.

 

El Loco

“Hace dos años tuve que vender al Loco. Me dolió”.

El Loco es un Volkswagen Sedan 65, con motor 1600, estilo Custome. Hace 18 años lo compró y comenzó su transformación: el toldo está recortado, tiene quemacocos panorámico, puertas suicidas, rasuradas (sin manijas), la tapicería es roja y negra, en vinipiel, entre muchas modificaciones.

El Pelón sacaba a rodar al Loco solo cuando había eventos o salidas con el club, ya que estaba muy chaparro y el chasis pegaba en los topes y baches. Lo prestaba para comerciales, para bodas, para quince años, para eventos especiales.

“Cuando lo compré lo fui a traer a la colonia Plan de Ayala. Estaba todo jodido; tenía las ruedas enterradas a la mitad, los ejes estaban pegando y las ruedas ponchadas. Las llantas no giraban y se rompieron, lo comencé a arrastrar. Entonces hablé con él y le dije: ‘Sabes qué carrito, no te agüites, te voy a arreglar y vas a tener una buena vida’, así le hablé para que se aflojara y me permitiera llevármelo; y entonces lo pude traer hasta el taller. Desde ese momento, el Loco nunca me dejó tirado. Me gustaba traer un carro diferente. Muchos me dijeron que lo eché a perder, que lo hubiera restaurado y dejado como un clásico 65, pero un clásico lo trae cualquiera y yo traigo el Loco, que es único; son gustos y ese fue mi gusto. Mucha gente me lo quiso comprar”.

El Loco llevaba dos años guardado porque Horacio no lo sacaba a la calle. Un amigo le preguntó cuánto quería por él y el Pelón, nomás para que dejara de preguntar le dijo que 80 mil. “Te doy 70”, le dijo.

“Me tapó la boca. Lo vendí porque además, me dijo que le iba a dar buena vida, lo iba a restaurar y lo iba a poner en un lugar para que se pudiera apreciar. Duré como 12 años con El Loco, me salió carísimo, lo disfrute, me gané como cinco trofeos, yo no sabía que daban trofeos, me quedé después de terminar, y clásicos modificados gané varios”.

 

Hasta cinco

El Pelón recuerda muy bien sus coches, porque los rescató, los restauró y los dejó al tiro: “he llegado a tener cinco Volkswagen en un solo momento: un 63, un 91, un 65 y una combi 80 y un Safari. No rescato ni restauro ningún carro para venderlo, los arreglo para mí, quiero dejar mis coches muy bien, porque me sirven a mí, yo los uso, y los conozco muy bien y los disfruto, sin embargo, las circunstancias me han orillado a venderlos”, dijo.

En la actualidad, anda en un vocho que modificó para carga, pero está interesado en los clásicos. Quiere restaurar uno y dejarlo como salido de la fábrica.

 

El gabacho

Su necesidad de aprender y sus ansias de libertad amenazadas por una investigación judicial en su contra lo llevaron a Estados Unidos.

“A los 16 años tenía yo un taller aquí en Zacatepec, y como a las 17 o 18, me cayó la ley. Estaba yo chavo y bebía mucho, hasta me drogaba, se va uno sobre las marañas…

El 1998 me fui a trabajar a California con mi tío, que tiene un taller de restauración de vochos, combis, safaris; yo ya era mecánico.

Ahí estuve unos años y después me fui al taller de un amigo, Leny, ahí también trabajaba otro tío mío.

Un día vi un vocho rosado, que ya llevaba mucho tiempo en el local, pero no se le hacía nada. Era 66, abría el quemacocos con manija, le habían rasurado el tablero y le había puesto muchos botones.

Me gustó y le pregunté a mi tío de quién era y él me llevó con el dueño del taller, quien me dijo que estaba para venta, querían mil quinientos dólares. Yo le confesé que quería uno, pero que no tenía tanto dinero, quizá mil dólares y en pagos.

Leny me presentó con el dueño del vocho una vez que fue al taller, y me dijo que me lo dejaba en mil dólares, pero de contado.

Como pude, conseguí el dinero prestado y compré el vochito; con este coche comenzó mi perdición.

Lo pinté con la pintura más cara y de mejor calidad de ese entonces, tapizado con telas muy caras, un sistema de sonido que no tienes idea. Le instalé motor 1735, le puse cuatro carburadores Kadron.

Yo echaba competencias de arrancones con Mustang de ocho cilindros. Una vez en un freewey se me emparejó un Corbet, nos medimos, no me pudo rebasar en el arrancón, pero me dejó atrás más adelante.

Yo en Estados Unidos ganaba mucho dinero, hasta me di el lujo de llevar para allá a mi esposa y mi hija.

Mi tío me pagaba 10 dólares la hora. Un amigo que se llama Robert, me contrató también y me pagaba 25 dólares la hora, con tres horas que yo estuviera en su taller con eso tenía.

Trabajaba de lunes a viernes en los talleres, los sábados y domingos que me tocaba descanso me recomendaban para hacer trabajos de mecánica a domicilio, lo que más me pedían era achaparrar los coches, en dos horas me ganaba 400 dólares, a veces salían cambios de cloch y los cobraba a 700.

Con el dinero también llegaron los problemas porque comencé a beber, a juntarme con los cholos; me empecé a perder.

Un día andaba pisteando. Iba por una calle en mi vocho y de pronto me agarró un Impala por el lado del copiloto. Llegó el 911 y me quería llevar a un hospital, pero como pude les dije que no, que yo me iba a curar solo. Era indocumentado, no tenía licencia para conducir e iba briago. Una mujer se asustó mucho porque decía que se me había chispado un ojo, pero no. Me abrí los dos párpados y se me cayeron, me levanté el párpado y vi que mis ojos seguían ahí. También del golpe se he hizo una bola en la cabeza.

Estuve en la cama mucho tiempo, no quería comer, comencé a adelgazar mucho. Fui con el médico y me dijo que yo tenía azúcar, que tenía diabetes. Entonces yo le dije que me curara, y él me contestó que eso ya no se curaba.

Perdí el vocho, tuve miedo que me deportaran si iba a reclamar, pero después me enteré que sí podía recuperarlo sin problema; ya no pude hacer nada.

Me quedé postrado en cama por mucho tiempo, se me acabó el dinero, no tenía ni para pagar la renta y no podía ir a trabajar.

Llegó un momento en que quedé en los puros huesos, mi piel estaba casi transparente. En ese entonces vivía con mi esposa y mi hija; un día mi mujer me dijo:

“¡Vete de aquí, ve a morirte con tu familia!”

En ese momento me cayó el veinte.

Casi no hablaba con mi familia, con mi papá y mi mamá. Muchas veces les dije que iba a visitarlos pero nunca cumplí. Ese mismo día le llamé a mi mamá a Zacatepec, y le avisé que me iba a regresar; les conté lo que me había pasado, les dije que tenía azúcar y que estaba muy enfermo.

Hacía poco, el doctor me había ido a ver para darme insulina y ponerme morfina. Allí me dijo que si continuaba en la situación que estaba me daba a lo mucho un año de vida.

Tenía tres coches y varias cosas. Malbaraté todo y junté como ocho mil dólares, compré mi boleto, vivía en Santa Ana.

Dentro del avión me moría de sed. Cada rato me pedía agua a la sobrecargo y una de ellas me dio una botella grande.

Yo estaba en la silla de en medio, al lado iba un cholo. A cada rato le pedía permiso para ir al baño, además me comenzó a salir sangre de la nariz. El cholo pensó que cada que iba al baño me iba a drogar y me pidió que le compartiera, pero para no contarle toda la historia de mi vida le dije que sólo traía droga para mí.

Para no hacértela cansada, llegué al aeropuerto y mis papás ya me estaban esperando. Los vi de lejos y les di la vuelta, les llegué por la espalda.

Cuando les hablé, voltearon, y cuando me vieron me abrazaron y comenzaron a llorar.

“¡Vienes bien chingado! ¡Vámonos!” – me dijo mi padre y me ayudaron a caminar. Era el año 2006.

Llegué a casa de mis papás a dormir, no sé cuántos días dormí. Cuando me levanté mi mamá me preparó un caldo de pescado y por la tarde me llevaron con un médico especialista.

Mi papá y mi mamá me levantaron. Como al mes andaba yo ya cachetón, hermoso.

Por un tiempo anduve así, caminando, sin nada, luego puse mi taller, pero andaba a pie.

Un día mi papá me dijo: ‘Eres un mecánico chingón, pero eres pendejo… porque un mecánico de tu categoría, por lo menos debería andar en una carcacha y tú andas a pie’.

Me compré una camionetita y luego otro coche en mejores condiciones, y así fui subiendo.

Me ha ido muy bien, y a veces muy mal, no hay chamba, pero hay vida. De todo eso tiene ya 17 años, y pensar que el médico me había dado un año de vida”.

 

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Máximo Cerdio

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